Instalan
en el ambiente social un enemigo externo multipolar de maldad absoluta, que
funciona cognitivamente como los cuentos de hadas infantiles
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Iniciamos
2016 con la amenaza latente de Corea del Norte y sus presuntos ensayos
nucleares de la letal y masiva bomba de hidrógeno. Más pánico inducido por el
sistema-mundo del ultraliberalismo para ayudar al yihadismo patente en su
función de cortina de humo defensiva contra el pensamiento crítico y las
propuestas realmente de izquierdas a escala internacional.
Los
ideólogos de la globalización capitalista recurren, según coyunturas políticas,
a Rusia, China, Venezuela, Cuba, el terrorismo musulmán y Corea del Norte con
el propósito de instalar en el ambiente social un enemigo externo multipolar de
maldad absoluta, que funciona cognitivamente como los cuentos de hadas
infantiles. Juegan el rol de malos recalcitrantes, de personajes simples y
banales unidimensionales, reduciendo de esta manera la complejidad
sociopolítica a un asunto maniqueísta de solución harto sencilla: los nuestros
son los buenos y tenemos la razón moral o ética sin discusión posible alguna.
El perfil
de los agentes mencionados de la oscuridad total obedece a construcciones
lineales que eluden las contradicciones de todo personaje humano de carne y
hueso: son malos de una pieza, sin redención a su alcance. Esta operatividad
psicológica permite la infantilización del pensamiento individual y social,
adhiriéndose la masa a las posiciones preconizadas por las bondades de los
voceros a sueldo y representantes políticos más señeros del régimen
capitalista.
Y como
todo cuento para niños y niñas, al final emerge la moraleja definitiva: el que
no está con nosotros está con ellos, sumido en el error sin vuelta atrás,
desarmado éticamente y con la capacidad de enmienda mermada o mutilada de raíz.
La opción única oficial se erige así como la verdad revelada en lucha abierta
contra la maldad absoluta escenificada mediante las construcciones ideológicas
debidamente adobadas por la elite dominante como diablos a eliminar a costa de
lo que sea (libertades e igualdad) y a cualquier precio (más represión policial
y alternativas militares).
La
proliferación de mensajes de factura tremendista e infantil relacionados con
Corea del Norte y el resto de personajes colectivos citados logran crear una
tupida araña ideológica que predispone a la gente a pensar de una forma
automática y similar, asemejándose a lo que el neurólogo Antonio Damasio denomina
sentimiento de fondo, una cubierta intangible de ideas-fuerza que ayuda a
nuestro cerebro a eliminar alternativas enfrentadas antes de tomar una decisión
concreta, simplificando el abanico de opciones a considerar. De este modo,
ganamos tiempo y optimizamos nuestras respuestas particulares.
Además
del vago y escurridizo sentimiento de fondo, Damasio también teoriza acerca de
los marcadores somáticos, un mecanismo basado en la experiencia y el
aprendizaje práctico que sale a la palestra como respuesta inmediata ante
estímulos iguales o parecidos que recuerda o rememora nuestro cerebro. Por esta
vía, una especie de intuición fundamentada en lo que hemos sentido en el
pasado, nuestra mente y cuerpo ofrecen soluciones rápidas para no quedarnos
paralizados ante lo inconmensurable de un grave problema vital.
Son
sugerentes las teorías de Antonio Damasio. Lo que sucede es que traspasadas al
espacio social, pueden obrar más como un lavado de cerebro masificado que como
un elemento precioso de la evolución humana. No todo lo que funciona es útil o
adaptativo a escala individual mantiene sus propiedades en estadios superiores.
Lo que asiste positivamente a la supervivencia personal puede tornarse en un
dispositivo de opresión psicológica si es utilizado por una elite económica o
política para defender sus intereses y crear un caldo de cultivo ideológico
proclive a sus tesis propias enmascaradas en el sentimiento de fondo que van
creando sutilmente sus mensajes, propaganda y proclamas en los principales
medios de comunicación internacionales.
Caperucita
Roja adopta el papel inocente de los valores occidentales capitalistas,
mientras que el lobo nos remite a la vesania del territorio exterior de la
maldad que quiere a toda costa y sin razón alguna hostigar, malear,
aprovecharse, violar y comerse a la incauta y confiada Caperucita. El motor de
la película reseñada es fácil de comprender y digerir mentalmente: la inocente
bondad de la niña contra el monstruo feo y malvado.
Ese guión
previsible funciona a las mil maravillas como estímulo de las sociedades
amedrentadas como las actuales y sumidas en una crisis total de valores fuertes
trastocados o defenestrados por la revolución neoliberal. Las definiciones de
los roles de los antagonistas son escuetas y contundentes, tal y como sucede en
los cuentos infantiles clásicos: el lobo feroz, el país hermético (Corea del
Norte), el ogro soviético (Rusia), la omnipotencia de la masa (China), el
populismo de izquierdas (Venezuela), la dictadura comunista (Cuba) y el enemigo
invisible (yihadismo). No se precisan más matices para inventar y recrear un
adversario temible en el inconsciente colectivo.
Cuanto
más banales e infantiles sean los mensajes, mayor capacidad de recuerdo y mejor
penetración psicológica en las actitudes automáticas de la masa. Pensar
críticamente requiere un esfuerzo suplementario y un contraste de opiniones
polémico. Los cuentos de hadas vienen a nuestro encuentro para facilitarnos la
penosa tarea de pensar contracorriente y situarnos en la duda razonable. Este
sentimiento de fondo, cultural y somático, creado por los productores de iconos
y consensos psicológicos nos ayuda a pensar como desea el sistema: dentro de la
mayoría y al calor de los buenos.
Ofrecer
resistencia activa a estos procedimientos de evisceración sociológica del
cerebro y la inteligencia plural resulta complicado. Pero hay que hacerlo más
allá de la realidad política puntual y de las urgencias cotidianas. Cada vez
que asumimos pasivamente el relato del poder establecido, hemos perdido una batalla
decisiva que hará más improbable vencer al neoliberalismo a corto o medio
plazo. Las derrotas ideológicas cuestan mucho más tiempo y energía revertirlas
que las de índole social o político.
Mucho
cuidado, pues, con las respuestas automáticas que nos provocan una sensación o
placer pasajero de alivio. Pueden tener trampa y no ser más que una estrategia
de dominio de la mente colectiva.
FUENTE: Armando
B. Ginés
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