Escrito por Raúl
Zibechi
Propongo entender la coyuntura
por la que atraviesa Sudamérica como el ingreso de la región en la situación de
caos sistémico que atraviesa el mundo. Postulo que las manifestaciones del pasado
fin de semana en algunas grandes ciudades de Brasil y el acoso interno y
externo que sufre el gobierno de Venezuela encarnan un salto cualitativo en esa
dirección, en la que se despliegan cuatro grandes fuerzas cuyas fricciones y
choques conforman una situación de creciente caos.
La primera frase del informe
Tendencias globales hacia 2030, emitido por el Consejo Nacional de Inteligencia
de Estados Unidos en 2012, destaca que en 2030 el mundo habrá sufrido cambios
radicales y que ningún país ostentará la hegemonía global.
El quinto informe de la agencia
concluye que el poder se ha desplazado hacia el este y el sur y que el espacio
económico y estratégico asiático habrá superado al de Europa y Estados Unidos
juntos.
Estamos en plena transición hacia
ese mundo.
Con base en esa previsión, las
élites estadunidenses se aferran al análisis de su principal geoestratega,
Nicholas Spykman. Más de la mitad de su obra America?s strategy in world
politics, publicada en 1942, está dedicada al papel que debe jugar la potencia
en América Latina, y en particular, en Sudamérica. Como bien lo recuerda el
cientista político brasileño José Luis Fiori, la clave es la separación de una
América Latina mediterránea del resto, que incluye México, Centroamérica, el
Caribe, Colombia y Venezuela, como una zona donde la supremacía de Estados
Unidos no puede ser cuestionada, un mar cerrado cuyas llaves pertenecen a
Washington.
El resto de Sudamérica, los
países fuera de la zona de su inmediata hegemonía, tienen un trato sólo parcialmente
diferente. Spykman plantea que si los grandes estados del sur (Argentina,
Brasil y Chile) se unieran para contrabalancear la hegemonía estadunidense, se
les debe responder mediante la guerra. Fiori se lamenta de que los países de la
región, y particularmente Brasil, no tengan esto tan claro como la
superpotencia ( Valor, 29/1/14).
La hegemonía estadunidense, en
ambas zonas, está siendo socavada por tres fuerzas: China, los gobiernos
progresistas y los movimientos populares.
En conjunto, tenemos cuatro
fuerzas en disputa cuya colisión definirá el escenario latinoamericano por
largo tiempo. De algún modo, representan los papeles que tuvieron españoles (y
portugueses), ingleses, criollos y sectores populares durante las
independencias.
La primera de esas fuerzas,
Estados Unidos, cuenta con poder militar, económico y diplomático, además de
aliados poderosos, como para desestabilizar a quienes se le opongan.
Ciertamente, ya no tiene un poder
casi absoluto como el que le permitió encadenar golpes de Estado para
disciplinar la región a su antojo en los años 60 y 70.
La segunda fuerza, China, está
desplegando básicamente poder económico y financiero.
Ha realizado fuertes inversiones
en Venezuela, Argentina y Ecuador, mantiene relaciones importantes con Brasil y
Cuba, y adelanta proyectos arriesgados (para Estados Unidos) como el canal de
Nicaragua, que competirá con el de Panamá.
El primer Foro China-CELAC,
celebrado en enero en Pekín, es una muestra del avance de las relaciones chinas
con América Latina y anuncia que este proceso no se va a detener. La tercera
fuerza, los gobiernos progresistas, es la más vacilante y contradictoria.
Por un lado, se apoyan en los
países emergentes, sobre todo China, y en menor medida Rusia.
Por otro lado, se apoyan en el
modelo extractivo, que implica alianza con China (y otros), pero, sobre todo,
es un modo de acumulación que fortalece a las derechas y a las burguesías, así
como el modelo industrial fortalecía a trabajadores, sindicatos y partidos de
izquierda. El rentismo petrolero venezolano necesita de intermediarios
separados de los trabajadores, sean gestores, administradores o militares.
Brasil es un buen ejemplo.
El extractivismo
minero/soyero/inmobiliario debilita a los movimientos, le da más poder y fuerza
a las multinacionales y a los especuladores urbanos, a tal punto que sus más
conspicuos representantes están en el gabinete de Dilma Rousseff.
Continuar con el modelo
extractivo es un suicidio político.
Polariza a la sociedad y aleja a
los sectores populares de las izquierdas.
No genera corrupción: es
corrupción, porque se basa en el despojo de campesinos y pobres urbanos. Para
la cuarta fuerza, los sectores populares organizados que son el eje de este
análisis, el extractivismo/acumulación por despojo/cuarta guerra mundial es una
agresión permanente a sus modos de vida y sobrevivencia.
La gran novedad de los dos
últimos años es que progresivamente se están autonomizando de los gobiernos
progresistas, en gran medida a consecuencia del modelo imperante, que los
condena a ser dependientes de las políticas sociales, afectando su dignidad.
Esas políticas están perdiendo su
capacidad de disciplinar, como quedó demostrado en Brasil en junio de 2013 y
cada vez más en toda la región. Los nuevos-nuevos movimientos que están
emergiendo, sumados a los viejos movimientos que han sido capaces de
reinventarse para seguir en la pelea, están reconfigurando el mapa de las
luchas sociales.
Si los gobiernos progresistas
persisten en su alianza con los emergentes y con franjas de las burguesías de
cada país, seguirán ensanchando la brecha que los separa de los sectores
populares organizados.
Los movimientos de los de abajo
son la única fuerza capaz de derrotar el actual ascenso de las derechas y la
injerencia estadunidense.
Así como el ciclo de luchas de
finales de los 90 y comienzos de 2000 deslegitimó el modelo neoliberal, sólo un
nuevo ciclo de luchas puede volver a modificar la relación de fuerzas en la
región.
Como demuestra el caso de Brasil
luego de junio de 2013, los gobiernos progresistas se muestran temerosos de los
movimientos autónomos y prefieren tejer alianzas con los poderes conservadores.
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