Antes de concluir el primer
año de gestión Macri ya concentra todas sus energías
en las elecciones del
2017. Proyecta prolongar su gobierno para reinstalar a pleno el
programa neoliberal
recreando los mitos de la
privatización, la apertura comercial y la flexibilización laboral.
¿Podrá lograrlo?
CATARATA
DE
FALLIDOS
El crecimiento
no aparece en
el esperado segundo semestre y la
recesión
del 2-
3% supera los
promedios
de las últimas caídas. También la inflación del 40% desborda los porcentajes habituales
de la carestía.
En lugar de avances
hacia
la pobreza cero, más de un
millón
de personas han
sido empujadas a la
miseria. Los asalariados formales
perdieron entre
el 8% y el 12% de
su ingreso real y la tasa de desempleo
se ubica en las zonas industriales por arriba de
los dos dígitos. La desigualdad se expande en
forma abrupta.
Hasta ahora la administración de
Cambiemos no logró
las
ansiadas inversiones. Los
únicos capitales
que llovieron son los fondos golondrinas que especulan
en el
circuito financiero.
Si se cumplen las estimaciones oficiales, la economía se encontrará a fines
del 2017 en el mismo
punto que estaba al concluir
el kirchnerismo.
El divorcio entre promesas y realidad se extiende al terreno de la corrupción.
Macri no ha explicado el
fraude de las empresas off
shore que montó para evadir impuestos.
Su vicepresidente escondió
bolsos con dólares de dudoso origen.
El titular del Banco
Central arrastra un
cajoneado proceso por el fraudulento manejo de la
deuda
pública y el jefe del
Banco Nación
participó en
las malversaciones
de los fondos buitres. Además, el
secretario
de energía suscribe contratos
con sus amigos de Shell y el
dueño de un gran supermercado supervisa
el jolgorio de los
precios.
El líder del PRO
enaltece la institucionalidad, pero fuerza la
renuncia de los magistrados adversos, disciplina
a los fiscales y negocia
directamente
los temas conflictivos
con la Corte Suprema.
Los anuncios de imparcialidad en
la comunicación naufragaron con la anulación
de la ley de medios.
Los principales emporios
evitaron
la subdivisión y sostienen al
gobierno para ampliar su influencia
con la próxima regulación
del cable, los satélites y la telefonía.
Este blindaje mediático le permite
a Macri ocultar el
agravamiento de la criminalidad,
que afronta con
la misma improvisación del gobierno anterior.
Trasladan
gendarmes de las fronteras
al conurbano y negocian cambios con
las cúpulas
policiales, sin modificar la
connivencia de esas
jefaturas con el
delito.
Durante la campaña Macri cuestionaba la ausencia de un
diálogo
transparente. Pero
desde el gobierno
ha
convertido al Parlamento
en una oficina de favores para
aprobar leyes a cambio
de
prebendas. Con
la misma manipulación
de los fondos públicos
ha logrado frenar
el paro de la CGT.
La burocracia sindical
preserva su turbia
administración de las
obras
sociales y recibe
protección
frente
a cualquier investigación de
su enriquecimiento personal.
1 Economista, investigador del CONICET,
profesor de la
UBA,
miembro del EDI.
El presidente
ha confirmado la típica fractura entre lo que se enuncia desde el llano y se realiza en
el
gobierno. Al principio eludió esa estafa con simples llamados a la felicidad. Luego
culpó a la herencia
kirchnerista de todas
las desventuras y
posteriormente denunció imaginarias
obstrucciones
de la oposición. El agotamiento
de esos libretos lo induce
a ensayar
un nuevo relato.
GOBERNABILIDAD CONSERVADORA
Para contrarrestar los fracasos del año el oficialismo sube
la apuesta y convoca a un gran
operativo
electoral.
Afirma que un triunfo en
las legislativas del 2017 facilitará
otro mandato del oficialismo
en el 2019, que permitirá destrabar
los fallidos del 2016.
Con esta prioridad
en los comicios
Macri
sepulta todas
sus críticas anteriores
a la obsesión electoral
de
los políticos
por eternizarse en el gobierno. En
lugar de “trabajar
para la gente” ahora se embarca en
la conservación de los cargos.
