No hay
grandeza sin enemigos. El camino de todo héroe está sembrado de sabandijas.
Bolívar desafió las más aguerridas legiones de un Imperio global. Peleó 472
batallas y perdió sólo seis. Casi invencible cara a cara, sus adversarios
buscaron herirlo a traición. Recordemos a Vinoni, que entrega Puerto Cabello;
al infeliz negrito Pío que intenta matar al Libertador y sólo acuchilla a
Amestoy, que reposaba en la hamaca de aquél; a los magnicidas del atentado del
25 de septiembre de 1828 en Bogotá. Tampoco pudieron con él. Tuvieron que
asesinarlo en el alma, balaceando a su más dilecto amigo y posible sucesor:
Antonio José de Sucre, mariscal de Ayacucho.
2
Pues no
hay adversario más leal que el abierto. El Pacificador Pablo Morillo era de
cuidado. Venía con sesenta navíos, inmensos pertrechos y 15.000 hombres a
sofocar la rebelión del Nuevo Mundo. Había peleado victoriosamente contra
Bonaparte. El Pacificador batalló fieramente contra los patriotas, pero también
les reconoció gallardamente la valentía. En la entrevista de Santa Ana pudo
capturar a Bolívar, que compareció a parlamentar solo y sin escolta, y no lo
hizo. No calzan esos puntos los virreyes a quienes Bolívar o sus generales
pusieron en fuga. Ninguno fue hijo de sus obras; ni uno solo tenía un proyecto
distinto de la eternización del privilegio, ninguno debió sacar ejércitos de la
nada para defender instituciones aún por crear.
3
No hay
enemigos más dolorosos que los hermanos a quienes la circunstancia enfrenta.
Miranda capitula teniendo bajo su mando veinte mil hombres; Bolívar y los
patriotas lo detienen para juzgarlo, y en eso los realistas se apoderan de los
patriotas y de Miranda. Mucho debió pesar a Simón José Antonio verse enfrentado
a aquél hombre deslumbrante, y como él desventurado. Bolívar reconoce que la
batalla de San Félix es el más brillante triunfo obtenido hasta ese momento por
las armas patriotas, y sin embargo hace ejecutar a Piar, quien intenta dividir
las fuerzas o reavivar la Guerra de Colores. El catire Páez quiere separarse de
la Gran Colombia, y Bolívar lo aplaca dándose en 1826 un paseo por Caracas
acompañado de numerosos batallones. El zamarro llanero espera hasta la muerte
física del Libertador para deshacer su obra. Sin embargo, respetuosamente
preside la repatriación de los restos del Prócer. Y al final de su
autobiografía confiesa que concluye ésta donde debió terminar su carrera
política: con la Independencia. Historiadores oficiosos han querido inventar
una enemistad entre Bolívar y San Martín; pero éste hasta el fin de sus días en
el doloroso ostracismo conserva ante su vista un retrato de Simón José Antonio,
quien fallece camino a destierro.
4
Nada de
esta grandeza compartieron quienes fingieron estar de su parte para venderlo
más fácilmente. Francisco de Paula Santander, general que jamás ganó una
batalla, negocia fatales empréstitos que arruinarán la Gran Colombia, niega al
Libertador fondos para la Campaña del Sur, e intenta asesinarlo. El infame
Pedro Carujo se une a esta conjura, y luego pretende acabar con la Gran
Colombia en la conspiración de la Cosiata. Antonio Leocadio Guzmán viaja a la
Nueva Granada para incitar a Bolívar a coronarse, y como éste rechaza el
proyecto, deviene su acérrimo enemigo. Así como la gloria del héroe crece,
disminuye la talla de sus adversarios. Esta enumeración podría seguir
indefinidamente en orden decreciente, de no interrumpirla la repugnancia o la
lástima.
5
“He sido
víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro.
Yo los perdono”, escribe Simón José Antonio en su última proclama. Desaparecido
físicamente el héroe, quienes lo odiaron detestan su obra. Es adversario de
Bolívar quien rechaza la Independencia de América Latina y el Caribe, su
integración, la liberación de esclavos e indígenas, la soberanía popular, la
democracia, la atribución a la República de la riqueza del subsuelo, la
confiscación de bienes de potencias extranjeras, la inmunidad frente a
decisiones de tribunales foráneos, la educación abierta a todos, el ejército
popular. Es tarea para emperadores o nulidades. Bolívar los perdonó.
Olvidémoslos.
6
Exigente
empresa es hoy odiar a Bolívar Advirtió Neruda que “estás en la tierra, en el
agua, en el aire de toda nuestra extensa latitud silenciosa”. Añadió que:
“todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:/tu apellido la caña levanta a
la dulzura,/ el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,/ el pájaro bolívar
sobre el volcán bolívar,/la patata, el salitre, las sombras especiales,/las
corrientes, las vetas de fosfórica piedra,/todo lo nuestro viene de tu vida
apagada,/ tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,/ tu herencia es el
pan nuestro de cada día, padre”. Bolívar es ese legado titánico. ¿Cómo borrar a
quien está en todo y es todo? A ver quién nos deshereda.
FUENTE: Luis
Britto García
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