Cerrando un período de relativa
estabilidad social, económica y política, iniciado en 2003 con el arribo de
Lula a la presidencia de la República y consolidado en 2005 con la recuperación
del crecimiento, la sociedad brasileña asistió, a partir de 2013, al creciente
aumento de la efervescencia social; la inflexión del ciclo de expansión de los
negocios que había alentado un modesto dinamismo económico, tras décadas de
marasmo; y la acelerada descomposición del pacto político que había hecho
viable la transición negociada desde el régimen militar al Estado de derecho.
Desde entonces, el fin del letargo social, el espectro de un estancamiento de
larga duración y la exacerbación de la inestabilidad política atizaron la lucha
de clases.
El temor de que la creciente ola de
inquietud social pudiese escapar al control y abrir brechas para la irrupción
de las clases subalternas en el escenario histórico (como ocurrió con la
sorprendente rebelión urbana de 2013) alarmó a las clases dominantes con el
riesgo de una insubordinación de los pobres. Las concesiones hechas a las clase
subalternas habrían ido más allá del límite de lo razonable, poniendo al orden
del día la urgencia de contener el ímpetu de las reivindicaciones sociales y
cortar de raíz el proceso de ascenso de las masas. Acicateados por los grandes
medios de comunicación de masa, y con luz verde de la gran burguesía, los
pudientes se lanzaron a la ofensiva.
El nuevo contexto histórico agudizó
la guerra fratricida entre las alas izquierda y derecha del establishment. A
falta de discrepancias sustantivas de proyecto político -puesto que ambos están
perfectamente encuadrados en los parámetros más generales del neoliberalismo-
la lucha entre los partidarios del orden por el control del Estado asumió la
forma de una encarnizada disputa para definir quién podría ser el operador
político más capacitado para administrar el ajuste del Brasil a las nuevas
exigencias del capital, internacional y nacional, en tiempos de crisis. Más
allá de las pasiones ciegas que alimentan falsos antagonismos, la
diferenciación entre las dos facciones que polarizan la disputa política giró
en torno a la forma de combinar "cooptación" y "fuerza
bruta" como mecanismo de dominación de las clases subalternas.
En la guerra para decidir quién
quedaría en el comando del Estado, la primera batalla fue ganada por el ala
moderada del partido del orden, con la reelección de Dilma Rousseff a la
presidencia de la República en 2014.Fue una victoria de Pirro. Al adoptar el
programa económico de su adversario, Dilma se aisló de su base social y abrió
camino a una contraofensiva reaccionaria. De tanto ceder al chantaje del
mercado y de la fisiología [denominación que se da en Brasil a la mayoría
acomodaticia del parlamento-NdT] la Presidenta terminó comprometiendo su propio
lugar en la coalición liberal-fisiológica. El vacío político generado por la
pérdida de su autoridad fue ocupado por Eduardo Cunha y Michel Temer. Su suerte
quedó definitivamente sellada cuando, contrariando al Planalto [sede de la
presidencia], el PT decidió que sus diputados no apoyaran al presidente de la
Cámara de diputados en la Comisión de Ética. Antes de que Dilma hubiese
completado quince meses de su segundo mandato, su base de sustentación
parlamentaria se desplazó aún más hacia la derecha y el gobierno se desmoronó.
El Supremo Tribunal Federal bendijo el proceso. La democracia de bajísima
intensidad revelaba ser demasiado amplia para las exigencias del momento. La
burguesía debió recurrir a una forma de gobierno abiertamente espuria.
