Por
Gerardo Honty*
Alainet,
24 de mayo, 2015.- El Departamento del Interior de Estados Unidos aprobó el
pasado lunes 11 de mayo el plan de Shell para la explotación de petróleo en el
mar de Chukchi, frente a las costas de Alaska. Es una decisión que parece ir en
contra de la política climática y ambiental que el gobierno de Estados Unidos
ha dicho promover, y resulta un duro mensaje al mundo en general en el año en
que se espera alcanzar un acuerdo climático.
La
explotación de las reservas en el Océano Ártico tiene el potencial de liberar
un adicional de 15,8 mil millones de toneladas de CO2 a la atmósfera
(equivalente a las emisiones de todos los automóviles de Estados Unidos durante
13 años) y el aumento de las concentraciones globales de CO2 en 7,44 partes por
millón[1].
La
Secretaria Ejecutiva de la Convención de Cambio Climático, Christiana Figueres
dijo que no haría comentarios sobre los detalles de la decisión de Estados
Unidos. Pero, hablando en general, dijo que el gasto de enormes sumas para
extraer combustibles fósiles de entornos remotos – lo que ella denomina
“inversiones de carbono de alto costo” – es una propuesta arriesgada. “Hay una
creciente cantidad de análisis que apunta al hecho de que tenemos que mantener
la gran mayoría de los combustibles fósiles bajo tierra”[2]. Y agregó: “Uno
tiene que cuestionar la prudencia de seguir adelante con este tipo de
inversiones”[3].
Pero para
Shell, mantener el petróleo bajo tierra es imposible. Ben van Beurden,
presidente ejecutivo de Shell, dijo al Washington Post que el petróleo y el gas
seguirán siendo necesarios, incluso si la energía solar y eólica expanda a
tasas espectaculares. “Uno podría decir, ‘no te preocupes, todo va a ser
suministrado por fuentes renovables’ pero eso es una fantasía. Si nos fijamos
en el escenario más optimista, el 75 por ciento de que la demanda de energía
hacia la mitad de este siglo, viene de fuentes fósiles”.
El Ártico
Se estima
que la región contiene un 20% del petróleo y gas natural no descubiertos en el
mundo (23.6 mil millones de barriles de petróleo y 104.41 billones de pies
cúbicos de gas) y la compañía espera iniciar la perforación a mediados de año.
Pero el
mar de Chukchi es un lugar difícil y peligroso para perforar. La zona es
extremadamente remota, a cientos de kilómetros de cualquier ciudad o puerto de
aguas profundas, en medio de un mar a temperaturas extremas y olas de 20 pies,
lo que hace compleja una acción rápida en caso de un accidente. El desastre de
la plataforma Deepwater Horizon de BP ocurrido en abril de 2010, que ya ha
costado más de 14 mil millones de dólares en tareas de limpieza que aún no
terminan, parece no haber servido de escarmiento.
Y la
probabilidad de que un accidente ocurra es bastante alta. Según la propia
oficina federal estadounidense encargada de evaluar los riesgos del proyecto de
Shell, hay un 75% de posibilidades de que ocurra un derrame mayor a 1000
barriles de petróleo[4].
Los
antecedentes de Shell no son buenos en la zona. En 2012 la empresa se vio
obligada a evacuar su plataforma Kulluk, luego de encallar cerca de la isla
Sitkalidak, en Alaska. El mismo año, el Noble Discoverer -uno de los barcos de
perforación que Shell planea volver usar ahora- tuvo que responder por varios
delitos y violaciones de seguridad y ambientales que lo llevaron a pagar multas
por 8 millones de euros[5].
¿Por qué
ahora?
El precio
del petróleo viene cayendo desde hace un año (más de un 50% desde junio del año
pasado) y la explotación en áreas de difícil acceso como las arenas bituminosas
de Alberta, sitios de aguas profundas de Brasil y pozos costa afuera en el
Ártico, es demasiado costosa. Entre marzo de 2013 y marzo de 2014 las 127
empresas petroleras más relevantes a nivel mundial habían sumado ventas por USD
568 mil millones (MM) pero habían gastado USD 677 MM. La diferencia de USD 110
MM fue cubierta aumentando el endeudamiento (USD 106 MM) y venta de activos
(USD 73MM) de manera de asegurar dividendos a los accionistas[6].
En los
últimos 4 años las compañías productoras de petróleo no convencional en Estados
Unidos han presentado pérdidas por USD 21 MM aún en tiempos en que el promedio
de precios fue de USD 95 por barril de petróleo[7].
Es un
panorama que parecería bastante desalentador para la industria, pero Shell ya
lleva gastados USD 6 mil millones en el Ártico y apuesta al aumento de la
demanda y a la suba de los precios. Ann Pickard, vice presidente de la empresa
en el Ártico, lo ha explicado de esta manera: “Aunque el precio del petróleo se
ha desplomado desde agosto pasado, Shell no cree que los precios se mantendrán
bajos en el largo plazo. La producción de los campos existentes está cayendo a
una tasa promedio del 5 por ciento al año por lo que la necesidad de una nueva
oferta podría ser de hasta cinco millones de barriles al día por lo menos hasta
2030. Tenemos que planificar con mucha antelación y los recursos del Ártico son
fundamentales para esta planificación”[8].
Shell, al
igual que todas las empresas del petróleo, se enfrentan al problema del “pico”
del petróleo convencional y la necesidad de abrir nuevas fronteras no
convencionales a pesar del riesgo que eso implica. La producción de las 5
mayores petroleras mundiales (BP, Exxon, Chevron, Shell y Total) ha caído casi
un 30% en los últimos 10 años (hoy producen menos de 8 Mb/d).[9]
Impacto
en la negociación climática
La
autorización por parte del gobierno de Estados Unidos a la empresa Shell para
explotar el petróleo del Ártico parece irracional. Va en contra de la política
climática del propio gobierno y pone en alto riesgo uno de sus ecosistemas más
frágiles en una explotación que a priori va a dar pérdidas. El supuesto que
parece haber detrás de la decisión es que el mundo va a continuar aumentando su
consumo de petróleo, a un precio de al menos el doble del actual y más allá de
las certezas del descalabro climático.
Esta es
una señal que no va a pasar inadvertida entre los delegados que se reunirán
dentro de dos semanas en Bonn a debatir un acuerdo climático global. Este
diciembre se espera alcanzar un nuevo protocolo en el marco de la Convención de
Cambio Climático de Naciones Unidas, y esta intersesional que se llevará a cabo
del 1 al 11 de junio en la ciudad alemana, es clave para identificar los
avances en las negociaciones.
La
decisión de Obama le quita credibilidad (si es que alguna le quedaba) a las
intenciones del gobierno de Estados Unidos de alcanzar un acuerdo global y
vinculante que evite un aumento de la temperatura global del planeta más allá
de los 2°C. Si las expectativas eran bajas, este nuevo escenario parece
llevarlas al nivel del subsuelo.
* Gerardo
Honty es analista de CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social)
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