Nadie duda sobre la existencia de las
clases sociales. Marx lo dejó claro, son dos: la burguesía, dueña de los medios
de producción y acumuladora del capital a partir de la apropiación de la fuerza
de trabajo de los asalariados. Y el proletariado, los asalariados, los que
carecen de propiedad privada sobre los medios de producción. Una clase que
domina a la otra, que explota a la otra, que se aprovecha y se enriquece a
partir de esa explotación sobre la mayoría. Pero es la clase trabajadora, la
que hace el esfuerzo, la que produce y genera la riqueza legítima, que luego le
es arrebatada y distribuida entre quienes concentran el poder y los medios de
producción.
Marx también disertó sobre las
características de la superestructura político jurídica, a partir de esas
relaciones de producción, de ese modo de producción fundamentado en la
explotación. Es decir, los que dominan en la economía, dominarán en la política
y en la construcción de aquello que dasentido común a la sociedad en que se
desarrolla. La economía capitalista amerita de un ordenamiento jurídico que
proteja y naturalice esa relación arbitraria y desigual de una minoría que
domina a la gran mayoría. A partir de este hecho, la estructura del Estado
Burgués servirá para mantener y profundizar la desigualdad como elemento
fundamental del capitalismo. Es la dictadura de la burguesía, que puede, o no,
tener fachada de democracia liberal, puede predicar, o no, los derechos del
hombre, pero que a fin de cuentas, no es más que el sistema de justificación y
protección jurídica- institucional-moral de la explotación económica y la
opresión sobre la clase trabajadora.
En Venezuela la burguesía nacional
gobernó y dominó a sus anchas, hasta 1989. Una extendida pobreza caracterizó a
la inmensa mayoría de los venezolanos. Mientras que un puñado de familias,
acumulaban riqueza a partir de la pobreza y el trabajo de esa mayoría. Una
burguesía además improductiva, parasitaria, aferrada a la renta petrolera que
el Estado, su Estado, le facilitaba para importar y especular, más que
producir. Los gobiernos y gobernantes que se correspondieron con esa etapa de
la historia y la economía venezolana, eran fieles representantes de aquel
sistema de dominación y acumulación del capital. Un enjambre legal que avalaba
la desigualdad, la explotación y la entrega de nuestros recursos energéticos y
minerales a las grandes corporaciones internacionales, jefes y jefas
imperialistas de esa burguesía criolla. Unas Fuerzas Armadas que actuaban como
ejército de ocupación, para proteger los privilegios de los pocos y reprimir a
las grandes mayorías, que reclamaban su parte de esa riqueza, riqueza que ellos
producían, y que también reclamaban los derechos sociales que les eran negados
permanentemente.
Pero con 1989, vino 1992, con ese
pueblo en la calle, vino Hugo Chávez, y así, los que no tenían parte, se
hicieron con el poder político, utilizando con inteligencia estratégica las
herramientas de la propia democracia burguesa. En 1999, no se produce un cambio
de administración, ni de gobierno en Venezuela, comienza un cambio de época: la
transformación y reversión estructural del sistema de exclusión de las mayorías
y dominación de la minoría. Y efectivamente, cuando la minoría burguesa
entendió que la Revolución Bolivariana sí iba en serio, que pretendía
distribuir equitativamente la riqueza nacional y revertir el sistema de
dominación y entrega de los Recursos Naturales, se desató una reacción voraz de
quienes sentían cómo iban perdiendo aceleradamente el poder político y
económico que ilegítimamente detentaron durante más de siglo y medio.
La burguesía, como clase social, se
quedó sin el poder político nacional. Y aunque aún conservan amplia hegemonía
sobre la propiedad de los medios de producción, han visto disminuidas sus
capacidades de dominación y explotación a través de importantes nacionalizaciones,
así como de la promulgación de leyes populares que restringen sus privilegios y
márgenes de maniobra para explotar a la clase trabajadora. Y esa clase
mayoritaria de invisibles y asalariados neo esclavizados, como diría el
pensador francés Jacques Ranciere, esa parte de los que no tenían parte, se
hizo del poder político, no sólo institucional, sino social y territorial, a
partir de la construcción del Poder Popular.
De manera dialéctica, la clase social
trabajadora comenzó a hegemonizar la superestructura jurídico política de la
sociedad venezolana del siglo XXI, a pesar de que las relaciones económicas de
producción no se transformaron al mismo ritmo. La burguesía, por su parte,
emprendió una fase violenta y permanente de intento ilegal de restauración en
el poder político, a partir de la fuerza de su amplia propiedad privada sobre
los medios de producción, los medios de especulación importadora y sus medios
de comunicación. Mientras el Comandante, Hugo Chávez, afianzaba a las mayorías
en el poder político, fue generando las condiciones para que esa clase
trabajadora se fuera apropiando también de medios de producción y fuesen
generando nuevos medios, a partir de su organización para el trabajo. La
burguesía, sin embargo, tuvo la audacia de permear las instituciones del
Estado, en muchos casos vinculadas al poder económico hegemónico, y siguió
apropiándose de parte de la renta petrolera, ya no en origen (PDVSA), sino en
destino (las divisas para la importación y producción). También usaron ese
poder para tratar de derrocar al Gobierno Bolivariano.
