En el
avión desde Los Ángeles, me ocurrió algo que me ha parecido idéntico a la
situación política del país.
Al tomar
el lugar que me correspondía, di las buenas noches a mi compañera de asiento,
pero ésta resultó ser una señora algo malgeniada o quizás muda que volvió la
cabeza hacia la ventana.
Dormí de
un tirón, desperté a las cinco de la mañana y me dirigí al baño del avión. Un
caballero, sentado con su esposa, dos filas antes, hizo lo mismo.
Quizás él
volvió primero y se equivocó. En la oscuridad de la nave, tomó asiento al lado
de la señora muda. Por mi parte, me senté al lado de su esposa. No me di
cuenta.
De
repente, la señora que estaba a mi lado y que yo presumía era la muda, recuperó
el habla y me dijo: “Eres un madrugador, amorcito.”
Sorprendido
por su impertinencia, me puse un antifaz para dormir. No habían pasado cinco
minutos cuando sentí que la mano de la señora muda acariciaba mi cabeza y me
decía: “Peladito, dormilón…”
Me
levanté del asiento indignado, pero de inmediato comencé a presenciar una
escena en el lugar al que había ido el otro caballero, o sea el mío al lado de
la muda. Aquélla gritaba: “Este hombre es un degenerado”
Cuando se
prendieron las luces de todo el avión, la muda continuó “Este hombre ha querido
manosearme.”
El hombre
asustado se puso de pie, y la mujer que estaba a mi lado clamó: “Ese hombre es
mi esposo”. Luego me miró: “¿Y usted, quién es?”
Pasa lo
mismo en el Perú. De un momento a otro, hemos despertado al lado de quien no
esperábamos. Hace cuatro años presencié la campaña de las organizaciones
populares para lograr que el candidato Ollanta Humala llegara al gobierno.
Los
“partidos” de hoy pagan con dinero o especies el aplauso de sus “portátiles”,
la pega de carteles, las pintas y la presencia s en sus manifestaciones. Humala
no necesitó eso. Los campesinos que vi en Cajamarca hacían “cuyadas” para
apoyar al que consideraba su candidato. Un anciano campesino estaba vendiendo
su único borrego para comprar pinturas y hacer cartelones humanistas.
Su
candidato les había dicho que si tuviera que elegir entre el agua y el oro, se
quedaba con el agua.
Eso lo vi
hace cuatro años. El candidato triunfó pero hizo todo lo contrario de lo que
prometía. Desde el primer día, decidió la continuidad del modelo económico y
del acta constitucional de Fujimori. Ante el problema social minero, impuso una
política dura con los de abajo y complaciente con las corporaciones
internacionales.
El hombre
que vendió su único borrego debe de haber sufrido mucho cuando varios de los
suyos cayeron muertos por los balazos de un cuerpo policial que parecía al
servicio de la minera. Aparte de los muertos, el hombre sabe que muchos de sus
familiares y compañeros han sido golpeados y otros padecen injusta persecución
judicial.
La dureza
de una policía a la que se ha dotado de una ley que le asegura impunidad
contrasta con la pasividad del gobierno frente al narcotráfico, la inseguridad
y la delincuencia.
En mucho
se parece a un suceso del siglo pasado. En 1931, una buena parte de la
población votó por Luis Sánchez Cerro pensando que su formación militar y la
dureza de sus facciones eran muestra de firmeza y de dinamismo.
Aunque
tenía listo el fraude electoral, aquél necesitaba masas para la campaña, y los
grupos choloides y afroperuanos se las dieron en la inocente creencia de que
haría un gobierno para quienes se le parecían físicamente, los de abajo. No fue
así. Apenas victorioso, se entregó por completo a los ricos. En todo les sirvió,
con obsecuencia.
Incluso,
llegó hasta el paroxismo demencial de bombardear una ciudad peruana, Trujillo,
y de ordenar la ejecución de miles de ciudadanos. Pero la derecha siempre pide
más y más, y peor todavía, los blancos jamás lo consideraron uno de ellos y
nunca lo admitieron como socio en el Club Nacional.
Sumamente
parecido en el rostro a Sánchez Cerro, quien también se sublevó en el sur, el
actual gobernante-aparte de su inclemencia con los campesinos pobres-sólo ha
exhibido un liderazgo endeble y pusilánime. Durante todos estos años, ha
parecido siempre un ex presidente.
Y a pesar
su total sometimiento ante la derecha, sufre el constante acoso de los grupos
sociales a los que sirve y tanto él como los suyos son tratados con desprecio y
discriminación.
¿Confusión
conyugal? Tal vez. El gobierno trabaja para quienes no lo eligieron, y quienes
vendieron un borreguito o se deslomaron para apoyar la campaña otra vez han
sido postergados y engañados.
FUENTE: Eduardo
González Viaña
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