No estoy
convencida del balance netamente positivo de la eventual operación de la mina
Tía María en el Valle de Tambo, pero sí de que es improbable que se concrete
debido a que ha sido saboteada, quizás, de manera letal.
Lo
paradójico es que el sabotaje no provino ni de los “espartambos”, ni de los
“lentejeros”, sino que ha sido resultado de su propia estrategia corporativa.
Al
parecer, a algún “creativo” publicista de éxito en tiempos fujimontesinistas se
le ocurrió que agitar el cuco del terrorismo era una buena idea para inclinar
la balanza contra los opositores. Los psicosociales para apoyar la versión han
sido, siendo generosos, inútiles.
Y entre
los actores de este operativo fallido, cuyos favores a la causa son más que
dudosos, figuran desde el congresista Juan Carlos Eguren, hasta el
“interlocutor” de la Southern, Jesús Gómez Urquizo, pasando por varios
ministros de Estado, el inefable jefe de la Policía, Enrique Blanco, un puñado
de periodistas incondicionales y los miembros del tristemente célebre
“colectivo por el Desarrollo de Islay”, cuya vigencia es una ficción ideada en
Lima, igual que su logotipo.
Pero lo
determinante para inclinar claramente la balanza en sentido contrario –más allá
de los eventuales pronunciamientos de los gremios empresariales y mineros – ha
sido la propia estrategia comunicativa de Southern Perú, cuyas falencias se
hicieron evidentes apenas a 5 días de iniciado el paro, con el amago de retiro
de la zona como mecanismo de presión a un gobierno claramente debilitado, bajo
amenaza de llevarse su inversión a otro lado.
Y la
estrella de esta armazón, a juzgar por la inversión, ha sido la campaña
publicitaria originada en el “Centro de Información de Southern”, cuya
machacona repetición es, simplemente, contraproducente.
Entre los
variados “boomerangs” que se lanzan desde el misterioso “Centro”, de logotipo
circular, figuran, por ejemplo, un spot publicitario en el que aparecen,
pletóricos de felicidad, los miembros del “Colectivo por el Desarrollo”,
algunos francamente impresentables ante la población del valle.
El
mensaje, vacío de significado, es un eco de perfecciones, infalibilidades,
lugares comunes, autoelogios, simplezas y manipulación. ¿A quién convencieron?,
¿cuántos nuevos fans de la minería hay ahora en el país?, ¿cuál es el elemento
determinante que hizo cambiar de opinión a millones de peruanos que han
recibido el mensaje diaria y reiteradamente?
La
campaña solo ha servido para poner en evidencia, una vez más, la fractura
social que atraviesa al país y amenaza con hacerlo inviable. No sólo los
publicistas y comunicadores, los funcionarios de la empresa, sus directivos, los
ejecutivos del gobierno, los líderes empresariales y los políticos; todos
ellos, no han entendido nada de lo que realmente ocurre en éste y otros
conflictos.
Como
resultado, después de años de enfrentamientos y pérdidas (materiales, morales y
humanas), no hay ganadores en esta pelea. Todos hemos fracasado. Y, entre los
que más pierden, en primera fila, siempre estarán las poblaciones más débiles y
vulnerables, cargando su pobreza, su desesperanza, su exclusión y humillación
por ser eternamente ninguneados. Sus problemas reales no se guionizan en el
“centro de información” de Southern, ni figuran entre las prioridades de
quienes, casual e irresponsablemente, toman las decisiones en este país.
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