La caída de Dilma fue asimilada por
el conjunto de la sociedad sin conmoción. Más allá de acciones aisladas de
algunos movimientos sociales, la mayoría de la población se mantuvo apática
ante los acontecimientos que agitaban Brasilia. Un desinformado que llegase al
país ni siquiera advertiría que la jefa de Estado acababa de ser depuesta. La
docilidad del PT fue sorprendente. No hubo ningún esbozo de resistencia. Dilma
dejó el Planalto de manera protocolar. Entre los dirigentes y parlamentarios
del PT, la energía puesto en la batalla por el relato del golpe fue superior al
esfuerzo para evitarlo. En el momento decisivo, Lula se hizo el muerto, más
preocupado por negociar su propia situación con los futuros dueños del poder que
en enfrentarlos. Con la honrosa excepción del abogado General de la República,
José Eduardo Cardoso, que se jugó en cuerpo y alma en la defensa "del
cumplimiento del debido proceso legal", los demás componentes del gobierno
parecieron no haber alterado su rutina, comenzando por la misma Presidente,
que, incluso en las peores horas de la crisis, no desatendió sus ejercicios
matinales. La imagen de Dilma pedaleando plácidamente en los alrededores del
Alvorada, mientras se decidía su destino en las covachas del Congreso Nacional,
es una metáfora de su falta de estatura para el cargo. La presencia de
parlamentarios del PT, exponentes de la batalla contra el impeachement,
confraternizando con parlamentarios de la tropa de choque de los golpistas, en
la fiesta Junina ofrecida por la ministra recientemente depuesta Kátia Abreu,
revela la promiscuidad y liviandad de los actores del drama.
El apartamiento de la Presidente
cerró melancólicamente trece años de ilusión en que la esperanza vencería al
miedo. El sueño de que un gobierno de conciliación de clases sería capaz de
crear un Brasil para todos terminó en pesadilla. Los fuertes vientos que
llevaran a Lula al poder en el comienzo de los años 2000 no fueron aprovechados
para romper el círculo de hierro del capitalismo dependiente. El
"mejorismo" petista no cuestionó las estructuras responsables de la
perpetuación del status quo. Los nexos indisociables de negocios, segregación
social y dependencia externa se mantuvieron incólumes, y los males del subdesarrollo
reaparecieron con fuerza redoblada. De la noche a la mañana, el sentimiento
triunfalista de que el Brasil caminaba hacia el desarrollo sustentable dejó
lugar a la generalizada sensación de que, en verdad, el país se hunde en el
descalabro.
En nombre del orden y del progreso,
los aventureros que asumieron el poder, sin ninguna legitimidad para
radicalizar una política que había sido rechazada en las urnas, se lanzaron
vorazmente contra los derechos de los trabajadores, las políticas sociales y la
soberanía nacional. Los ministerios económicos fueron entregados a la saña del
mercado y los demás, a los apetitos de la fisiología. La muy alta coincidencias
de nombres claves entre los próceres que integran el gabinete de Temer y los
que fueron parte de las administraciones petistas, evidencia que el nuevo
gobierno no es la negación del anterior, sino su metástasis. Uno es
consecuencia del otro. Dando la espalda a sus electores, Dilma abrió la caja de
Pandora y liberó las taras del capital. Llevando al paroxismo la tercerización
del gobierno en favor del PMDB, el PT pasó a ser superfluo. Convirtiéndose en
mera pieza decorativa, Dilma perdió su credencial para permanecer en el
Planalto. La radicalización del ajuste neoliberal requiere la acción de un
Estado de excepción abiertamente autocrático. La notoria discrepancia entre la
inmoralidad y absoluta falta de compostura en el "piso de arriba" y
el rigor y disciplina que se les exige a los del "piso de abajo" debe
intensificar aún más la lucha de clases.
Más allá de las bravatas para
consolar militantes frustrados, la decisión de mantener las alianzas políticas
y electorales (a nivel de estados y municipios) con los partidos golpistas,
evidencia la plasticidad y desfachatez con que el PT aceptó la nueva realidad.
