Cuenta
Esopo en “El parto de los montes”, que mucha gente asistió a presenciar tan
asombroso suceso. Pero después de grandes rugidos que infundieron pánico en la
muchedumbre, los montes sólo parieron un mísero ratón.
Eso está
sucediendo con los diálogos del Estado peruano con los pueblos indígenas
amazónicos alrededor de la consulta previa para la operación del Lote petrolero
192. Cuando todos esperábamos que el gobierno de Ollanta Humala iba a conciliar
sus diferencias con los pueblos indígenas después de cuatro décadas de
explotación inclemente de un territorio ancestral, que dejó grandes heridas al
territorio y a sus pueblos, el gobierno sale con una mísera propuesta,
burlándose así de los esfuerzos de los Apus del río Pastaza, Corrientes, Tigre
y Marañón, por llegar a un acuerdo que favoreciera a sus comunidades y las
blindara de nuevos estragos ambientales por los siguientes 30 años de
explotación petrolera. Transcurridos seis meses de diálogos, semejante a un
alucinante viaje –sin regreso- a los tiempos del cólera, no hay un final
promisorio a la vista y los indígenas tendrán que soportar tres décadas más de
una infame explotación de sus territorios.
El
contexto en el que se realiza la consulta previa es de una conflictividad
extrema, provocada por un Estado remiso a atender las urgencias de sus pueblos
indígenas, que recusa además los derechos que tienen a sus territorios y
recursos ambientales, en momentos en que la Declaración de las Naciones Unidas
sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas ha elevado los estándares
internacionales de derechos para estos pueblos, al catalogarlos como pueblos
con libre determinación, con derechos similares a los que goza el pueblo
argentino o español. Contrario al catálogo de derechos que ofrece la
declaración, cuyo espíritu busca establecer relaciones de coordinación y
cooperación entre los Estados y los pueblos indígenas, el Estado peruano
mantiene estructuras de subordinación hacia ellos, tal como se presentaban hace
100 o más años.
La
historia, aunque parezca paradójico, no es cronológica. Un hecho ocurrido hoy
puede estar más ligado a uno ocurrido hace 100 o 500 años, que a otro ocurrido
ayer. A veces no es necesario mencionar el pasado para sentir su presencia.
Como escribió William Faulkner, “El pasado no está muerto ni enterrado. De
hecho, ni siquiera ha pasado…” Las infamias cometidas por los españoles durante
la Conquista y la Colonia, si bien pertenecen al pasado cronológico, no residen
solo en esa fecha remota. En gobernantes como Alberto Fujimori, Alan García,
ahora Ollanta Humala, y anterior a ellos muchos más, estas infamias persisten,
y lo que es peor, actúan encubiertas, para continuar degradando la condición
humana de los pueblos indígenas.
El pasado
también actúa sobre la vida política de un país. En buena medida el pasado de
una Nación es filtrado por la comunicación política. De ahí que no se trata de
negarlo u ocultarlo. Menos de olvidarlo. Lo decisivo reside en la posición que
asumimos frente a ese pasado. Podemos recordar lo sucedido mirando hacia
adelante, pero también podemos mirar el pasado hacia atrás y, como la mujer de
Lot en el Génesis, convertirnos en estatuas de sal. Y en la historia política
del Perú, como en la del resto de países latinoamericanos, abundan las estatuas
de sal. Los vencedores de ese desarrollo histórico basado en la ciencia y
tecnología occidentales viven, como estatuas de sal, rindiendo culto a ese
ominoso pasado, no solo rememorándolo –lo que puede ser incluso necesario– sino,
además, justificándolo, sobre todo idealizándolo.
Mientras
los indígenas buscan el reconocimiento en igualdad de condiciones y dignidad en
una Nación que se ha venido construyendo a sus espaldas, los vencedores han
construido un sistema político cerrado que obstaculiza la reproducción social y
cultural de sus pueblos indígenas. Un sistema político que ha impuesto un
sistema económico que está adquiriendo rasgos maniáticos, casi esquizofrénicos,
pues mientras pregona la felicidad para todos los peruanos, le cierra la
posibilidad de este goce a sus pueblos indígenas, degradándolos y condenándolos
a un olvido irreversible. Un sistema
económico que viene colapsando por la crisis que viene experimentando el modelo
neoliberal primario exportador de la economía peruana, con la caída de los
precios de materias primas (commodities) en especial del petróleo. Un sistema
económico que juega el bienestar de toda la Nación a la ruleta rusa, con todas
las balas en el tambor.
Los
pueblos indígenas amazónicos querían con la consulta tener la oportunidad para
liberarse de este pasado siniestro que están viviendo con las petroleras y
acceder a un futuro digno para sus comunidades. Pero el tratamiento que han
recibido durante esa farsa que fue llamada Consulta Previa y que hoy el
gobierno da unilateralmente por concluida (¿con qué derecho?), evidenció que
los indígenas están muy lejos de liberarse de ese pasado y por eso tampoco
tienen futuro a la vista, porque el pasado sigue ahí presente. Y en ese
presente, que según Hannah Arendt, es sólo un vacío entre dos tiempos, Ollanta
Humala, el “buen soldado” de Chávez, viene sacrificando la República, perdiendo
la vergüenza y corrompiendo el Estado de Derecho, creando un vacío desolador no
sólo para los pueblos indígenas, también para todos los peruanos. Como si no
fueran suficientes 100 años de soledad.
—-
* Efraín
Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano, director del Colectivo de
Trabajo Jenzerá, grupo interdisciplinario e interétncreadoico a finales del
siglo pasado para luchar por los derechos de los embera katío, vulnerados por
la empresa Urra S.A.
El nombre Jenzerá, que en lengua embera significa hormiga,
fue dado al colectivo por el desaparecido Kimy Pernía.
FUENTE: Efraín
Jaramillo Jaramillo*
No hay comentarios:
Publicar un comentario