Las elecciones parlamentarias en Venezuela que le dieron un
triunfo holgado a la llamada Mesa de la Unidad Democrática; la victoria del
candidato de la derecha, Mauricio Macri en Argentina; los escándalos de
corrupción que han involucrado a la administración de Dilma Rousseff –y de paso
a Lula Da Silva– en Brasil; la negativa del pueblo boliviano de permitir una
nueva reelección del presidente Evo Morales y los acercamientos entre Cuba y
Estados Unidos, son sólo algunos de los síntomas de la profunda crisis por la
que atraviesa actualmente el movimiento de izquierda latinoamericano.
Atrás parecen haber quedado las grandes conquistas sociales
que los gobiernos progresistas trajeron a la región como la disminución de la
pobreza y la reducción de la brecha de desigualdad. Ahora las nuevas
administraciones, buscan desarticular todos estos esfuerzos en favor de la
firma de nuevos Tratados de Libre Comercio, el fortalecimiento de otras formas
de producción económica que promueven la exclusión, y el ingreso a
organizaciones de seguridad que persiguen la desintegración de las naciones
latinoamericanas. Todas estas nuevas formas de intervención benefician a un actor
que ha estado presente en la mayor parte de la historia del subcontinente:
Estados Unidos.
En efecto, el aparente “giro a la derecha” que ha tenido
América Latina beneficia los intereses de la Casa Blanca, toda vez que los negocios y los tratados comerciales
volverán a formar parte de la agenda de aquellas naciones que, con vehemencia,
resistieron la nueva oleada del neoliberalismo que se reestructuró en los años
2000. Al respecto cabe recordar que la política económica de las naciones del
subcontinente fue diseñada, durante la década de 1990, por el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos. Este paquete de medidas realizadas para “los países en desarrollo
azotados por la crisis económica” y que se llamó Consenso de Washington (que de
consenso no tenía nada), impuso un modelo específico para la producción y
comercialización, y abonó el terreno para generar dependencia en torno a los
posteriores Tratados de Libre Comercio.
No obstante, hacia el final del siglo, esta estructura
desmedida mostró sus primeras fisuras aumentando la pobreza y la desigualdad de
millones de personas a favor de un puñado de empresarios
(http://www.alainet.org/es/articulo/174870). Estas razones llevaron a los
gobiernos progresistas a ocupar el poder en distintos países de América Latina,
logrando importantes avances para las poblaciones que fueron, sin embargo,
agudamente criticados por sus detractores. Como lo dijo recientemente Lula Da
Silva: “los ricos no soportaron la idea de que en mi gobierno se hayan ayudado
a los pobres”. Y esa idea refleja la dura crisis por la que atraviesa
actualmente la izquierda latinoamericana, que se encuentra notablemente
replegada a causa de la presión que Estados Unidos ha ejercido a la economía
mundial.
Es evidente que en los años en que gobernó la izquierda, se
puso en práctica un modelo económico alternativo que fijaba su atención más que
en la producción de riqueza individual, en la distribución de la renta con el
fin de beneficiar a amplios sectores sociales, algo que iba en notable
contravía del modelo pregonado por Washington. Sumada a unas pocas excepciones,
América Latina fue la zona del mundo que se rebeló en contra del modelo
neoliberal y sus políticas impositivas. Durante estos gobiernos, la sociedad en
su conjunto constituyó la piedra angular de las decisiones adoptadas,
permitiendo evidenciar notables avances como la reducción de la brecha de
desigualdad.
Otro de los grandes avances conseguidos por la izquierda
latinoamericana fue el fortalecimiento de la integración regional mediante
acuerdos de cooperación económica y social que, por primera vez en la historia
del continente, mostraban avances significativos. Empero, con los cambios
experimentados en los últimos meses es claro que la integración corre un
peligro inminente.
De hecho, el presidente argentino Mauricio Macri ha mostrado
una postura radical en contra de Venezuela, diciendo que buscará la suspensión
de esa nación de Mercosur hasta tanto no se cumplan ciertas condiciones económicas
que, no es sorpresa, benefician a los Estados Unidos. Macri es sin duda un
defensor a ultranza del modelo norteamericano por lo que no debe ser extraño
que exista una presión desde la Casa Blanca para congelar las relaciones entre
las naciones latinoamericanas. Además de lo anterior, el primer mandatario
argentino defiende un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea
(http://www.telesurtv.net/news/Macri-atenta-contra-Venezuela-y-pide-pactar-con-la-UE-20151221-0012.html),
acusando a los demás miembros del Mercosur de ir a “velocidades distintas de la
Argentina”, lo que en la práctica significa una crítica aguda a aquellos países
que aún mantienen una postura distinta a las directrices de la economía global.
Por otra parte, podría sostenerse que América Latina es
víctima de la crisis del capitalismo mundial. El crack del 29 y más
recientemente la crisis inmobiliaria de 2008, demostraron que este sistema
económico es inestable y avasallador pero encuentra, sin embargo, una forma de
reinventarse. La derrota de los gobiernos progresistas se explica mediante la
imposibilidad de contrarrestar el poder de los grandes monopolios que gobiernan
el mundo.