El compromiso de hacer una "oposición responsable", comprometida con
la "racionalidad económica" y con el "respeto a las
instituciones", reitera la identidad del PT con los imperativos del
capital. Al avalar la violencia institucional de la que fue víctima, reconociéndola
como un hecho consumado que, por más paradojico de que sea, forma parte de la
reglas del juego, el PT acató los parámetros democráticos aún más devaluados de
un Estado de excepción que no vacilará en apelar a nuevas violencias y hacer lo
que fuese necesario para garantizar la estabilización de la economía y la
pacificación de la nación. Incorporando definitivamente el espíritu de quienes
la atormentaban, Dilma cayó enalteciendo la ley de responsabilidad fiscal y
haciendo juramentos de fidelidad a las exigencias del mercado. En un esfuerzo
desesperado por volver al poder, llegó a afirmar que mantendría al infame
Henrique Meirelles en el Ministerio de Hacienda. En plena recesión, la patética
reiteración del principio liberal de equilibrio fiscal como cláusula pétrea de
un gobierno responsable, legitimó el proceso de criminalización de toda y
cualquier gestión económica que no se someta a los ideales de la doctrina
neoliberal -el discurso ideológico que, por ironías del destino, fundamentó la
farsa institucional que justificó su destitución. El PT cerró su ciclo en el
poder central rendido al pragmatismo del fin de la historia con todo lo que lo
acompaña. En la oposición, el partido de Lula será el complemento necesario y
funcional de la situación. En el próximo período, le cabrá un doble papel:
evitar a cualquier precio la aparición de fuerzas políticas que puedan
acreditarse como alternativas anti sistémicas, y servir como reserva política
estratégica para la eventualidad de que un agravamiento de la crisis nacional
exigiera la vuelta del gran líder como forma de apaciguar las masas exaltadas.
Para ello, partido solo deberá adaptar su estrategia política -fintas con la
izquierda para golpear con la derecha- a las nuevas instancias de la vida
nacional.
II. La batalla por el relato de la
crisis
Los desprolijos relatos que
racionalizan la posición de los antagonistas trensados en la disputa que llevó
a la destitución de Dilma, en nada contribuyen a la comprensión de las graves
contradicciones que condicionan la vida nacional.
Los que atribuyen la crisis económica
brasileña a desequilibrios fiscales, supuestamente provocados por créditos
suplementarios calificados como "pedaleadas fiscales", según propone
el simplón discurso de los liberales tupiniquins ("verde-amarelos"),
repetido día y noche en los medios de comunicación, ignora que la crisis fiscal
no es causa, sino efecto de la crisis económica. La justificación de la
destitución de Dilma como paso necesario para la solución de la crisis económica
y recuperación del crecimiento, ignora que la austeridad fiscal disminuye la
demanda agregada y, en consecuencia, fortalece la tendencia recesiva que
deprime las expectativas de inversión de los empresarios. El alegato de que los
créditos suplementarios -las "pedaleadas fiscales"- caracterizarían
el crimen de responsabilidad no toma en cuenta que se trata de una práctica
habitual en la administración pública brasileña, generalizada en todas las
esferas de gobierno, y que no está tipificada en la Constitución como motivo
para la destitución de una autoridad electa.
El discurso moralista que imputa la
corrupción generalizada al copamiento del Estado por el PT omité de Lula y
Dilma meramente avalaron la promiscuidad entre lo público y lo privado de sus
antecesores. La corrupción sistémica es una característica inherente al Estado
brasileño, penetra en todos los poros de la adminiatración pública y envuelve a
todos los partidos del orden. El enaltecimiento de los promotores federales que
conducen la operación Lava Jato y del juez Sergio Moro como figuras que están
por encima del bien y el mal, comprometidas con el saneamiento de la política,
ignoran el hecho evidente de que el rigor con las fechorías del PT es
proporcional a la condescendencia con las fechorías de sus opositores. En la
mejor tradición de la justicia brasileña, la República de Curitiba funciona con
la norma que establece "para los amigos todo, para los enemigos, la
ley". Los que esperan una solución jurídica de la grave crisis ética que asola
la nación hacen recordar las aventuras fantásticas del Barón de Munchausen, que
se salvó del pantano en que se hundía tirándose de los cabellos. La corrupción
es parte de las reglas del juego y el poder judicial no está por encima de la
Ley. Problemas políticos, relacionados con la forma de organización del poder,
sólo pueden ser resueltos con decisiones políticas. Sin la corrupción
sistémica, la dominación burguesa colapsa.
