El
siguiente gobierno, desde Julio del 2016, deberá enfrentar la situación
espantosa que ha de heredar. Un deterioro nacional que se vuelve insostenible.
Economía estancada, criminalidad más avezada y organizada, conflictos sociales
cada vez más violentos y una educación todavía dando insignificantes señales de
aliento. Deberá empeñarse en sacar al país de esa democracia de baja intensidad
que es el lastre que lo detiene todo.
Dar señales claras de confianza y
liderazgo. Más hechos que palabras para demostrar capacidad de decisión,
concertación, sentido común, rapidez para resolver los pendientes; entender,
sentir y hacer suyas las demandas populares que, de tanto ser postergadas,
siembren frustración y desesperación en los ciudadanos. Si no lo hace desde el
principio, ni en quinientos años.
No
estamos para experimentos, improvisaciones ni figuritas que aparecen de la
nada. Promover irresponsablemente un outsider nos devolvería al pasado que no
se quiere regresar.
Las
carencias nacionales son eternas con un Estado cuyos objetivos van en la
dirección opuesta a los deseos de la población. Los edificios públicos con
bandera y escudo nacional no son sinónimos de institucionalidad. Para la gente,
la autoridad no existe, sigue ausente; con funcionarios públicos todavía
encasillados en hacer cumplir las normas palabra por palabra, todavía atrapados
en su parsimonia indiferente con la dinámica de los emprendedores de las calles.
El espíritu ciudadano atado a la coerción de la ley.
Más leyes
bien elaboradas, pulcras y bien intencionadas -para maquillar la democracia-
colisionan con el desenvolvimiento espontáneo de pobladores sin ciudadanía.
Leyes burladas que no emanan ni calan en los genes de la multitud.
Una nueva
ley electoral y de partidos sería como darle un título de médico a quién ni
siquiera aprobó la primaria. Una ley idealizando una realidad inexistente, para
corregir el desorden de la política, hará que se vuelva a repetir miles de
veces: “Hecha la ley, hecha la trampa”.
Las leyes
no resuelven los problemas nacionales. Abundan para todos los gustos. Una ley
no cambiará la mentalidad dominante, corrupta, abusiva y mediocre de la
autoridad. Tampoco cambiarán el espíritu de la población. Dictar leyes que no
empatan con el sentir de las mayorías crea desobediencias y trampas para no
cumplirlas. La solución a los problemas nacionales no va por el camino de
anunciar una nueva legislación.
Una
prensa “mermelera” y chantajista no contribuye en nada. Un Poder Judicial que
legaliza las impunidades sin detenerse en la verdad, tampoco. Una democracia
participativa que le quita autoridad, iniciativa e ingenio a la democracia
representativa, igual. Una minoría bulliciosa no le puede imponer sus deseos a
la autoridad elegida por voto popular.
La
corrupción sigue allí, mimetizada, pasando piola en los gobiernos provincianos.
Ya sabemos de gestiones anteriores: Muchos presos y otros escapados. ¿Quién
garantiza que lo mismo no sucede con los de ahora? Los presupuestos dados a
libre a disponibilidad han hecho que los laudos arbitrales se conviertan en
instrumentos para robar. Acuérdese de ONCOSERV en Arequipa, el contratista
reclama S/.44 millones por daños y perjuicios. Otro en Huancayo reclama S/.3
millones. Y así, proveedores y autoridad compinchados para repartirse esos
dineros.
La
educación es el meollo del problema, trabajar sin tregua en ciudadanía,
deberes, responsabilidad, compromiso, orden, disciplina, justicia y tantos
conceptos desconocidos. No pasa nada con tantos titulados cuyos intereses no
discurren por los caminos de la honradez y la pulcritud.
FUENTE:
Manuel Gago Medina
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