EL
ÚLTIMO PARTIDO
No hay país en la región y fuera
de ella, en donde no se hable y se discuta sobre los serios problemas de
representación y la desafección hacia los partidos políticos. En ningún lado,
estas organizaciones son valoradas positivamente. Ciertamente, los partidos
políticos han hecho su tarea para que esto sea así. Pero no hay que engañarse,
no hay sistema político sin partidos políticos. Es más, a mayor debilidad de
ellos, mayor fortaleza de los liderazgos carismáticos y autoritarios. Sobre
todo en sistemas presidenciales como el nuestro.
Por eso, no causa extrañeza que
en todas partes se discuten reformas políticas y electorales. De esta manera,
en Chile se ha eliminado el sistema de circunscripciones binominales, en México
se permite ahora la reelección parlamentaria y en Colombia se discute eliminar
la reelección presidencial y el voto preferencial.
En estos y otros casos, toda
propuesta de reforma parece insuficiente. Nadie parece contento. Unos, porque
les afecta y otros, porque consideran que su implementación abre nuevos
problemas. Pero todas las propuestas señalan como propósito fortalecer a los
partidos políticos.
Sin embargo, en países como
Brasil, Colombia, República Dominicana y Perú, lo que más los corroe es el
mecanismo del voto preferencial. Este, por más popular que sea para los
electores es altamente nocivo.
El voto preferencial desata una
inevitable lógica fratricida entre los candidatos de un mismo partido, impide
que estos ofrezcan propuestas unificadas, crea una lógica creciente de ofertas
demagógicas por ganar votos, producto de la competencia deja heridas internas
difíciles de sanar, imposibilita que el partido político conozca el origen y
gasto de los recursos económicos, pues el candidato no lo informa o solo lo
hace parcialmente, hace vulnerable a los candidatos al dinero ilegal y mal
habido y no protege la cuota de género.
Pese a ello, cada vez más
parlamentarios defienden el sistema del voto preferencial, pues los beneficia,
así sea un elemento que incida en la baja calidad de la representación. Son los
que no les importa los partidos y constituyen el porcentaje mayor de los
parlamentarios que se mudan de un partido a otro. Es decir, tránsfugas.
Pero hay otros que aceptan que
existen efectos negativos del voto preferencial, pero temen que con su
eliminación, permita que la designación de las listas sea controlada por los
dirigentes del partido. Esto, justamente, obliga a plantear la aprobación de
núcleos de reforma. Es decir, el voto preferencial debe ser eliminado, pero
acompañado con medidas de garantías para los que compitan al interior del
partido. Esto podría en parte lograrse si se tiene un reglamento electoral que
sea condición de la inscripción, con reglas claras de competencia, en las que
se incorpore allí sí, el voto preferencial, en un formato de elecciones
directas. Estas elecciones deberían ser organizadas y realizadas por la ONPE de
manera simultánea en todos los partidos y los resultados vinculantes. RENIEC se
encargaría del padrón de militantes y el JNE resolver las controversias. Es
decir, un conjunto de reglas y procedimientos que produzcan garantías de un
proceso interno.
Ningún otra medida que se está
discutiendo en el Congreso tiene el impacto comparable a la eliminación del
voto preferencial.
Los partidos no parecen ser
conscientes de que el voto preferencial contribuye al fraccionamiento, a la
falta de disciplina y cohesión partidaria, así al transfuguismo. Si no se
elimina, nada permite afirmar que los partidos políticos se fortalecerán y que
el próximo parlamento sea mejor que el actual (La República, 8 de marzo del
2015).
FUENTE: Fernando Tuesta
Soldevilla
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