En contrapartida, los que reducen la
crisis política a una crisis de gobernabilidad, provocada por la falta de
escrúpulos de una oposición golpista que, en una coyuntura económica delicada,
puso todas las fichas al "mientras peor mejor", según repite la
cantinela petista, esconde el hecho notable es que el gobierno Dilma cayó porque
fue incapaz de administrar sus propias contradicciones -problema potenciado por
la sorprendente ineptitud de su alto comando. Al subordinar la razón de Estado
a los imperativos del gran capital, el gobierno petista quedo sujeto a la
desestabilización desde el momento en que su estricta funcionalidad al mercado
quedó comprometida. Al vincular su base de sustentación parlamentaria con lo
que hay de más corrupto y fisiológico en la política brasileña, quedo sujeto a
la fuga de las ratas en cuanto el barco comenzó a hacer agua. Al mantener
intacto el monopolio de los grandes medios de comunicación, con la ingenua
suposición de que la docilidad con los magnates de los medios tendría como
contrapartida su relativa neutralidad la guerra por el poder, quedo
completamente desarmado para impedir su excecración pública. Finalmente y,
sobre todo, al negar la organización independiente de los trabajadores como
fuerza motriz de las transformaciones sociales, el PT fomentó la fragmentación
y el desaliento de las masas, comprometiendo la movilización de la única fuerza
social potencialmente capaz de enfrentar una conspiración urdida en las altas
esferas del poder.
El relato de que la presidenta fue
víctima de un "golpe" no es falso, pero omite el hecho de que el
primer golpe -la estafa electoral- fue cometido por la misma Dilma, al jurar en
la campaña electoral que no haría el ajuste fiscal "ni siquiera si las
vacas tosieran". Denunciar el segundo golpe, ocultando el primero, es
dejar en la sombra el hecho que la verdadera víctima de los atentados contra la
democracia es la clase trabajadora, que votó de manera inequívoca contra el
ajuste neoliberal. En la conspiración contra los derechos de los trabajadores,
Dilma y Temer son cómplices, pues el segundo golpe sólo remató el primero. Más
todavía. La denuncia del golpe parlamentario como un atentado contra la
democracia, sin la debida ponderación carácter limitado de la democracia
brasileña, no permite percibir la esencia de la crisis que conmueve al sistema
representativo: la impermeabilidad del Estado brasileño a las demandas
populares. Sobrevalorar los aspectos formales de la democracia brasileña, sin
la debida explicitación de su real contenido, es una forma capciosa de esconder
los atentados perpetrados por el PT contra la clase trabajadora y mantener el
debate político herméticamente encuadrado en la lógica estrecha del cretinismo
parlamentario.
III. La crisis en perspectiva
histórica
Puestos en perspectiva histórica, el
derrocamiento del gobierno del PT y el ascenso de la República de los
Delincuentes deben ser vistos como un capítulo en la severa crisis económica
rica que conmueve la vida nacional. Más que dificultades coyunturales que
podrían ser resueltas en poco tiempo mediante la sustitución de administradores
incapaces y la adopción de medidas técnicas e institucionales, los problemas
brasileños reflejan contradicciones estructurales, complejamente determinadas
por fuerzas externas e internas en la sociedad nacional. Para bien o para mal,
tales contradicciones no serán resueltas sin transformaciones de gran
envergadura en las estructuras económicas, sociales y políticas.
La perspectiva de un escenario
económico de gran inestabilidad, que pone en el horizonte la posibilidad de un
estancamiento de larga duración, es resultado fundamentalmente de la absoluta
impotencia de Brasil para defenderse de los efectos devastadores de la crisis
que paraliza la economía mundial. Después de décadas de creciente exposición a
la furia de la competencia global, la economía brasileña perdió los eslabones
estratégicos de su sistema industrial y comprometió la eficacia de sus centros
internos de decisión, quedando sin medios objetivos y subjetivos de practicar
una política económica capaz de defender los intereses nacionales. Sin
mecanismos endógenos de expansión de la demanda agregada, el empuje propulsor
del crecimiento pasó a depender de factores exógenos a la economía nacional. En
estas condiciones, en tanto el comercio exterior se mantenga deprimido, no hay
cómo recuperar de manera sustentable el proceso de generación de renta y
empleo. Al relegar al Brasil a una función aún más subordinada en la división
interna del trabajo, la "integración profunda", comandada por los
Estados Unidos, debe agravar la dependencia comercial del país en relación con
la expansión de la demanda de productos agrícolas y minerales en el mercado
internacional.
