La primera vuelta de las elecciones
argentinas del pasado 25 de octubre indudablemente trajo sorpresas. La ventaja
de las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) de agosto, en las
que Daniel Scioli le sacó ocho puntos a Mauricio Macri (39-31%), se redujo
dramáticamente en la primera vuelta de las generales a 2.6% (36.8 – 34.2). Esta
situación hace difícil la posición de Scioli y el conjunto del kichnerismo de
cara a la segunda vuelta, ya que el tercer candidato más votado, Sergio Massa
con el 21%, es un peronista disidente que ha tenido fuertes enfrentamientos con
el kichnerismo y los voceros oficialistas, por lo que se cree estaría más
inclinado a votar por Macri.
¿Qué ha sucedido para que exista esta
poca diferencia entre Scioli y Macri? Para la
derecha latinoamericana en campaña contra el gobierno kichnerista de
Cristina Fernández de Kichner desde hace varios años, la razón es muy sencilla,
se debe al mal gobierno del peronismo de izquierda que ha llevado al rechazo creciente
del pueblo argentino. Sin embargo, acercándonos más al fenómeno podemos notar
algunos detalles significativos.
Si algo caracterizó la interacción
política argentina en los últimos doce años (2003-2015) fue una extrema
polarización. Pero la polarización es un arma de doble filo. Puede servir para
ganar pero también puede llevar al asilamiento de las mayorías, entre estas dos
consecuencias se ha debatido el kichnerismo. La polarización tiene dos
orígenes, la cultura política argentina misma, caracterizada por la
contradicción peronismo-antiperonismo como expresión de la antigua lucha anti
oligárquica y las transformaciones sociales llevadas adelante por los últimos
tres gobiernos kichneristas que han polarizado fuertemente la interacción, en
especial con los sectores de la derecha local e internacional. En previsión de
los efectos nocivos de la polarización Néstor Kichner desarrolló la táctica del
“Frente Transversal”, un intento de alianza del peronismo con algunos sectores
progresistas y de izquierda. Sin embargo, esta táctica no rindió muchos frutos,
centrándose luego en la recuperación de la hegemonía dentro del peronismo. Este
último propósito orienta la alianza con Daniel Scioli.
Scioli, sin embargo, no es un
original K. Es un deportista famoso que nace a la política con Carlos Menem,
del peronismo derechista, y luego es reclutado como vicepresidente por Néstor
Kichmer. Su carácter de hombre tranquilo y que habla poco era considerado un
equilibrio. A pesar de estos avatares ha sabido, sobre todo en su puesto de
gobernador de la provincia de Buenos Aires, conservar una elevada popularidad.
Así es como termina como candidato presidencial del kichnerismo o “Frente por
la Victoria” por su membrete electoral. No es casualidad por otra parte que su
compañero de fórmula, impuesto por Cristina, sea Carlos Zanini, algo así como
el “guardián del templo”, el hombre detrás de cada una de las grandes
decisiones de reforma social y democrática de los gobiernos de Néstor y
Cristina Kichner.
Por esto Scioli no es el líder de una
alternativa muy clara, como sí lo fueron Néstor y Cristina y lo ha sido el
kichmerismo en un ambiente polarizado. Es más, su campaña, si bien enfatizó la
continuidad con el proyecto kichnerista, no privilegió la confrontación con
Macri sobre aspectos cruciales como los derechos sociales logrados en estos
años y el fantasma del ajuste económico con pago a los fondos buitres que ronda
en la retórica derechista. Esta falta de liderazgo de la polarización parece
haberle pasado la factura.
Macri por su parte ha consolidado el
reclamo de la clase media y la clase alta frente a la redistribución de los
ingresos realizada en la última década, así como ha consolidado también la
simpatía de los medios concentrados que ven en él una tabla de salvación contra
la democratización de las comunicaciones. Además, si bien en la campaña ha
moderado su discurso, ya ha dicho en el pasado que procederá al ajuste
económico y a pagarle a los fondos buitres. Nuevamente, llevará a cabo, como
otrora ya lo han hecho la derecha y las dictaduras militares, a una masiva
expropiación de recursos del pueblo argentino.
En estos pocos días hasta la segunda
vuelta a Scioli no le queda otra cosa que polarizar. Tendrá que sacar una garra
que no se le conoce y quizás hasta ayudarse con la Cámpora, la agrupación
juvenil super K, experta en estos menesteres, para llevar a Macri a un terreno
vedado: la discusión sobre el ajuste económico y los derechos sociales
recuperados en estos doce años. El objetivo son los votos de Sergio Massa, los
únicos que pueden llevarlo a la presidencia.
Más allá de lo que diga Massa, su
votación también proviene de sectores peronistas, desafectos con la conducción
kichnerista por diversas razones, pero que también han gozado de los beneficios
sociales y temen, con razón, que los perderían de salir Macri y proceder al
ajuste neoliberal. Si Scioli logra instalar la idea de que lo avanzado en
derechos y participación se perdería, puede voltear el partido. Tres semanas,
sin embargo, son pocas para este cometido, por lo que el final será muy
ajustado y sin vaticinios seguros que hacer.
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