Proyecta inducir
un rebote del consumo anclando el tipo
de cambio. Intentará
crear la misma primavera económica que indujeron
sus antecesores en los años impares
de elección. Repetirá el
retraso del
dólar
para apuntalar
el poder de compra con
el auxilio
del gasto público.
Macri tiene previsto recurrir al
endeudamiento para financiar
el enorme déficit
fiscal (6-8% del PBI). Lo que el
kirchnerismo solventaba con emisión, el
oficialismo sostiene con empapelamiento.
Ningún país del mundo compite
con el vertiginoso incremento de un pasivo
estatal que terminará desatando
los conocidos ajustes del FMI.
El pago de intereses
usurarios ya absorbe el
11% del
presupuesto y la deuda es utilizada para facilitar fugas de capitales, gastos corrientes y aumentos
de importaciones. Con esa bomba de tiempo el PRO
se dispone a motorizar
la campaña de
sus candidatos.
Los medios hegemónicos convalidan
ese
plan. Avalan todas
las tonterías de Prat
Gay
sobre el “enderezamiento
de la macroeconomía” y justifican
lo que antes demonizaban.
El monumental déficit fiscal, el deterioro
de la balanza comercial, el derroche de
divisas o la fractura entre inflación y tipo
de cambio son presentados como
inconvenientes pasajeros. Los
mismos desajustes
que
eran identificados
con
el precipicio, ahora son retratados como
simples datos cotidianos.
El establishment avala posponer un ajuste mayor para facilitar
la maniobra electoral. Los
talibanes del neoliberalismo también aceptan
la
demora y la embajada de
Estados Unidos invita altos funcionarios del Tesoro o el
Departamento
de Estado,
para elogiar las
maravillas de su
nuevo peón sudamericano.
Pero el plan
de Macri requiere la cooptación
de segmentos del
justicialismo
para
fortalecer la cogestión de Vidal con los intendentes. También exige tratativas
permanentes para
apuntalar la conducta amigable de los renovadores en el Congreso y la decisiva
neutralidad
del Papa Francisco. La intermediación de Bergoglio
fue determinante de
la decisión cegetista
de anular el
paro. El PRO incentiva,
además,
la división del peronismo y acosa
judicialmente a Cristina para forzarla a desertar
del 2017.
El proyecto de Macri presupone también el
afianzamiento de una base social
conservadora permeable a los discursos de mano dura.
Por
eso el presidente justifica
linchamientos o asesinatos
de ladrones, mientras
enmascara las causas sociales de la criminalidad (desigualdad) y la
impunidad del bandidaje financiero. Cuenta,
además,
con la derechización de
capas intelectuales que
repiten el itinerario de
Vargas Llosa. Lanata es el
prototipo de esa involución.
LA IDEOLOGÍA
DEL MERCADO
Para implementar un
severo ajuste el
macrismo
necesita reintroducir las creencias
neoliberales. Cómo
esa idolatría quedó afectada por el desastre de los
90, el PRO ensaya nuevas fórmulas
para las mismas falacias.
Despliega una intensa campaña
contra el populismo, sin definir
el contenido de ese mal. En pleno electoralismo
no puede identificarlo con
baches fiscales o “fiestas
de los políticos”.
Al macrismo
le
cuesta disimular su pertenencia
a la crema de las clases
dominantes. Encarna un gobierno de la Ceocracia divorciado de
las mediaciones
políticas tradicionales y se maneja con gerentes
de grandes empresas,
que
desconocen el universo
exterior
a Puerto
Madero.
Por eso proclaman que
el pueblo está feliz con
“un ajuste necesario y provechoso”.
Los representantes de esa elite
declaran abiertamente
que se ha vivido una “fantasía consumista”.
Se
indignan con
las vacaciones o las
compras de vehículos y
electrodomésticos
de bajo
presupuesto. Retoman las teorías
del derroche que identifican
a la argentindad con
el
abuso del gasto y el
desapego al ahorro.
Pero recomiendan
restricciones sólo para los humildes. Durante el 2016 el segmento de los
híper-privilegiados (ABC1) multiplicó
sus viajes suntuarios y compras de
automóviles
de alta gama,
mientras descorchaba el
champagne que desgravó Macri.
El discurso austero no sólo
choca con esa impudicia,
sino con el propio intento de crear
un alivio de consumo para el
escenario electoral del 2017. Esa operación está amenazada por la demolición del
poder adquisitivo que Cambiemos
pondera y lamenta al
mismo
tiempo.
