Los términos de la política:
liberales, neoliberales y constituyentes
Los términos en los que se hace la
política son fundamentales para saber cuál es el futuro de un país, de allí el
agudo conflicto que desatan los intentos de cambiarlos. En la actualidad en el
Perú tenemos tres perspectivas en competencia. La más notoria es la del
continuismo neoliberal, pero también asoma la liberal que ha vivido los últimos
treinta años subordinada a la primera y la constituyente, que es la visión del
cambio democratizador.
El continuismo neoliberal entre
nosotros entiende la política como represión y clientelismo. Agrega el prefijo
neo a liberal para resaltar su preferencia por las libertades de mercado a la
democracia y reafirma la dependencia de nuestro país de los centros del
capitalismo financiero mundial. No, por casualidad, empezó con golpe de estado
y dictadura, pero supo darse continuidad con la constitución írrita de 1993,
que consagró en su capítulo económico el derecho absoluto a la propiedad
privada, y luego extender un vasto aparato clientelista que sobreviviría su
gobierno autoritario. El continuismo neoliberal tomó formas democráticas de la
transición del 2000 en adelante, pero manteniendo el modelo económico primario
exportador, criminalizando la protesta y haciendo cada vez más difícil el
registro de nuevos partidos.
Su trayectoria nos hace ver que no
trepidó en cambiar de ropaje cada vez que le convino a sus intereses. De la
democracia a la dictadura, de allí a la corrupción, la tortura y el asesinato y
nuevamente a la democracia. Ya en esta ha procedido, en sus diferentes
versiones, a la compra de electores y de elegidos, a la pataleta cuando las
cosas no le salen como querían y a la oferta de mano dura como programa de
futuro para el Perú.
La política liberal, por su parte,
sueña el supuesto bien perdido de conjugar todas las libertades y predica
cuando ha podido, el acuerdo imposible entre democracia y neoliberalismo que a
la postre ha terminado siendo la reedición de diversas versiones del uso
privado de los recursos públicos. Esta política liberal en el Perú no se ha
distinguido, por ello, de su pariente neoliberal. Permaneció a su sombra
durante buena parte de estos treinta años, no pudo o no se atrevió a cambiar la
constitución de 1993 durante el gobierno de transición (2000-2001), ni tampoco
contó con los arrestos necesarios para aprobar las reformas que promovió Henry
Pease el 2003. El 2011, en la versión vargasllosiana de este liberalismo, le
dio su primer certificado de buena conducta a Ollanta Humala, iniciando un
camino que terminaría llevándolo a brazos neoliberales. Sólo resucita el 2018,
con la iniciativa de reforma política de Martín Vizcarra, ya sumidos en la
actual crisis de régimen. Esta iniciativa de reforma, que hubiera podido
convertirse en una antesala de cambios mayores, tampoco logra vencer la resistencia
neoliberal, naufragando al poco tiempo de plantearse.
En los últimos años, quizás si su
mayor logro hegemónico, ha sido incursionar ideológicamente en predios
progresistas, persuadiendo a algunos políticos e intelectuales de las bondades
de un acuerdo bajo premisas liberales, es decir, de una reforma del modelo y de
un régimen político basado en la competencia y el acuerdo entre notables como
salida a la crisis. Curiosamente los liberales, que les encanta degustar
tolerancia y apertura, no han tenido problemas para convivir bajo hegemonía
neoliberal con sus parientes autoritarios o subordinando ellos a otros sectores
progresistas, pero parece que no soportan el camino de una mayor
democratización social y política. Hoy, este sector liberal busca extender su
hegemonía sobre Pedro Castillo, aceptando su victoria en la segunda vuelta y
embarcándose en un proyecto de “captura” del candidato, casi presidente electo.
Cuán exitoso será en su propósito es muy temprano para decirlo.
Frente a liberales y neoliberales
está la política constituyente, es decir, la voluntad de iniciar un proceso
hegemónico alternativo de democratización social y política, que establezca una
nueva institucionalidad por la vía de una Asamblea Constituyente que apruebe
una Nueva Constitución. Esta aparece como la forma de desbloquear los límites
de la institucionalidad neoliberal en funciones, cuyos candados están puestos,
precisamente, para mantener el orden dictado por el golpe de estado del cinco
de abril de 1992. Los acontecimientos de la segunda vuelta señalan que el
conflicto a resolver es entre la continuidad del orden neoliberal, representado
por Keiko Fujimori y el cambio constituyente que expresa Pedro Castillo.
La opción intermedia en la que
insisten los liberales luego de haber perdido en las urnas, solo nos llevará al
ahondamiento de la crisis de régimen sin solución a la vista. Esta solución
intermedia plantea afrontar los problemas inmediatos, centrados en las
necesidades urgentes de la pandemia y el hambre, antes que en el proceso
constituyente. Este último sería la negación de lo primero. Grave error, el
camino constituyente es precisamente la convergencia de lo inmediato con los
histórico, pensarlo disociado es no haber entendido o no querer entender ni lo
uno ni lo otro, porque oponerlos es negarlos. La tarea hoy no es el consenso,
que nos deja en el pasado, sino la hegemonía que nos permite avanzar al futuro.
La política constituyente, sin
embargo, no significa ceguera constituyente. Por una parte, está la promesa de
Pedro Castillo de una Nueva Constitución. Si Castillo no cumple se convertirá
en un Humala más de este mundo. Por ello, debe buscar la manera de convocar a
un referéndum constituyente, el primer paso concreto hacia la Asamblea, en el
tiempo más corto posible. Ahora bien, se trata de ampliar la para incluir en
ella a la mayor cantidad de sectores democráticos, trascendiendo a los que
hayan votado por alguna alternativa de izquierda o centro en las recientes
elecciones y demostrando que es una convocatoria para refundar el Perú cuyos
límites son la corrupción, la sobreexplotación y el entreguismo.
De triunfar, como se espera, el
referéndum le dará el respaldo para convocar a la Asamblea Constituyente que se
ocupe de redactar la nueva carta. Los neoliberales dicen que el mecanismo no
está en la Constitución de 1993, pero esta carta tampoco estaba en ninguna
parte, sino que la impusieron Fujimori y Montesinos a punta de golpe y fraude o
sea que es tiempo ¡treinta años después! de poner las cosas en su sitio.
La política constituyente se plasmará
así en acción constituyente, es decir en dar pasos concretos en el proceso que
nos lleve a la instalación de una Asamblea Constituyente. Con esa orientación
es que se deben dar los demás pasos del gobierno de Castillo, lo que lo acerque
o lo aleje de ese propósito será lo que contribuya al éxito o derrota del
mismo.
La gramática política, es decir la
forma de lucha por el poder en el próximo período, será entonces una gramática
constituyente. Las gramáticas del pasado, la neoliberal que está condenada por
sus antecedentes y la liberal por sus miedos, no tienen futuro como gramáticas
democráticas. Solo cabría que los liberales asuman que no es su tiempo y se
integren a una política constituyente.
Escrito por: Nicolás Lynch.
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