La expectativa de una creciente
inestabilidad política está determinada por la crisis estructural que conmueve
al sistema representativo. Evidenciando la presencia de un gigantesco malestar
social, la intensificación de la lucha de clases cuestiona la funcionalidaed
del pacto de poder que viabilizó la transición lenta, segura y gradual desde el
régimen militar a la democracia de baja intensidad de la Nova República. El
carácter estructural de la crisis política se hace patente con la total
incompatibilidad entre los principios que fundamentaran la constitución de 1988
-la conquista de derechos de ciudadanía, la creación de las políticas públicas
y la afirmación de la soberanía nacional- y las directrices que orientaron la
ofensiva neoliberal iniciada por Collor, consolidada por Fernando Henrique
Cardoso y continuada por Lula y Dilma-, la embestida del capital contra los
derechos de los trabajadores, el ataque del rentismo a los fondos públicos y el
avance del mercado sobre el Estado. Las jornadas de junio de 2013 agudizaron
las contradicciones. Los jóvenes ganaron las calles para exigir el cumplimiento
de la Constitución. Sin embargo, los imperativos del capital en tiempos de
crisis apuntan en la dirección opuesta. El carácter irreconciliable de las
voluntades políticas que polarizan la lucha de clases no deja margen para
componendas. La acelerada daescomposición del gobierno Dilma y el carácter
espurio de su sucesor expresan el antagonismo irreparable entre voluntades
políticas inconciliables: la exigida en las calles y en las urnas y la exigida
por el llamado mercado, manifestada en los ultimátum de las agencias
internacionales evaluadoras del riesgo y en la cantinela neoliberal martillada
día y noche por los grandes medios de comunicación. Hasta que este antagonismo
no sea resuelto, de una u otra forma, no hay la menor posibilidad de que Brasil
pueda volver a vivir un ciclo de expansión y paz social.
Dentro de los parámetros del orden
global, la solución para la crisis brasileña pasa por el reciclaje del patrón
de acumulación liberal-periférico por la recomposición del patrón de dominación
autocrático-burgués.
En los marcos del liberalismo, las
crisis económicas son enfrentadas invariablemente por una profundización de las
reformas liberales. Lo fundamental es ajustar la economía y la sociedad a los
nuevos imperativos del patrón de competencia global dictado por el gran
capital. A corto plazo, el ajuste plantea la necesidad de recomponer la tasa de
ganancia del capital y abrir nuevos negocios para los capitales excedentes, con
políticas de ajuste salarial, recorte del gasto público, disminución de la
carga tributaria a las empresas, recomposición del rentismo sostenido por la
deuda pública, ampliación de privatizaciónes, profundización del proceso de
liberalización. A largo plazo, el ajuste consiste en adecuar la economía
brasileña a su nueva posición en la división internacional del trabajo, lo que
pone en el horizonte la necesidad de aumentar el grado de especialización de
las fuerzas productivas, reducir la soberanía del Estado nacional y disminuir
el nivel de vida tradicional de los trabajadores, adaptándolo a la condición
más precaria de una economía primario-exportadora. Entre el corto y el largo
plazo, la sociedad queda en el limbo, sujeta a la temporalidad abstracta del
capital monopolista en tiempos de crisis, cuya esencia consiste en el tiempo
necesario para la destrucción del excedente absoluto de capital que frena el
reinicio del proceso de acumulación. En otras palabras, a medio plazo, la
economía queda sujeta a un estancamiento por tiempo indeterminado. Al acelerar
y profundizar el proceso de reversión neocolonial, el proyecto del gran capital
pone en el horizonte la transformación definitiva de Brasil una megafactoría
moderno.
