Los usos indiscretos del comunismo en
el Perú.
Hemos escuchado en las últimas
semanas la mención o más bien el grito de “comunismo”, por parte de la oposición
de derecha al gobierno de Pedro Castillo, tanto en el debate público como en la
manifestación callejera. Ha sido una incursión en el túnel del tiempo. Los
mayores recordarán que la última vez de un uso tan repetido del término fue en
la década de 1970, cuando los voceros de la vieja oligarquía despotricaban
malheridos contra las reformas velasquistas. Posteriormente, ni con Alfonso
Barrantes se atrevieron y eso que el doctor, puertas adentro y afuera, se
reclamaba marxista-leninista. En la época de la guerra interna incluso se hacía
la diferencia entre terrorismo y comunismo, quizás por respeto a los dos
partidos comunistas que actuaban dentro de la legalidad y la democracia como
miembros de la Izquierda Unida: el Partido Comunista-Unidad y el Partido
Comunista-Patria Roja, diferenciándolos así de Sendero Luminoso, que, aunque se
llamase también comunista desdecía con su conducta terrorista de todos sus
nombres.
Sin embargo, entre los que se
llamaban comunistas y/o marxistas-leninistas cuarenta años atrás lo que existía
era, más que el establecimiento de una sociedad sin clases, el establecimiento
de una sociedad justa, democrática e igualitaria; donde comunismo y/o
marxismo-leninismo eran una marca de consecuencia en el mundo de la entonces
Guerra Fría. Esto se hizo más claro luego de la caída del muro de Berlín y el
colapso de la Unión Soviética, ocurridos por si no se acuerdan, entre 1989 y
1991. La izquierda, en sus diversos matices, pasó de postular la toma del poder
por la vía del asalto armado al estado burgués, a señalar la necesidad de
conseguir el cambio por la vía de la democratización de la sociedad y el
estado. Ello, por supuesto, llevó a una renovación ideológica que con sus más y
sus menos ha atravesado a casi todas las fuerzas de izquierda.
La democracia fue así la bandera para
enfrentarse a la dictadura de Fujimori y Montesinos y la democracia ha sido
también la bandera para enfrentar la criminalización de la protesta y el
gobierno de élites del régimen neoliberal. El término, sin embargo, toma un
nuevo significado en esta coyuntura de crisis del régimen que se impuso con el
golpe del cinco de abril. Lo que se llamó con esperanza democracia a partir de
la transición del 2000-2001 ha sido una gran frustración. Por ello, ya no se
trata solo de competir en los parámetros de ese pasado sino de plantear una
nueva relación entre derechos e instituciones, redefiniendo ambos, que nos
permita dar un salto en la democratización, es decir plantear una nueva
constitución.
Así, si la palabra comunismo alude
todavía a un imaginario prohibido del pasado, no permitamos que nuestro
significado actual de democracia, la nueva constitución, aluda a un imaginario
prohibido del presente. Esta es quizás una de las luchas ideológicas postreras
que nos plantea el neoliberalismo y debemos ganarla.
Por eso digo que comunismo resurge
como estigma, trayendo un fantasma del pasado para calificar algo que ya no
existe, pero que por asociación o cuento podría asustar a determinados sectores
sociales. Lo que en realidad se teme por parte de quienes inventan la campaña
es la democratización, tanto de la sociedad, porque no quieren la consideración
del otro como igual, como del estado, ya que rechazan dejar o incluso compartir
lo que han manejado como su chacra en las últimas décadas.
Pero los estigmas en su ridiculez
revelan también su carácter efímero. Más y más sectores de la población se dan
cuenta que no estamos ante dilemas del pasado sino ante definiciones
fundamentales para nuestro porvenir como nación. Lo han demostrado millones de
peruanos con su votación en las pasadas elecciones y ojalá que, en el futuro
muy próximo, desde la calle y desde el gobierno del profesor Pedro Castillo,
los peruanos tengamos todas las razones para poner al Perú en un camino
democrático distinto al neoliberal.
Publicado originalmente en Otra
Mirada
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