VENEZUELA
Para quienes son lectores
habituales de este blog, saben que considero que el gobierno venezolano
encarna, desde hace varios años, lo que Steve Levitsky denominó claramente como
“autoritarismo competitivo”. Un tipo de régimen político que mantiene las
elecciones y algunas instituciones democráticas, pero que tiene un fuerte tinte
autoritario. Ir a Caracas no es necesario para conocer este tipo de gobiernos.
Basta volver la vista a lo que hizo Alberto Fujimori, padre de este tipo de
autocracias en la región, para saber lo que pasa por allí.
Quienes defienden aún el “proceso
venezolano” se basan en los éxitos redistributivos que se tuvo con Hugo Chávez,
gracias a los altos precios del petróleo durante la última década. La inversión
pública fue alta y se concentró tanto en sectores sociales, como sobre todo, en
subsidios para la parte más pobre de la ciudadanía venezolana. El fallecido
autócrata sabía que los gobiernos democráticos anteriores habían descuidado las
políticas sociales y con ello, consiguió obtener una base popular que, hasta
ahora, luego de tanto desastre económico, sigue respaldando al régimen. Y,
además, consolidó una “boliburguesía” que fuera el contrapeso en clases altas y
medias.
Curiosamente, este rollo se
parece mucho al respaldo que se daba a Fujimori. En nombre de “la pacificación
y la estabilidad económica” (sobre todo en las clases altas) y el “respaldo a
los beneficios de los programas sociales, las pequeñas obras y la cercanía a la
población” (en sectores populares), el último de los autócratas peruanos pudo
mantenerse en el poder, hasta que su gobierno implosionó.
Una segunda defensa se vincula a
la oposición venezolana, vista como golpista, pituca y que, apenas llegue al
poder, desactivará los “logros de la revolución”. A ello abona, sobre todo, el
intento de golpe de Estado de 2002 que resultó fallido, el origen de la mayoría
de los líderes opositores y el lenguaje de algunos miembros de la Mesa de Unidad
Democrática.
El problema es que la actual
oposición venezolana no es golpista. Por lo menos no en forma mayoritaria.
Aprendieron los errores del 2002 y tuvieron un candidato bastante competitivo -
Henrique Capriles - en las recientes elecciones presidenciales. Y Capriles tuvo
un alto porcentaje de la votación justamente porque apostó a mantener varios de
los programas sociales implementados por el chavismo, lo que por primera vez le
quitó voto popular al régimen. Y, peor aún, en la actual situación económica
venezolana y con el precio del petróleo a la baja, será bastante difícil
mantener varios subsidios por parte del gobierno de Maduro.
Y además, la oposición termina
legitimada por los atropellos del régimen. El más reciente de ellos, el arresto
ilegal del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, condenado incluso por varios de
los sectores de izquierda peruana que, en otras circunstancias, habrían hecho
mutis en torno a otros casos en los que el chavismo hizo cosas igualmente
graves (la detención de Leopoldo López, el cierre o coptación de medios de
comunicación, la lista Tascón que detallaba a los opositores al régimen).
Finalmente, la oposición
venezolana - y lo se porque he conocido a algunos de sus miembros - no es la
caricatura derechista que algunos de sus líderes encarnan, sino que resulta más
variopinta, agrupando también a sectores socialdemócratas y liberales en sus
filas.
La situación venezolana es
bastante complicada. Un presidente autoritario que comienza a tener aprobación
bastante baja, una economía altamente dependiente del petróleo que hace agua,
opositores cada vez más limitados en los espacios políticos de actuación y con
la inseguridad ciudadana en niveles que dejarían a Lima casi como una ciudad de
primer mundo.
Para muchos, resulta el momento
de una actuación internacional más dura. Y resulta cierto que el silencio de
los gobiernos latinoamericanos resulta ofensivo, pero no por ello sorprendente.
Como comentaba Levitsky hace un par de años:
Los gobiernos son pragmáticos, no
principistas, sobre todo en política exterior. Sus posiciones en el plano
internacional se basan en varios motivos (seguridad, objetivos comerciales),
pero la promoción de la democracia no es uno de los principales. De hecho,
cuando los presidentes latinoamericanos toman posiciones colectivas como las de
Unasur, suelen hacerlo en defensa no de la democracia sino de la autonomía de
los gobiernos.
Actúan en defensa, y no en
contra, de sus pares porque no quieren crear un precedente en el cual los demás
países pueden meterse en los asuntos domésticos. Esa lógica los lleva a
defender los gobiernos electos tumbados por golpes militares (Venezuela en
2002, Honduras en 2009), pero también a resistir la intervención externa en los
procesos electorales domésticos. La declaración de la Unasur fue una decisión
pragmática, no ideológica o prochavista. (¿O Piñera y Santos también son
“chavistas en el fondo”?).
De hecho, esa fue la lógica que
tuvieron muchos gobiernos frente a Fujimori. En un repaso hecho hace varios
años por Javier Ciurlizza, las posiciones más duras frente a un gobierno
autoritario como el fujimorista fueron contadas con los dedos de la mano en la
comunidad universitaria. Y como bien recordó hace algunos meses Juan Carlos
Tafur, Estados Unidos recién le bajó el dedo a Vladimiro Montesinos cuando
ocurrió el escándalo de venta de armas a las FARC.
Resulta cierto que muchos
esperaríamos una respuesta más fuerte del gobierno peruano que el tibio
comunicado entregado ayer por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Ello no
supone una “muestra del chavismo de Ollanta Humala”, convertido en el sanbenito
de cierta derecha. Simplemente implica que, una vez más, priman los intereses
antes que los principios. En esa medida, en una lucha que finalmente tienen que
librar centralmente los venezolanos, serán los pueblos antes que los políticos
quienes respaldarán y se identificarán con la necesidad de una salida
democrática para un país que requiere salir, cuanto antes, de un autoritarismo
cada día más ramplón.
Finalmente, resulta curioso que
algunos de los campeones en reclamar, desde Lima, la salida de Maduro, hayan
aplaudido fuertemente a Fujimori. Y que, en forma opuesta, algunos de quienes
marcharon contra nuestra última autocracia hoy hagan malabarismos para seguir
respaldando a Maduro. Además de la precariedad de sus convicciones
democráticas, la situación nos muestra una cara poco amable de los populismos
(sean de izquierda o de derecha): ver el mundo en binario y, en este caso
específico, a partir de una visión del mundo cercana a la que muchos tenían en
la Guerra Fría. Otra consecuencia nefasta de la que, esperemos, Venezuela pueda
librarse pronto, bajo cauces democráticos.
FUENTE: José Alejandro Godoy
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