A la ofensiva del capital sobre el
trabajo a nivel económico corresponde la ofensiva simétrica a nivel político.
Con el propósito de armonizar los intereses de la burguesía brasileña con los
del capital internacional, las clases dominantes tendrán que profundizar la
liberalización y la internacionalización de la economía, vaciando aún más la
soberanía nacional. El nuevo patrón de satelización debe obedecer a las
directivas de los acuerdos bilaterales de libre comercio, impulsados por los
Estados Unidos. Con la finalidad de evitar la rebeldía de las masas y perpetuar
la pasividad de las clases dominadas, el nuevo patrón de dominación deberá
profundizar el Estado de excepción, intensificando el proceso de
criminalización de las luchas sociales. El sentido más general de ese
movimiento ya fue plasmado por la política antiterrorista aprobada por Dilma
Rousseff en los estertores de su gobierno. Finalmente, para dotar a la economía
brasileña de un mínimo de estabilidad, protegiéndola de las inestabilidades
provocadas por la competencia global, sobre todo de sus efectos catastróficos
en los agentes económicos más débiles, la relación entre los sectores modernos
y atrasado que componen el parque productivo nacional deberá ser redefinida.
Los sectores modernos de alta productividad expuestos a la competencia global
serán regidos por los patrones formales establecidos sin acuerdos
internacionales, en tanto los sectores anacrónicos de baja productividad,
asociados al suministro a las grandes empresas exportadoras y a la atención del
mercado interno protegido de la competencia de importados, serán relegados a
una creciente informalidad. Por el momento, es imposible vislumbrar la ecuación
política capaz de resolver tales cuestiones. Cuando lo viejo se resiste a morir
y lo nuevo no tiene fuerza para nacer, la sociedad queda sujeta a fuerzas
indeterminadas y prevalece una gran confusión.
IV. El desafío de la izquierda
socialista
El imperativo del capital en tiempos
de crisis estructural pone en el orden del día la necesidad de una ofensiva
sobre el trabajo. Dentro de los parámetros del liberalismo, las alternativas de
la sociedad quedan limitadas a la forma de graduar el ritmo y la intensidad del
ajuste neoliberal. No hay, sin embargo, margen alguno para cuestionar el
sentido del ajuste -la eliminación de derechos adquiridos y la profundización
del proceso de reversión neocolonial. Para realizar su desideratum, el capital
tiene un proyecto político bien definido -el ajuste económico; un método eficaz
para implantarlo -la terapia de choque que moviliza la violencia económica y
política como forma de sumisión de los trabajadores y usurpasión de la
soberanía nacional; y una compleja organización política para ejecutarlo
-Estado de excepción, como comité ejecutivo de la burguesía.
Las necesidades de los trabajadores
en tiempos de ofensiva liberal ponen en el orden del día la urgencia de una
respuesta práctica que impida el avance de la barbarie capitalista. La solución
democrática para el impasse histórico en que el país se encuentra pasa, por lo
tanto, por una completa ruptura con el patrón de acumulación liberal-periférico
y el patrón de dominación autocrático correspondiente. De ahí la urgencia de un
gran debate sobre el proyecto político, el método y las formas de organización
capaces de realizar tal tarea. La cuestión se hace más candente aún al tomar en
consideración el hecho de que el programa que inspiró la lucha de la izquierda
en las últimas décadas y que sigue siendo hegemónico -el programa
democrático-popular- parte de una evaluación opuesta.
La concepción de que existían
condiciones objetivas y subjetivas para compatibilizar capitalismo, democracia
y soberanía nacional -la esencia del programa democrático-popular- parte de dos
supuestos fundamentales: la convicción de que Brasil posee las bases materiales
de un capitalismo autodeterminado; y la creencia de que, una vez restablecido
el Estado de derecho, la lucha de clases pasó a ser regida por una lógica
basada en la búsqueda del bien común. La evaluación de que no existirían
obstáculos materiales ni bloqueos políticos insuperables para la implantación
de la justicia social llevó a la conclusión de que el capitalismo no condenaba
fatalmente al pueblo brasileño a la pobreza.
