Hubo tres momentos en que la izquierda
peruana, expresión política de las clases populares del país del campo y la
ciudad, actuó como una sola fuerza.
El primero fue entre 1928 y 1964,
cuando se primera división del Partido Comunista, que por entonces reunía en
sus filas a gran parte de las dirigencias obreras y campesinas, y hacía frente
a los partidos de la oligarquía (UNO, MDP), a la que se había coaligado el
partido fundado por Haya de la Torre.
En los 80, luego de una fragmentación
devastadora, las izquierdas volvieron actuar juntas, a resultas de lo cual
obtuvieron el triunfo de Alfonso Barrantes a la alcaldía de Lima, en l983, y en
l986 lograron el 30% de la votación nacional.
El 2011 las izquierdas volvieron a unirse,
esta vez en silencio, para apoyar la candidatura de Ollanta Humala que prometía
ser leal. Se produjo el encuentro práctico y desprendido entre los nuevos
grupos populares que hablan de nacionalismo, multiculturalidad, derechos
indígenas y de las minorías, de ambientalismo.
La mayoría de ellos se desencanto de
Humala, pero siguieron Actuando. La izquierda ha crecido en perspectivas y en
colectivos colectivos.
No se ve por qué todos ellos no podrían
volver actuar unidos y apostar a un mismo rumbo en las actuales condiciones.
Porque todos ellos son grupos que representan al pueblo que sufre 30 años de
paquetes neo liberales, que no han resuelto el problema de la desigualdad y sus
graves consecuencias de aumento de la criminalidad, la corrupción y la inseguridad.
Todas estas corrientes – socialistas,
nacionalistas, indigenistas, ambientalistas – continúan la tradición popular
que viene desde el siglo XVI con la resistencia andina y prosigue con las
luchas independentistas, la protesta
anarquista, la militancia comunista, el anti imperialismo y el nacionalismo. Su desafío es confluir,
rearmar la opción popular de izquierda para hacer un país más compartido y
menos avariento.
La izquierda le hace
falta al pueblo, como le hace falta al país, porque ella Recoge la fuerza ética
para enfrentar la corrupción sin dobleces. Porque afirma la solidaridad contra
el individualismo, la cooperación
contra la competencia fratricida, la equidad contra el derroche, la justicia
contra la lujuria egoísta, el equilibrio contra la depredación ambiental.
Porque en fin de cuentas, denuncia los excesos del capitalismo que quisiera
convertir en mercancías hasta las almas.
Tanto mejor si los colectivos de
izquierda pueden unirse sin condiciones sin discusiones; sin hacer de la unidad
un asunto de cálculo de grupo o materia de pronóstico pesimista. Para andar
juntos tampoco hace falta gran debate ni diseñar un rumbo perfecto. Sobre todo
hay que actuar, decidir, comprometerse; trabajar la unidad en la práctica.
Y el primer paso para ello tiene que
ser un paso de gesto incondicional, del tipo: ”yo apuesto por la reunificación
y aporto a ella sin pedir nada a cambio. Depongo mis prejuicios, mis logros,
mis apetitos de dirigente exclusivo, mis logos, mis maniobras y me atengo a lo que
decidamos entre todos”.
Las únicas condiciones que se
deben exigir son aquellas que garantizan justamente la unidad: una organización
que todos respeten, un programa que todos defiendan, una dirección política
descentralizada, elección democrática de candidatos y dirigencias internas, y
aprender a discrepar entre dirigentes – o colectivos – que vienen de visiones
diferentes, pero marchan en la misma dirección.
Por último, la confluencia tiene que
ser indudablemente de izquierdas. No hace falta ningún camuflaje porque el
programa de la izquierda nunca ha si do sectario. Tiene aptitud para beneficiar
a todos los sectores del país. A los pobres del campo y la ciudad, a las clases medias, al pequeño,
mediano y gran empresariado que
cree e invierte en el Perú.
Dignidad y Democracia Nro. 004 Abril 2015
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