La dignidad es un principio
invaluable de todo ser humano, no es negociable, no admite ser pisoteada y
tiene prevalencia en la protección
normativa y moral, es la base central de todos los derechos y nace con el sujeto no
importando ninguna condición social,
raza o filiación y se refuerza en la medida que se va socializando, de tal manera que se
fundamente en el inconsciente individual
y grupal de manera responsable que
brinde seguridad.
Es un deber individual, familiar, comunal y de todo el
engranaje estatal el no desmayar en los procesos educacionales de inculcar y
sembrar valores de forma permanente, no solamente desde el vientre de la madre,
sino cuando el ser crece y forma su personalidad.
Esa enseñanza y práctica debe ser constante, porque los antivalores se
encuentran infiltrados en todos los medios buscando como permear la conciencia
humana para que se postre ante la corrupción, el maniqueísmo, la
manipulación, la concentración de poderes, el acoso laboral, la castración del
pensamiento, el aislamiento social, la discriminación de diferente índole,
especialmente política o por amiguismos.
Atentar contra la dignidad humana,
además de ser un delito que contempla
las normas del derecho, genera
violencia social, divisiones y contradicciones relacionales, daño grave en
el orden
psicológico y orgánico, disminuye la laboriosidad y la autoestima, y
perturba la normalidad.
Hoy
centenares de compatriotas han
caído en las garras de quienes no permiten que los valores permanezcan en el
imaginario colectivo, les han prometido
cielo y tierra con el fin de perpetuarse en el poder, a otros los han castigado
porque han elegido a quien seguir, porque han decidido pensar por sí mismos,
pero tarde o temprano esas cortinas de humo se disiparán y el ciudadano
actuando de forma honesta despertará y hará frente contra los cercenadores de
la razón y los autoritarios, para que se respire un clima organizacional
tranquilo, se ejerza en verdad la libertad de expresión y la participación
ciudadana de verdad se desarrolle en nuestro territorio.
La invitación es a respetar a los demás, tolerar las críticas
porque de ellas se aprende, ganarse los aplausos y galardones en base a méritos
y no por medio de masacres verbales, practicar la democracia, utilizar las
dignidades burocráticas para aportarle al desarrollo del país y no para el enquistamiento nocivo a través de
dádivas para favorecimientos personales que atentan contra el libre albedrío de
las organizaciones.
La conciencia ética cimentada desde
la familia y edificada desde el constructo ambiental y social debe estar
latente, hay que defender y respetar el ser humano y no dejarse vulnerar por
prebendas o por hacer parte de un grupo privilegiado, por el contrario, llena
de orgullo no estar atados a determinados sentires, sino actuar con libertad de
pensamiento y realizar las actividades
acordes con la dignidad, sin ser
negociada por ningún motivo, para de esta forma desenvolverse con la frente en
alto y sobrevivir entre pirañas brindando lo mejor, porque no hay mejor
almohada que una conciencia tranquila.
Nota: “Merecer la vida no es callar
ni consentir tantas injusticias repetidas; una virtud es dignidad y es la
actitud de identidad más definida”.
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