El Presidente Nicolás Maduro cortó de
cuajo el acceso de la burguesía a las divisas del pueblo. Nuevas instituciones
y métodos surgieron. A pesar de la disminución del ingreso petrolero, la
inversión social se ha ampliado, las Misiones Socialistas avanzan, los derechos
sociales se han profundizado en estos últimos 4 años. A pesar de las
dificultades, y precisamente gracias a su capacidad para superar las
dificultades con el Pueblo, la Revolución Bolivariana se acerca cada día más a
su punto de no retorno. Ante esta realidad, y aprovechando las dificultades
económicas, la burguesía arremete con todas sus fuerzas, nacionales e
internacionales, con todo su poder económico y mediático, con toda su capacidad
de generar violencia política, para evitar que la Revolución alcance ese punto
definitivo de irreversibilidad.
En esta nueva etapa de acciones
violentas e inconstitucionales, la burguesía sigue demostrando su monolítica
conciencia de clase. Es decir, quienes componen esa clase social explotadora,
defienden su restauración, luchan por recuperar sus privilegios y, en
consecuencia, por negarle los derechos sociales a la mayoría. Planifican desde
sus centros de poder económico su estrategia, sus tácticas y atajos
inconstitucionales para retomar el poder.
Buena parte de sus nuevas tácticas de
guerra se desarrollan hoy en la plataforma 2.0. Las balas no se disparan, sino
que se inoculan, desde la idea liberal, bajo el ropaje de la “lucha pacífica y
no violenta de la sociedad civil”. Todo se reduce a una imagen, a una consigna
vacía, propio de la idea postmoderna del fin de la historia que profetizó
herradamente Fukuyama en los años noventa. A través de la voracidad de las
redes sociales nos quieren hacer ver que un país de un millón de kilómetros
cuadrados y más de treinta millones de personas se reduce a los dos kilómetros
cuadrados de caos que incendian en el este de Caracas un grupo de dirigentes
irresponsables con alma de Nerón, acompañadados de un contingente de
mercenarios y ciudadanos emborrachados por el odio y el fanatismo. Es un
esfuerzo más para llevar al pueblo a su propia estructura de pensamiento
liberal burgués. Pero el pueblo hace rato que dejó de abrazar ciegamente el
evangelio capitalista.
No hay manera de hacer compatibles
los intereses de la burguesía con los de la clase trabajadora. La primera, como
explicamos al inicio, siempre se alimenta y sustenta del sufrimiento de la
segunda, de la entrega de las mayorías. Los sempiternos dueños de los medios de
producción y sus allegados tienen claridad meridiana de su necesidad de
liquidar la Revolución. Ahora bien. ¿Tiene la clase trabajadora conciencia
plena de clase? ¿Hasta qué punto la confusión mediática y la guerra económica
genera la percepción de desclasamiento de algunas familias trabajadoras? ¿Cuál
ha sido el impacto de esa guerra psicológica para distorsionar la realidad y
procurar que los oprimidos defiendan los intereses de quienes les oprimen? ¿A
qué otra clase, que no sea la trabajadora, puede pertenecer una maestra, un
campesino, un médico, una indígena, un artista, un obrero, una enfermera, un
transportista, un minero, un soldado, una funcionaria pública, un profesional
asalariado?¿A los intereses de cuál de las dos clases opuestas pertenecen los
sectores medios de la sociedad? ¿Con qué clase de identifican? ¿Con la
trabajadora o con la se enriquece a partir de robarles su conocimiento, su vida
(tiempo) y fuerza de trabajo?
Ésta es la hora de la clase
trabajadora. Es el momento de desarrollar plena conciencia de nuestra condición
de clase, de nuestra identidad social. Momento de cerrar filas con nuestra
Revolución y demostrarle a la clase burguesa, no solamente que ni ellos, ni sus
privilegios volverán en la Venezuela del siglo XXI, sino que además perderán de
manera definitiva su hegemonía sobre los medios de producción, que dejarán de
determinar el modo y las relaciones de producción. Tanto el Comandante Chávez,
como el Presidente Maduro, han respetado y han convocado a aquellos dueños de
medios de producción privados que estén dispuestos a liquidar el sistema
rentista petrolero, que estén dispuestos a desatar sus fuerzas productivas y
que estén dispuestos a acompañar a la clase trabajadora al traspasar la barrera
del no retorno. Dueños de medios que han de producir con los trabajadores, que
los respetan, no que los explotan. No hay nada más violento y letal que la
explotación capitalista.
Hoy más que nunca, debemos analizar
la realidad, los hechos históricos, los intereses contrapuestos y excluyentes
de los grupos sociales en conflicto: debemos fortalecer nuestra conciencia de
clase. Somos mayoría, somos alegría, creemos en una sociedad de justicia para
que haya una sociedad en paz. No queremos que vuelvan los que nos roban nuestra
esperanza, nuestro trabajo, para enriquecerse. Los desafíos por venir serán
determinantes. Tomemos conciencia de dónde venimos, de dónde estamos, de
quiénes somos y qué queremos. De nosotros depende hoy la existencia misma de la
Patria, la construcción de nuevas relaciones de producción, de nuevas
relaciones humanas, de una sociedad edificada sobre los valores de la igualdad,
el trabajo y solidaridad. La nuestra es una Revolución Socialista, de la clase
trabajadora, dirigida por un trabajador, que responde únicamente al mandato y
los intereses de su clase, del Pueblo, del interés nacional y el bien social.
FUENTE: Jorge Arreaza
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