Desde tiempos inmemoriales, las
personas que se sienten oprimidas y/o ignoradas por los poderosos han resistido
a las autoridades. Tal resistencia puede cambiar las cosas, aunque esto ocurra
sólo a veces. La opinión que merecen las causas de los resistentes depende de
los valores y principios de cada uno.
En Estados Unidos, durante el último
medio siglo, surgió una resistencia de ciertos sectores sociales contra las
“élites” porqué consideraban qué Washington estimulaba prácticas ofensivas; a
grupos religiosos, a poblaciones rurales olvidadas y a personas cuyos niveles
de vida han disminuido de manera importante. En un primer momento, la
resistencia tomó el camino de la participación social. Luego adquirió una forma
más política, con el nombre de Tea Party.
El Tea Party tuvo algunos éxitos
electorales, pero se disolvió sin una estrategia clara. Donald Trump vio una
oportunidad y se ofreció como un líder unificador de esta derecha “populista” y
logró catapultar a este movimiento hasta el poder político.
Trump comprendió que no había
conflicto entre liderar un movimiento contra el establishment y ganar el poder
del Estado a través del Partido Republicano. Por el contrario, la única forma
que podía lograr sus nocivos objetivos era armonizar estos ambos fracciones.
El hecho es que tuvo éxito en la
mayor potencia militar del mundo y ha conseguido estimular a grupos afines en
todo el mundo, que siguen caminos similares ganando cada vez mayor cantidad de
adeptos.
Aún hoy en día, el éxito de Trump no
es comprendido por la mayoría de los líderes de los dos principales partidos
estadounidenses pues siguen esperando que la “presidencia” lo transforme. Es
decir, quieren que abandone su papel como líder de un movimiento y se limite a
ser el presidente y líder de un partido político.
Se agarran de cualquier pequeña señal
para creer que va a cambiar. Cuando, por un momento, ablanda su retórica (como
lo hizo en su discurso de febrero de 28 al Congreso), no entienden que esta
actitud es precisamente la engañosa táctica del líder de un movimiento. En su
lugar, se sienten alentados o esperanzados, pero Trump no renunciará a su papel
de “líder del movimiento” porque en el momento que lo haga perdería el poder
real.
En el último año, frente al éxito de
Trump, ha surgido un contra-movimiento en Estados Unidos (y en otros lugares)
que han llamado a Resistir. Los participantes comprendieron que la única manera
de contener y derrotar al “trumpismo” es un movimiento social que represente
diferentes valores y prioridades diferentes. Este es el “por qué” del
“Resistir”. Lo que es más difícil es el “cómo” del “Resistir”.
El movimiento de la resistencia ha
crecido con notable rapidez, en ocasiones ha sido tan impresionante que la gran
prensa se ha visto obligada a informar de su existencia. Esta es la razón por
la que Trump arremete constantemente contra la prensa. La publicidad alimenta
el movimiento, y este puede llegar a crecer hasta derrotar al Trumpismo.
El problema con la resistencia es que
realiza muchas actividades dispersas sin una estrategia clara o todavía no
adopta una estrategia definida. Tampoco tiene una figura unificadora que sea
capaz de hacer lo que Trump hizo con el Tea Party.
La “Resistencia” ha participado en
múltiples acciones. Se efectuado grandes marchas, desafiado a los
representantes del Congreso en reuniones públicas, creado santuarios para que
las personas amenazadas de expulsión, boicoteado el transporte, publicado denuncias,
firmado peticiones, y creado agrupaciones locales que se reúnen para estudiar
propuestas. La “Resistencia” ha sido capaz de cambiar a multitudes de personas
comunes en militantes por primera vez en sus vidas.
Sin embargo la “Resistencia” tiene
algunos peligros imperiosos. Cada vez son más los participantes que son
detenidos y encarcelados. Ser militante es extenuante y después de un tiempo
muchos se cansan de participar. Se necesitan éxitos, pequeños o grandes, para
mantener en alto los espíritus. Nadie puede garantizar que el movimiento no se
marchite. Al Tea Party le tomo décadas llegar a donde está hoy. Puede que el
camino para el movimiento de la “Resistencia” sea igualmente de largo.
La Resistencia como movimiento tiene
que tener en cuenta que estamos en medio de una transición histórica y
estructural del sistema-mundo capitalista, en el que hemos vivido durante unos
500 años. Esta transición podrá llevarnos a dos sistemas sucesores muy
diferentes; un sistema que conservará todas las peores características del
capitalismo (jerarquía, la explotación, polarización) o su opuesto, un sistema
que sea relativamente democrático e igualitario. Yo llamo a esto, “ la lucha
entre el espíritu de Davos y el espíritu de Porto Alegre”.
Estamos viviendo en una situación
caótica y confusa propia de una transición. Esto tiene dos implicaciones para
una estrategia colectiva. En el corto plazo ( digamos tres años), debemos hacer
grandes esfuerzos para que el movimiento sobreviva. Todos necesitamos alimento
y refugio. Cualquier movimiento que quiera crecer debe ayudar a la gente a
sobrevivir, minimizando el dolor de los que sufren.
Sin embargo, en el mediano plazo
(digamos 20-40 años), lo que minimiza el dolor no cambia nada. Tenemos que
concentrar nuestra lucha contra lo que representan el espíritu de Davos. No
puede haber compromiso. No hay un versión “reformada” del capitalismo que
pretenden construir.
El “cómo” de la Resistencia es claro.
Necesitamos entender, colectivamente, con la mayor nitidez, lo que está sucediendo.
Necesitamos una deliberación ética y estrategias políticas más sagaces. Esto no
se consigue de manera automática. Tenemos que construir la organización.
Sabemos que otro mundo es posible, sí, pero también hay que tener en cuenta que
no es inevitable.
FUENTE: Immanuel Wallerstein
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