En esta misma dirección, no debe olvidarse el papel
descomunal que juegan los medios de comunicación en la transmisión de
información tergiversada y acomodada a intereses privados. Este es un factor
que sin duda debe tenerse en cuenta a la hora de analizar el porqué de la dura
prueba por la que atraviesan los movimientos de izquierda
(http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-293340-2016-02-27.html). Es claro
que el capitalismo tiene a su disposición grandes negocios entre ellos las
empresas de la información que pueden influenciar sobre las percepciones de
ciertos ciudadanos. De ahí que, algunos canales comunicativos (respaldados por
Estados Unidos) han promovido de manera sistemática el pesimismo económico que
ha llevado a las personas a buscar “alternativas” en el poder, hecho que ha
significado un duro tropiezo para el progresismo en el continente.
La estrategia de Washington es redonda pues mientras asegura
una situación de inestabilidad generalizada mediante condiciones económicas
fluctuantes (que sólo le aseguran el acceso a bienes y servicios a determina
parte de la población); ostenta, al mismo tiempo, un aparato mediático que
anula cualquier forma de oposición generando una influencia directa sobre el
inconformismo, rechazo y crítica por parte de las poblaciones a gobiernos que
han favorecido a los sectores históricamente excluidos. De esta manera, Estados
Unidos ha puesto a su disposición una ofensiva económica y mediática que busca
desprestigiar los logros alcanzados por los gobiernos de izquierda.
El intento más hondo y preocupante es el ataque directo que
ha recibido el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil que aplica las dos
tácticas estadounidenses: ofensiva económica y ataque mediático. Esta
organización que se convirtió en uno de los partidos a la vanguardia de las
cuestiones sociales y que incluso llegó a ser considerado el “hermano mayor”
del movimiento de izquierda latinoamericano
(http://www.rebelion.org/noticia.php?id=209943), atraviesa hoy en día por un proceso que
pretende endilgarle casos de corrupción que no han sido comprobados.
Sin embargo, es claro que desde la Casa Blanca se está
apoyando un plan desestabilizador que busca acabar con los gobiernos de
izquierda en la región a través de una guerra permanente que incluye toda clase
de ataques como: el respaldo económico a las organizaciones que critican los
avances conseguidos por las administraciones progresistas, la presión para la
firma de tratados comerciales y la injerencia sobre los medios de comunicación.
Así las cosas, es posible que, como en épocas pasadas donde
el gobierno de los Estados Unidos tuvo la responsabilidad de apoyar, financiar
y mantener las dictaduras en América Latina (eliminando sistemáticamente a
todos los sectores relacionados con la izquierda), exista actualmente un plan
para reducir la lucha de los movimientos inconformes y asegurar –nuevamente– el
papel hegemónico de la lógica del mercado. Esto se observa por la continua
insistencia de los Estados Unidos por generar las condiciones para limitar la
participación y la expresión de los pueblos del subcontinente. El plan incluye
dos aristas: por una parte relegar todo ámbito de participación de la izquierda
generando una suerte de “cerco” que limite su poder real de acción y, por otra,
instigar a un determinado sector de la población a rebelarse en contra de los
gobiernos, creando la sensación de “falta de apoyo” y “poca unidad”.
La problemática aguda que se percibe con estas acciones
promovidas por el gobierno de los Estados Unidos, es su ausencia de objetivos y
planeación. Es decir, con el pretexto de “instaurar la democracia”, el servicio
de inteligencia de ese país ha cometido faltas terribles como su intervención
en Afganistán, Egipto y más recientemente, en Siria, que no tienen otro
propósito más que el de desestabilizar organizaciones políticas, e imponer
modelos económicos que no son replicables en otras partes del mundo. De hecho,
en una reciente entrevista el presidente Obama aceptó que el peor error de su
gobierno fue haber intervenido Libia sin saber qué hacer después con el clima
de ingobernabilidad
(http://www.latercera.com/noticia/mundo/2016/04/678-676064-9-obama-afirma-que-el-peor-error-de-su-presidencia-fue-libia.shtml).
Esta situación no es, sin duda, la primera por la que atraviesa la
administración de Estados Unidos, pues su “modus operandi” se basa justamente
en desestabilizar determinados países, causando profundos daños para luego
abandonarlos a su suerte o lo que es peor aún, exportando el neoliberalismo
como el mecanismo de “reconstrucción”.
Queda claro entonces que las intenciones de Washington en
América Latina no son buenas. Lo que se pretende básicamente es reforzar, con
una nueva oleada de gobiernos de derecha, el modelo económico explotador y
desigual que caracteriza al neoliberalismo. De igual manera, el proceso por el
que atraviesan las naciones latinoamericanas es una consecuencia natural que se
explica a partir de las transformaciones del mundo: la baja de los precios del
petróleo, la crisis económica y de materias primas y la sobreexplotación de
recursos naturales.
Por esa razón y como se ha comprobado históricamente, los
sistemas políticos, sociales y económicos son cíclicos, es decir, que están en
constante movimiento. Los gobiernos de derecha que hoy se entronizan como los
“salvadores”, sólo constituyen una etapa más de un proceso que llegará pronto a
su fin, retornando el poder de la izquierda para la profundización de las
cuestiones sociales y construyendo, entre todos, una estrategia que combata la
influencia de los Estados Unidos en América Latina.
FUENTE: Rodrigo Bernardo Ortega
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