La restauración neoliberal también transita por
cuestionamientos
al “adverso
clima de negocios” que generan
los altos impuestos. No se refieren al IVA sino
a lo aportado por los acaudalados. Pero el
PRO
ya redujo los
gravámenes al patrimonio (bienes personales) y al
agro-negocio (retenciones)
sin ningún resultado
de inversión.
Para soslayar esa contradicción
Macri ataca el ausentismo y la
baja productividad laboral. Sugiere que los capitales llegarán cuando
los asalariados acepten
una mayor tasa de explotación. Pavimenta ese camino
con una reforma de las
ART, que reducirá los
derechos de los litigantes
en los juicios por accidentes
de trabajo. Los
capitalistas se
ahorrarán compensaciones
por las
tragedias que cada doce horas se cobran la vida
de un operario.
Con el mismo
objetivo Macri vetó la ley anti-despido y tolera un
incremento del desempleo. Busca recrear
el escenario disuasivo de la resistencia obrera
que prevaleció a mitad de
los 90.
Pero todo el paquete
de mensajes neoliberales
oculta que las
elogiadas
inversiones están detenidas
por limitaciones estructurales
de la economía argentina. No
sólo la rentabilidad de los sectores ajenos a
la agro-minería es
reducida. En
el contexto actual no se verifica la euforia
privatista que acompañó
a Menen, ni el viento de
cola internacional que rodeó al
kirchnerismo.
En esta
coyuntura
es muy improbable la repetición de lo ocurrido en el 2002-03,
cuando
el repunte del
agro
se transmitió rápidamente
a la industria. Brasil es un espejo
de las recesiones profundas y continuadas que
socavan a las economías
sudamericanas.
El macrismo disimula
este duro escenario con la fantasía
de imitar prosperidades ajenas. Propaga y archiva a toda velocidad los ejemplos a seguir. Ahora propone copiar la trayectoria de Australia,
olvidando las diferencias con
un país de menor densidad demográfica y mayor dotación de recursos
naturales.
La lejana economía de Oceanía que ensalzan los neoliberales exporta minerales (y no alimentos),
en estrecha asociación
con los vecinos procesos de industrialización
asiática. Es un socio militar
privilegiado del
imperialismo estadounidense, mantiene una estructura interna más
igualitaria y nunca afrontó las tensiones sociales
de Argentina.
Los cerebros del
macrismo discuten Australia, para no registrar
lo ocurrido en
cualquiera de los modelos
latinoamericanos de neoliberalismo continuado. El futuro macrista de
Argentina se puede avizorar en
la terrible desigualdad
de México,
la precarización laboral
de
Perú, las miserables
jubilaciones de Chile o la marginalidad social
de Colombia.
Allí se
pueden explorar
los anticipos
del país “serio y normal” que
propicia Cambiemos. Macri recita el
viejo
sermón liberal de enderezar a la Argentina con
mayor
apego al
trabajo y respeto a la
institucionalidad. Con ese maquillaje disfraza su
proyecto
de minorías más acomodadas y multitudes
más empobrecidas.
SOCAVAR LA EDUCACIÓN PÚBLICA
Cualquier
afianzamiento del
neoliberalismo exige un
drástico deterioro de la enseñanza estatal, puesto que en ese ámbito predomina una fuerte oposición a la
prédica derechista.
El macrismo ya retomó las campañas
contra todos los docentes que se ubican
en la primera fila de la resistencia al ajuste.
Cuenta con el apoyo
de los grandes medios,
que hostilizan a los
maestros
para enfrentarlos
con
la población.
El oficialismo y sus escribas presentan al magisterio
como un sector que abusa de privilegios, elude
obligaciones y aprovecha el ausentismo. No ofrecen pruebas
de esas calumnias y ocultan las adversas condiciones de trabajo que prevalecen en
la mayoría de los
colegios.
También
olvidan que sólo la esforzada labor de los docentes
contuvo la destrucción de la educación
pública. Las
Carpas
Blancas
impidieron en los 90
la degradación que monitoreaba el Banco
Mundial.
Macri pretende reiniciar ese desguace.
