El ensayo fue largo, pero el paro
general despuntó y paralizó Brasil. De norte a sur, en las ciudades grandes,
medianas y pequeñas, el país se detuvo y salió a la calle para manifestar la
defensa de los intereses de todos contra la ofensiva antipopular del gobierno
golpista.
Si estaba apostando al fracaso del
paro general para seguir adelante con la anulación de los derechos de la
mayoría de la población, el gobierno se equivocó. Se apresuró para aprobar la
liquidación del Código de Trabajo (CLT, por sus siglas en portugués), la
tercerización, la eliminación de la seguridad social pública, para ponerse al
servicio del mercado y los medios de comunicación, pero ahora se choca con el
país real.
Hasta ahora el gobierno se apoyó en
la mayoría conservadora en el Congreso, como si ella fuese representativa de la
sociedad, para llevar adelante su programa regresivo. Fue acumulando
resistencias, en el movimiento popular y en su propia base de apoyo.
Los movimientos populares, por su
parte, fueron acumulando fuerzas, hasta el gran reto de la huelga general. Hay
quienes piensan que es la solución definitiva de los conflictos. No es así. Es
una gran demostración de fuerza y, al mismo tiempo, un momento de gran toma de
conciencia por parte de los trabajadores de su papel de productores de toda la
riqueza que tiene el país.
Su éxito eleva la lucha contra el
gobierno golpista a un nivel superior. Las condiciones de rechazo a poner fin a
la seguridad social ya existían, ahora se trata de frenar la eliminación del
CLT en el Senado, con el fin de poner un límite a los avances del Gobierno y
hacer que pierda la iniciativa y pase a temer cualquier nueva votación en el
Congreso.
La lucha de clases irrumpe
directamente en los enfrentamientos democráticos entre gobierno y oposición. Si
el gobierno trata de mantener el centro de los enfrentamientos en el Congreso,
valiéndose de la mayoría que todavía detiene, los movimientos populares
lograrán ocupar las calles, donde la correlación de fuerzas le es totalmente
favorable.
La dinámica de avanzar con el paquete
de maldades del gobierno genera, al mismo tiempo, resistencias populares cada
vez más amplias y, por lo tanto, pone límites al paquete. Cuanto más nos
acercamos a las elecciones de 2018, el gobierno está encontrando con más
resistencias dentro de su propia base de apoyo en el Congreso. Sumando las
resistencias populares, se va configurando una tormenta perfecta para el
gobierno, sobre todo a partir del segundo semestre mitad de este año.
Luego del paro general, el movimiento
popular precisa seguir movilizando a sectores cada vez más amplios de la
sociedad a partir de la conciencia de cómo se está vulnerando sus derechos, de
cómo el país está retrocediendo, de cómo Brasil solo con la restauración de la
democracia puede volver a crecer y a distribuir el ingreso. Necesita, al mismo
tiempo, aumentar la presión sobre los legisladores para impedir la aprobación
de la anulación de la seguridad social pública en el Congreso, de la
eliminación del CLT en el Senado.
El movimiento popular necesita, al
mismo tiempo, luchar para garantizar el derecho de Lula a ser candidato
presidencial, que es la condición para que tengamos elecciones democráticas y
de la recuperación del derecho del pueblo a decidir libremente, mediante el
voto, sobre los destinos que desea para el país. Se trata de trabajar para
anular toda capacidad de iniciativa del gobierno, para que éste vea que
cualquier acción que realice será rechazada políticamente, que tendrá
respuestas cada vez más drásticas y amplias de la población.
El paro general, por su éxito, es un
nuevo marco en la lucha por la democratización del país y por la obstrucción de
la acción mortífera del gobierno golpista contra Brasil. Refuta a quienes
acusan al pueblo brasileño de una falta de voluntad de luchar por sus derechos
y por los destinos del país. Muestra que la sociedad brasileña, movilizada y
consciente, es capaz de restaurar la democracia y reconducir al país de nuevo
por los caminos que fueron interrumpidos por el golpe.
FUENTE: Emir Sader
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