FUENTE: Jesús Arboleya Cervera
Después de una pormenorizada reafirmación de
las posiciones de Cuba en los temas más candentes del escenario internacional,
particularmente los que atañen al área de América Latina y el Caribe, así
definió el presidente Raúl Castro el reto que implica una eventual
normalización de las relaciones con Estados Unidos.
Según puede inferirse de su discurso en la
III Cumbre de la Celac que hasta ayer tuvo lugar en Costa Rica, Cuba percibe
este proceso en dos momentos que, aunque relacionados, tienen sus propias
especificidades: el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la
aspiración de que estas relaciones funcionen en un clima de normalidad entre
los dos países.
La decisión de restablecer las relaciones
diplomáticas constituye una decisión política anunciada por ambos
presidentes, aunque ahora debe implementarse, según las normas
internacionales que rigen esta materia. En algunos casos solo se trata de
cumplir con procedimientos puramente burocráticos y protocolares, pero otros
requieren de normas bilaterales que deben ser conciliadas por las partes.
Para el restablecimiento de las relaciones
diplomáticas el gobierno de Estados Unidos ha planteado discutir asuntos como
la libertad para decidir el número de sus representantes; el libre movimiento
de estos por el país y la no existencia de restricciones a las importaciones de
su embajada.
Tales reclamos tienen sus antecedentes. Dada
la actividad de la CIA en Cuba, en 1961 el gobierno cubano exigió establecer
una paridad en el número de funcionarios de cada embajada, limitando a 11 el
máximo posible de los diplomáticos en plaza.
Tal condición determinó el rompimiento de las
relaciones diplomáticas por parte de Estados Unidos y, cuando se acordó
establecer las secciones de intereses en 1977, el número establecido fue de
diez diplomáticos para ambas partes, aunque con posterioridad esta cifra fue
flexibilizada, muchas veces sin la exigencia de una reciprocidad en el número
de personas.
Como esta fue la causa aducida para el
rompimiento de relaciones diplomáticas en su momento, es lógico suponer que
sea un tema a discutir en el proceso de restablecimiento. La parte cubana, por
tanto, también exige discutir las normas que regirán la conducta de estos
diplomáticos en el país, un tema que ha sido fuente de conflictos, incluso
cuando ha primado la limitación de funcionarios.
El libre movimiento de los diplomáticos es una
limitación que rige en ambos casos, por lo que es de suponer que cualquier
acuerdo al respecto funcione en condiciones de igualdad para los dos países.
Algo similar debe ocurrir con la importación
de productos y equipos para el funcionamiento de las embajadas, donde resulta
común que se establezcan ciertas normas aduanales que rijan para ambas partes.
Lo que pasa es que Estados Unidos en ocasiones utilizó estas prerrogativas
para importar insumos que no se correspondían con esta lógica, como equipos para
los grupúsculos contrarrevolucionarios, por lo que Cuba estableció límites y
controles al respecto. Los cubanos aún recordamos cuando trataron de inundar el
país con radios donde solo se escuchaba la frecuencia de la mal llamada Radio
Martí, la emisora oficial de Estados Unidos contra Cuba.
Para completar el proceso de restablecimiento
de relaciones diplomáticas, Cuba también exige que se resuelva el problema de
que su embajada pueda disponer de cuentas bancarias en Estados Unidos, así como
que el país sea excluido de la lista de países patrocinadores del
terrorismo, algo que parece que el gobierno norteamericano está dispuesto a
hacer, ya que para ellos también resulta inexplicable continuar negociando con
un país incluido en esta lista.
La llamada “normalización de las relaciones”
es un proceso más largo y complejo. De hecho, la voluntad hegemónica que prima
en la política exterior de Estados Unidos dificulta pensar que cualquier nación
pueda establecer una relación “normal” con ese país. La prepotencia que esto
inspira, muchas veces explica los “gazapos diplomáticos” de sus funcionarios,
de los cuales el actual proceso de negociaciones con Cuba tampoco ha estado
exento.
Por lo pronto, el Presidente Raúl Castro
planteó algunas premisas indispensables para avanzar en este camino: el fin
del bloqueo económico, comercial y financiero; la devolución de la base naval
de Guantánamo, un reclamo histórico que antecede al triunfo revolucionario y
que a Obama le convendría aprovechar para ver si por fin logra cerrar la
infausta cárcel establecida en ese territorio; el cese de las transmisiones de
radio y televisión Martí, que no se oye ni se ve en Cuba, pero constituye una
flagrante violación de la soberanía nacional y las normas internacionales, así
como la compensación a Cuba por los daños ocasionados por el bloqueo, lo que se
contrapone al reclamo norteamericano de compensaciones a las empresas de ese
país nacionalizadas en 1961, las cuales, por cierto, Cuba nunca se ha negado a
pagar, aunque estaría en discusión el volumen y las condiciones de esos pagos.
En el ínterin, Raúl Castro mencionó otros
pasos que el presidente Obama pudiera dar en virtud de sus facultades
ejecutivas, como la posibilidad del otorgamiento de créditos; autorizar el uso
del dólar en las transacciones económicas cubanas; permitir los viajes
individuales de norteamericanos bajo la licencia de los contactos pueblo a
pueblo; la posibilidad de utilizar la vía marítima para el traslado de los
viajeros y eliminar las restricciones a terceros países para exportar a Cuba
productos que tengan más de un 10 % de componentes norteamericanos o exportar a
Estados Unidos productos que contengan materias primas cubanas.
El Presidente cubano dejó claro que ninguno
de estos reclamos serán negociados a partir de exigencias norteamericanas, que
impliquen una injerencia en los asuntos internos del país, la renuncia a los
principios que rigen la política nacional o limiten los derechos soberanos de
Cuba.
También afirmó que a Cuba le importa que este
proceso continúe transcurriendo sobre bases de respeto mutuo e igualdad
soberana y en realidad no ayuda a la credibilidad de Estados Unidos que los
gobernantes de ese país, incluyendo al propio Obama, reafirmen sus intenciones
de provocar un cambio de régimen en Cuba y hablen apócrifamente en nombre del
pueblo cubano, cuestionando la legitimidad de las propias autoridades con las
que se está negociando.
Raúl Castro transmitió a los gobernantes
latinoamericanos y caribeños el agradecimiento de Cuba por la solidaridad
demostrada y evaluó lo alcanzado como una reivindicación de Nuestra América.
Quizá por gentileza hacia los propios gobernantes norteamericanos, no dijo algo
que también con certeza podía haber afirmado:
Cualquiera sea el rumbo que tomen las cosas en el futuro, estamos en
presencia de la primera gran victoria diplomática de la integración
latinoamericana y caribeña frente a la política de Estados Unidos.
(Tomado de Progreso Semanal)
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