Por
eso implementa censos
concebidos por las
consultoras privadas,
para establecer los rankings
escolares
que preceden
a la privatización. Es totalmente falso que “los docentes no quieren ser evaluados” o evitan
un “diagnóstico de la situación”. Simplemente se oponen a la
cirugía que prepara el
gobierno.
Bullrich ha confesado
que
promueve una “segunda campaña del
desierto”, sin recordar a las
víctimas de la primera cruzada. Los Ceócratas
tienen
en mente el modelo
chileno de
endeudamiento de las
familias
para
costear los estudios, pero se presentan
como adalides de una educación
pública de calidad.
Con cierto cinismo declaran su propósito de contener la
emigración de alumnos a
los colegios privados. Ese enunciado choca con el mantenimiento de los subsidios a las escuelas
pagas y con la
abrumadora distribución de
cargos entre directivos
provenientes de ese sector.
Un funcionariado que
envía a sus hijos
a las escuelas más costosas,
no tiene el menor interés en potenciar la enseñanza pública. El gabinete
de egresados del
Cardenal Newman que maneja el
país, ni siquiera conoce dónde quedan los colegios del estado.
El macrismo
critica la conversión de
muchas escuelas en
centros
asistenciales,
pero no propone restaurar su función educativa. Su
gestión acentúa la
segmentación social que recrea esa degradación.
Suelen constatar
el deterioro de las
escuelas
más empobrecidas y la reducción de las
exigencias
de
aprendizaje, en
un ámbito que
contiene a millones de chicos excluidos. Pero presentan esa desgracia
como un dato ajeno a
la inequidad
que potencian todos los días.
Cambiemos
intenta gobernar
durante muchos años para crear
un consenso privatista que naturalice la fragmentación escolar. Necesita un
tiempo
prolongado para
instaurar creencias elitistas,
que chocan con la extraordinaria historia de la educación pública argentina. Esa tradición
distingue al país del
grueso de
América Latina.
Para promover
la sostenida expansión de
la enseñanza privada,
la derecha necesita socavar la subsistencia de
buenos colegios y universidades públicas.
Allí florece el pensamiento crítico y la actividad
militante, que
los conservadores
pretenden erradicar.
El des-financiamiento de la
educación
superior es el
primer paso de la campaña
por el arancelamiento que prepara el macrismo. Ya subrayan el
“alto
costo” de universidades con
bajas tasas
de graduación en proporción a los ingresantes y el malgasto en estudiantes extranjeros. No comparan esas
“pérdidas” con los millones de dólares transferidos
a los parásitos
del sector financiero.
Ocultan que sólo
los fondos buitres
recibieron este año
una suma dos veces y media superior al presupuesto de las
universidades.
En lugar de introducir
becas para aumentar el
porcentaje
de los recibidos, Cambiemos piensa en la expulsión
de los “sobrantes”. Su objetivo es despolitizar y
embrutecer a la juventud.
NUEVOS PLANES FRENTE A
LA RESISTENCIA
El macrismo
ultimó
su plan de gobierno
prolongado a partir de
lo ocurrido con
las movilizaciones del 2016. La intensidad
de esa lucha puso en evidencia que el movimiento
popular no será doblegado con
facilidad. El nivel de resistencia y
ocupación de las calles
supera el
promedio
regional.
Las batallas
que iniciaron
los estatales contra los despidos fueron sucedidas
por importantes paros en incontables sectores. El gran acto sindical de abril constituyó la mayor concentración unitaria de
los últimos años y corroboró el fortalecimiento de
la agremiación registrada durante
la última década. Esa ampliación volvió
a otorgar protagonismo a los
asalariados en
reemplazo de los
piqueteros.
Pero también la manifestación de San Cayetano reactivó la presencia callejera de
los movimientos sociales y la
masiva marcha federal
logró un excepcional impacto de concurrencia y visibilidad.
La expresión
más
reciente de
estas acciones ha sido
la movilización contra el
femicidio.
Un nuevo sector irrumpe con
niveles
de organización forjados en encuentros
periódicos de la militancia.
Allí se han elaborado
programas
para
preservar vidas, revertir la desigualdad y legalizar el
aborto.
La intensidad general
de esas acciones
neutralizó las pretensiones represivas
del macrismo. El oficialismo
no pudo aplicar la ley anti-piquetes,
ni los protocolos de garrotazos
que ensayó en las primeras semanas
de gobierno.