Una lectura equivocada de la realidad
y histórica indujo a las fuerzas de izquierda a una brutal subestimación de las
dificultades que encontraría para transformar la realidad.2 La sobrestimación
del significado de la industrialización pesada, que impulsó el fuerte dinamismo
de la economía brasileña de 1950 y 1980, llevó al espejismo de que existiría
margen de maniobra para combinar acumulación de capital, distribución de renta
y autonomía nacional. Las esperanzas generadas por el regreso de los militares
a los cuarteles alimentaron la ilusión de que finalmente la sociedad brasileña
habría creado condiciones subjetivas para la realización de reformas sociales
que resultasen en una significativa mejoría en las condiciones de vida del
conjunto de la población. Una mirada retrospectiva a las últimas cuatro décadas
no deja, sin embargo, margen de dudas. Inmerso en un proceso de reversión
neocolonial, el Estado brasileño quedó completamente como rehén de los negocios
del gran capital, perdiendo, de una vez por todas, la capacidad de hacer
política públicas subordinadas a los imperativos de universalización de
derechos universales y a las necesidades dictadas por los intereses
estratégicos de la nación.
Para que la historia no se repita
como farsa , es preciso superar la teoría y la práctica que llevaron al trágico
naufragio del PT. En tanto los trabajadores no adquieran la convicción de que
es imposible romper el orden establecido sin cuestionar el carácter limitado de
la democracia, la lucha de clases seguirá encuadrada en los marcos de una
institucionalidad perversa que esteriliza el potencial revolucionario de las
terribles contradicciones que brotan en una sociedad en acelerado proceso de
reversión neocolonial. Para estar a la altura de los desafíos históricos, el
polo trabajo necesita materializar su voluntad política en un proyecto simple y
bien definido que tenga como norte la búsqueda de igualdad sustantiva -derechos
ya; necesita definir una estrategia de lucha capaz de enfrentar la terapia de
choque -la ocupación, la desobediencia civil y la rebelión de masas como
centros neurálgicos de la lucha de clases; y necesita construir una
organización que unifique todas las organizaciones de trabajadores
comprometidas en la búsqueda de igualdad sustantiva en un gran movimiento por
la revolución brasileña.
Artículo enviado por el autor.
Traducido del portugués para Herramienta por Aldo Casas.
2 La interpretación de la
autodeterminación del capitalismo brasileño se encuentra elaborada en los
trabajos de la llamada Escuela de Campinas, principalmente en los trabajos de
Cardoso de Mello, J.M., O capitalismo tardío, San Pablo, Brasiliense, 1982;
Belluzzo, L.G.., Desenvolvimento Capitalista no Brasil, San Pablo, Brasiliense,
982-1983, 2 v.; y Tavares, M.C., Acumulacao de capital e industrializacao no
Brasil, Campinas, UNICAMP, 1974; Ciclo e Crise, Rio de Janeiro, FEA/UFRJ, 1978;
y “Problemas de industrialización avanzada en capitalismos tardíos y
periféricos”, Economía de América Latina. Revista de Información y Análisis de
la Región, México, n. 6, s.p., 1981; Mimeo. La interpretación sobre el radio de
maniobra política de las sociedades latinoamericanas es sistematizado por
Fernando Henrique Cardoso en algunos capítulos de O modelo político brasileiro,
San Pablo, Difusao Europeia do Livro, 1972. La crítica teórica a la idea de
autodeterminación del capitalismo brasileño está desarrollada en Sampaio Jr.,
P.S.A., Entre a Nacao e a Barbarie: os dilemas do capitalismo dependente,
Petropolis, Vozes, 1977, pp. 17 a 34.
FUENTE: Plinio
de Arruda Sampaio Jr. Profesor del Instituto de Economía de UNICAMP. Se
agradece la cuidadosa revisión de la versión en portugués de Marlene Petros
Angelides.
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