Por
Ollantay Itzamná*
En el
2012, cuando el Gobierno de Otto Pérez Molina, dócil a los intereses de los
agentes neoliberales, quiso impulsar reformas a la Constitución Política del
Estado. Pero, muchos columnistas, académicos, profesionales y trabajadores de
ONG progresistas se opusieron a dichas reformas, sin mayor propuesta. Sólo
apareció, en ese entonces, en el escenario coyuntural capitalino, una
organización indígena campesina movilizada que entre sus banderas de lucha
planteaba: “No a la reforma constitucional. Sí a una Asamblea Constituyente
Popular”. Pero, pasó casi desapercibida.
En ese
contexto consultamos, sobre la viabilidad de un proceso constituyente, a
algunos dirigentes nacionales de la izquierda política, y la respuesta fue:
“Imposible.
No tenemos ninguna correlación de fuerza a nuestro favor. Si se
instala una Asamblea Constituyente, nos quitan incluso lo poco que tenemos en
la Constitución”.
En estas
últimas semanas, ante las veladas crisis política y económica que evidencian el
colapso institucional y jurídico del Estado, sectores indígenas y campesinos,
frente a la ausencia de propuestas de indignados citadinos movilizados,
plantean la “refundación de un Estado plural mediante un proceso constituyente
popular”. Pero, de igual forma, “analistas” y columnistas de derecha e
izquierda aducen su inviabilidad. Los primeros, arguyendo un posible caos
social. Los segundos, “por que no existe correlación de fuerzas favorables para
una Constitución progresista, ni propuestas de contenidos”.
Si
entendemos el proceso de la Asamblea Constituyente Popular como un camino o
espacio de encuentro ampliado para la concertación de acuerdos mínimos de
convivencia pacífica y para proyectarse como país, ¿por qué asumirla como una
amenaza y no como una oportunidad democrática?
Uno de
los grandes legados del sistema neoliberal vigente, aparte del empobrecimiento
material, es el empobrecimiento mental/cultural. El afianzamiento de: “Nosotros
no podemos. Ellos sí pueden”. La instauración fáctica del pensamiento
unidimensional (del cual habló H. Marcuse) borró no sólo las fronteras teóricas
y prácticas de los actores de derecha y de izquierda (los neoliberalizó), sino
que anuló la capacidad de pensar fuera de los marcos culturales establecidos
por el sistema. Eso hace que el mapa descriptivo que construyen las y los
analistas (para explicar la realidad) no corresponda con las realidades
inéditas de la Guatemala profunda.
El otro
factor determinante para asumir la actitud paranoica de “vencidos para siempre”
es el racismo establecido en el psique de las y los analistas (porque fueron
formados y configurados por una sistema educativo racista). “Si, nosotros, que
somos ciudadanos plenos no podemos. Peor no podrían indígenas y campesinos del
área rural por más que estén organizados”, pareciera ser el pensamiento de los
auto declarados derrotados antes de emprender la contienda constituyente.
Además,
podría estar detrás de esta “rendición anticipada” el síndrome de la
capitalidad que permea a las clases media y popular del país: “Si nosotros
capitalinos no sabemos, ni estamos a la altura de repensar el país, mucho menos
sabrían hacerlo “los ignorantes” del interior del país”.
Sea cual
fuere la causa de esta neofobia (miedo a lo nuevo), lo cierto es que las
resistencias comunitarias frente al despojo del sistema neoliberal, desde sus territorios,
en consonancia con organizaciones como CODECA y CNOC, plantean la construcción
de un nuevo Estado, mediante un proceso constituyente popular y plurinacional.
En el
imaginario de estas organizaciones, la Asamblea Constituyente, no es asumida como
la reunión de “notables” o “expertos honorables de traje y corbata” para
escribir y aprobar una nueva Constitución Política, sino como un largo camino
de inclusión que requiere del involucramiento organizado o no de todos los
pueblos y sectores con visión de país.
Algunos
núcleos regionales de CODECA ya se encuentran en la etapa preconstituyente,
informándose y socializando información sobre el proceso constituyente. Porque
el proceso constituyente es eso: un camino con diferentes etapas y con la mayor
participación posible.
Si todos
los y las indignadas del país comienzan a articularse en asambleas/
organizaciones locales, nacionales y regionales para construir propuesta para
el método del proceso constituyente y contenidos de la nueva Constitución, entonces,
sí es posible repensar el país, con nuevas leyes, nuevas instituciones y nuevos
proyectos de vida. Sí es posible la fecundación de un sujeto sociopolítico
constituyente.
Guatemala
no está condenada a vivir sometido al miedo de sus derrotas/fracasos. Lo que no
se pudo ni con las primaveras fugaces, ni con la guerra de guerrillas, ni con
los Acuerdos de Paz, se puede con un camino constituyente democrático e
intercultural. Para ello, debemos creer en nosotros mismos. Creer en la fuerza
organizativa del pueblo. Estar dispuesto a renunciar a los privilegios. Y
pensar más allá de lo que nos acostumbró la hegemonía cultural neoliberal.
La lucha
ya no es por nosotros/as, sino por quienes vienen después de nosotros. Estos
tiempos exigen zafarnos de los corsés teóricos prefabricados, abandonar los
manuales aprehendidos. El sentido del momento histórico nos exige hacer de esta
crisis estatal una verdadera pedagogía creativa fecunda para la emancipación.
—-
*Ollantay
Itzamná, indígena quechua. Acompaña a las organizaciones indígenas y sociales
en la zona maya. Conoció el castellano a los diez años, cuando conoció la
escuela, la carretera, la rueda, etc. Escribe desde hace 10 años no por dinero,
sino a cambio de que sus reflexiones que son los aportes de muchos y muchas sin
derecho a escribir “Solo nos dejen decir nuestra verdad”.
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