Han
logrado mantener en la
cárcel a Milagros Salas, pero
fracasaron
en el intento de detener a Hebe de Bonafini. Tampoco
pudieron
avanzar en
el desprocesamiento
de los genocidas y el masivo repudio a la negación de los
desaparecidos forzó la renuncia de Loperfido. Nuevamente la resistencia democrática transita por
los mismos carriles que
la lucha social.
El gobierno sufrió también una
dura derrota en la aplicación del tarifazo. La
Corte percibió el
malhumor social y obligó
a reformular
los aumentos, a través del sinuoso camino de las audiencias y las
nuevas facturaciones.
En los cacerolazos
de
protesta reapareció
una reacción espontánea de vecinos indignados,
que actúan
más allá de las organizaciones sindicales o políticas.
Ese despertar atemorizó al macrismo e incentivó su plan de priorizar las
elecciones.
En un momento
de crecientes protestas,
Macri logró el aval
de la burocracia
sindical para desactivar
el paro nacional a cambio de un
bono vergonzoso.
Los jerarcas archivaron
la reapertura de las
paritarias
sin lograr ninguna compensación. La suma negociada es insignificante y su
otorgamiento depende de la voluntad de cada sector patronal. Pero el gobierno
sabe que la batalla
social continúa y por eso renueva su
artillería política,
ideológica y electoral.
COMPARACIONES Y ESCENARIOS
Macri encabeza el mismo proyecto de restauración
neoliberal que ensaya Temer
en Brasil. En ambos
casos
se han instalado gobiernos directos de las
clases dominantes,
con el propósito de consumar agresiones virulentas contra las conquistas
populares.
El líder de Cambiemos engañó al
electorado, pero logró
una
consagración en los comicios
que no tuvo su colega brasileño.
Temer
fue
instalado por una mafia de corruptos, que utilizó la farsa del
Parlamento
para derrocar a Dilma. Es
un bandido ungido por la casta de jueces y poderes
mediáticos, que reemplazan a los
militares en el
viejo ejercicio de la acción
golpista.
Macri no carga con
esa
mochila de ilegalidades, pero
afronta obstáculos
inmediatos
de mayor alcance que su
par
brasileño.
Frente a un
nivel de resistencia popular más intenso, no ha podido desplegar el acelerado
plan de ajuste que implementa Temer.
El golpista ya dispuso
recortes del
programa Bolsa Familia, congeló
el gasto
social y avanza en
la reforma laboral y jubilatoria. Brasil no cuenta
con
el margen de endeudamiento
que tiene Argentina y por eso los neoliberales impulsan las privatizaciones
que Macri pospone.
La derecha brasileña tiene en
carpeta la proscripción de Lula, pero su principal
apuesta
es la desmoralización
popular. La abstención masiva
en las recientes elecciones
es una carta de esa estrategia. En cambio Macri debe colocar
todas sus fichas en una próxima secuencia
de comicios con alta concurrencia.
El dirigente del PRO
tiene un proyecto reaccionario muy definido,
pero carece del
poder requerido para
implementarlo. Por eso
busca repetir la trayectoria de Menen que
sorteó un debut tormentoso, para
afianzar
luego
su gestión
con
endeudamiento y
contubernios.
En un contexto internacional
muy
distinto a los 90 y con gran
memoria de ese
desastre, el
periplo
de Macri puede naufragar.
Si pierde las próximas elecciones podría afrontar el mismo destino de
Fox (México) o Piñera (Chile) -que con gabinetes de CEOs o equipos políticos- no
pudieron consolidar su proyecto.
Perdieron la partida y
fueron reemplazados
por otras fuerzas de las clases dominantes.
Las elecciones
serán un campo de batalla
pero
la gran
pulseada se dirimirá en
las calles. Menem empobreció al país
al doblegar la resistencia popular.
En
cambio De la Rúa
falló en ese mismo
operativo y quedó sepultado por
la rebelión del
2001.
El primer resultado
condujo
a una década de miseria y el segundo a
un periodo de mejoras
sociales y conquistas
democráticas. Quiénes
proclaman su deseo de “que a Macri
le vaya bien” deberían
recordar esos antecedentes. Sólo con victorias del pueblo y
derrotas
de los poderosos el
país saldrá adelante.
FUENTE: Claudio Katz1
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