La
historia registra cómo varias decenas de miles de pueblos han sobrevivido y se
han desarrollado por cientos y miles de años. En la actualidad, varias
comunidades tradicionales aún se autoabastecen en selvas, bosques, montañas, desiertos
y en regiones árticas. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), más
de 370 millones de indígenas viven en 70 países y hablan más de 5 mil lenguas.
A medida
que el desarrollo económico penetra hasta en los rincones más aislados del
planeta, muchas comunidades originarias se ven amenazadas, al igual que su
estilo de vida. El avance del progreso significa que se hacen esfuerzos tanto
para extraer recursos vitales para los pueblos indígenas como para integrarlos
mediante la introducción de la medicina occidental y de los sistemas educativo
y económico a su estilo de vida tradicional.
“Hay dos
comunidades no contactadas cerca de mi casa, pero sufren la amenaza de la
exploración petrolera”, dice Moi Enomenga (integrante del pueblo waorani o huaorani,
grupo indígena de la Amazonia que vive en el Este de Ecuador en un área de
exploración petrolera. Nadie sabe cuánto tiempo llevaban allí antes del primer
encuentro con los europeos, a fines del siglo XVII) a Inter Press Service
(IPS). “Para ellos sacar el petróleo de la tierra es como sacarles la sangre
del cuerpo”, ejemplifica.
Ecuador
ratificó la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los
Pueblos Indígenas, que otorga derecho a consulta frente a proyectos de
extracción en sus territorios. Pero según organizaciones, la minería y las
prospecciones ponen en duda el compromiso del gobierno de cumplir esos
derechos, lo que generó varias protestas.
A pesar
de su larga historia, las comunidades indígenas diseminadas por el mundo tienen
en común el estar bajo intensa presión por adaptarse a un sistema económico
globalizado, que les ofrece algunos beneficios pero que destruye su tierra y su
cultura y las convierte en especialmente vulnerables a fenómenos como el cambio
climático.
La vida
es difícil para las comunidades de montaña, porque el impacto del cambio
climático se hace cada vez más evidente, indica Matthew Tauli, integrante de la
comunidad indígena Kankana-ey Igorot, en la región montañosa de Filipinas.
“Necesitamos
cosas pequeñas y sencillas, no grandes obras económicas de desarrollo como
grandes represas o proyectos de minería”, dice Tauli a IPS. Se estima que en
Filipinas viven entre 14 millones y 17 millones de indígenas pertenecientes a
110 grupos etnolingüísticos, que representan casi 17 por ciento de los 98
millones de habitantes.
El estilo
de vida tradicional de una gran proporción de indígenas está en riesgo, por el
desplazamiento forzado y la destrucción de sus tierras ancestrales, según la
ONU.
Protectores
de la naturaleza
Como en
otras partes del mundo, las comunidades originarias desde Luzón, uno de los
tres grandes archipiélagos de Filipinas, a Mindanao, la mayor de las islas del
Sur, luchan para resistir a las formas destructivas del desarrollo. Su lucha es
similar a la de otras regiones, en especial en países como India donde viven
107 millones de indígenas en tribus, como se denomina a las comunidades
originarias también llamados adivasis.
“Resistimos
los esfuerzos del gobierno de hacernos cultivar y plantar los mismos cultivos
en vastas áreas”, relata a IPS el adivasi K Pandu Dora, del meridional estado
indio de Andhra Pradesh, que tiene 49 millones de habitantes. Según el censo de
2011, las tribus constituyen 5.3 por ciento de la población, casi 3 millones de
personas.
El pueblo
de Dora habita en lo alto de la montaña, y practica la rotación de cultivos en
una relación íntima con los ciclos de la naturaleza. Las tribus vecinas que
siguieron el consejo de las autoridades de adoptar métodos agrícolas modernos
con fertilizantes químicos y monocultivos ya atraviesan dificultades, explica
Dora por medio de un traductor.
Con 70
por ciento de las comunidades agrícolas y tribales por debajo de la línea de
pobreza, las prácticas agrícolas no sostenibles son un desastre potencial para
millones de personas. El cambio climático causa estragos a la hora de cultivar
y cosechar, perturba los ciclos naturales a los que están acostumbradas las
comunidades rurales.
En el
Continente Africano, en la zona seca de Kenia, los pequeños agricultores que
dependen de una diversidad de cultivos siguen bien, destaca Patrick Mangu,
etnobotánico del Museo Nacional de Nairobi. “La señora Kimonyi nunca tiene
hambre”, dice Mangu a IPS al describir el terreno de una hectárea de esta campesina,
quien tiene 57 variedades plantadas de cereales, leguminosas, raíces,
tubérculos, frutas y hierbas. La diversidad, principalmente de variedades
locales que producen alimento casi todos los días, es la que permitió
amortiguar el impacto de la sequía para Kimonyi, asegura.
Casi la
mitad de los 44 millones de habitantes de Kenia son pobres, la gran mayoría
vive en zonas rurales de las regiones central y occidental del país. El
aprovechamiento de métodos agrícolas tradicionales puede significar una importante
mejora en los ingresos, la salud y la seguridad alimentaria en el vasto
cinturón agrícola de ese país africano, pero el gobierno todavía debe avanzar
en esa dirección.
En el
mundo, los bosques mejor protegidos son cuidados por indígenas, dice Estebancio
Castro Díaz, de la nación kuna, en el Sureste de Panamá. Por ejemplo, más de 90
por ciento de las selvas controladas por ellos aún se mantienen. Pero no sucede
así en el resto de ese país, que perdió 14 por ciento de su cobertura forestal
entre 1990 y 2010.
“La selva
es un supermercado para nosotros, no se trata sólo de madera. El control local
de los bosques también trae otros beneficios para toda la sociedad”, explica
Díaz.
Como los
árboles absorbenCO2, los bosques saludables contribuyen en la lucha contra el
cambio climático. Las selvas controladas por comunidades locales absorben 37
mil millones de toneladas de CO2 al año, dice a IPS la relatora especial de la
ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, Victoria Tauli-Corpuz. “En
Guatemala, los bosques a cargo de comunidades locales tienen 20 veces menos
deforestación que las que gestiona el Estado; en Brasil es 11 veces menos”,
observa. Pero muchos gobiernos ni reconocen el derecho a la tierra de los
pueblos indígenas ni su forma de gestión, añade.
El
problema general cuando se trata del cambio climático, de la pérdida de
biodiversidad y de llevar una vida sostenible es que requiere cambiar el actual
sistema económico creado para dominar y extraer recursos de la naturaleza,
observa Tauli-Corpuz.
“La
educación y el conocimiento modernos tratan principalmente de cómo ejercer un
mejor dominio sobre la naturaleza. Nunca se trata de cómo vivir en armonía con
ella”, apunta. “Vivir bien es tener una buena relación con la Madre Tierra y no
depender de la dominación ni de la extracción”, resume.
FUENTE: Stephen
Leahy
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