TELEVISION
EN EL DEBATE
Si un mérito tuvo la “marcha
contra la televisión basura” - con todo y sus reflejos ultraconservadores así
como los actos de vandalismo que se produjeron, que en este blog no compartimos
- fue colocar en la mesa una discusión sobre los contenidos que actualmente se
tiene en la televisión, sobre todo en señal abierta. Dos temas han sido los
centrales: los reality de competencia y programas de farándula y la calidad de
los noticieros que tenemos en el Perú. Comentaré un poco sobre el primer punto
pero, sobre todo, me concentraré en el segundo.
En torno a programas calificados
como “televisión basura”, algunas cuestiones a precisar. La primera, no veo los
programas que han motivado la protesta y no son espacios que me agraden. Y,
además, algunos de ellos no cumplen con la única premisa con la que simpatizo
de la protesta del viernes pasado: el respeto al horario de protección al menor.
La segunda es que comprender que,
para la conformación de una oferta como la que tenemos en algunos horarios en
la señal abierta hay que tomar en consideración varios factores: el peso del
rating - aunque cada vez es menor -, cantidad de anunciantes de un determinado
espacio, una tendencia mundial de la señal abierta hacia contenidos de
entretenimiento cada día más forzados (aunque algunos canales otrora serios del
cable no se quedan atrás, vean en lo que se han convertido, por ejemplo,
Discovery Channel e History Channel), entre otros.
Y sí, la oferta, sin duda, podría
ser mejor y las opciones no se reducen al consabido “cambia de canal”, pero
resulta necesario tener en claro que estamos ante un negocio y que la idea de
los canales de televisión no es culturizar, sino vender. Aunque claro, hasta
que tengamos el apagón analógico - postergado por algunos años más (ver la
columna de Tafur de hoy) - tenemos el legítimo derecho de reclamar sobre el uso
del espectro radioeléctrico que pertenece al Estado peruano.
La tercera cuestión es que, más
allá de pensar en controles de contenidos o censuras, quizás la clave frente a
la televisión está más en la actitud que tenemos frente a ella. Convertida en
niñera virtual de varias generaciones - la mía, por ejemplo, vio los últimos
decadentes años de Ferrando o Risas y Salsa, por solo mencionar dos contenidos
de los que se renegaba hace 20 o 25 años -, dependerá más de los padres de
familia cuál es la actitud que sus hijos deban tomar frente a los contenidos
que ven todos los días ante la pantalla, así como la posibilidad de ofrecer
otras alternativas (como la lectura, por ejemplo).
Pero lo que me causa más ruido es
lo que bien describió Marco Sifuentes la semana pasada:
Yo diría que hay algo más. El
problema no son los programas sino todo el ecosistema alrededor de ellos.
Prender el noticiero y verlos convertidos en extensiones de los realities,
comentando sus andanzas como si fueran relevantes. Entrar a Internet y toparse
con que la mitad de noticias tratan sobre ellos. Políticos que participan en
programas similares. El álbum. Las entrevistas “exclusivas” en otros canales.
Las portadas de los diarios. El problema, al final, no es solo la televisión
“basura”. Es todo lo demás lo que ha hartado a la gente.
Veamos los noticieros actuales en
señal abierta. Con la saludable excepción de TV Perú, la mayor parte de estos
espacios tienen una tónica casi similar: harta noticia policial, un pequeño
bloque sobre política (circunscrita básicamente a declaraciones de autoridades),
dos a tres noticias internacionales (sin contexto), algunas noticias locales,
un bloque fijo de deportes (léase, fútbol) y, con cada vez más frecuencia, un
bloque de espectáculos que oscila entre el cherry a los espacios del canal y la
competencia abierta con Magaly Medina. Los espacios políticos, de lunes a
viernes, no existen y, con la excepción de los programas dominicales, el debate
público ha sido desterrado al cable y a los demás medios de comunicación.
¿Razones? Algunas las anota Rosa
María Palacios hoy:
El periodismo de televisión debe
tener un muro alto frente al entretenimiento. Diferentes directores para
empezar. Hoy ese muro se ha derrumbado como aquel que separaba la noticia de la
publicidad o el auspicio encubierto. La administración, es decir el gerente
general y el directorio jamás le deben decir al director periodístico, que
ellos nombraron garantizándole independencia, cuál es el contenido de un
espacio de prensa, ni recortar los espacios al aire, ni mucho menos ahogar con
presupuestos diminutos toda posibilidad de hacer periodismo.
De hecho, lo que estamos viendo
en los noticieros peruanos es básicamente un reporte de noticias mas o menos
presentado, con poca profundidad - salvo en algunos informes - y donde las
fronteras entre la publicidad y la información se han difuminado. Y la cuestión
se vuelve más compleja cuando algunos grupos que son propietarios de canales de
televisión tienen intereses en otros negocios, lo que puede ocasionar
determinados conflictos de intereses (p.e: El Comercio respecto de su unidad de
educación superior y Enfoca sobre los negocios distintos a Latina).
E incluso si se continua con el
mediocre formato de nuestros informativos televisivos de señal abierta, se
podrían hacer algunas mejoras: mayor contextualización de notas policiales que
vaya más allá de la presentación de “el muerto del día”, noticias políticas que
no solo se queden en las broncas en el Congreso de la República, ampliación a
otras disciplinas distintas al fútbol en la información deportiva, temas
urbanos que generan impacto directo en el ciudadano. Si con todo lo que podemos
discutir sobre la línea editorial y la poca o mucha experiencia periodística de
sus nuevos editores, El Comercio comienza a esbozar algunos cambios con miras a
información con profundidad (y veremos si ese esfuerzo termina de cuajar), ¿por
qué no lo pueden hacer los noticieros televisivos?
Finalmente, un tema adicional: el
impacto que la pobre oferta informativa tiene para la democracia. Eduardo
Dargent explica mejor este punto:
No entremos a discutir que
debería cumplir una función social. O que es suicida embrutecer la televisión
en un país con bajos niveles educativos, una cobertura de cable limitada y un
debate público mediocre. O que los programas tontos engendran más tontos.
Simplemente tomemos conciencia que si, como se hace en el país, contamos cada
hora como una lucha a muerte por audiencia, quienes buscan otros contenidos
simplemente no existen. Siempre perderán frente a una telenovela o un programa
concurso rebosante de siliconas y esteroides.
Si, por el contrario, se mira la
programación como un espacio que debe responder a intereses diversos, las cosas
son distintas. Entendemos que la televisión que tenemos no es un reflejo de la
sociedad, como se dice, sino la sacralización del gusto mayoritario para ganar
dinero a toda hora y en todo canal.
Y quizás, como señala Dargent, la
idea más fuerte, por ahora, esté en transformar al canal del Estado en una
televisión pública de verdad, para que su pata informativa - que en los últimos
años ha mejorado - responda más a los intereses de todos. Y para ello requiere
un directorio plural y mayores recursos. Lo que sería importante para contar
con una oferta que contrapese la mediocridad que estamos apreciando, todos los
días, en los espacios de noticias que ven la mayoría de peruanos.
FUENTE: José Alejandro Godoy
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