Rebelión
Candidatos de seis fuerzas se
confrontan el próximo domingo 6 de noviembre en las elecciones presidenciales
en Nicaragua. En las mismas se elegirán también los 90 diputados de la Asamblea
Nacional así como los 20 representantes al parlamento centroamericano.
De las fuerzas que participan, tres
son de orientación liberal, una conservadora, otra - la Alianza por la
República- reúne a varias facciones de la antigua contrarrevolución y la
Alianza Unida Nicaragua Triunfa, liderada por el gubernamental Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), está integrada por una quincena de
partidos y organizaciones de los más diversos tintes políticos.
Los resultados de las urnas a las que
se convocan a 3 millones 400 mil electores tendrán repercusiones internas y
regionales. A nivel nacional, en tanto termómetro del respaldo con el que
cuenta el sandinismo y cuyo candidato, el actual Presidente Daniel Ortega,
aspira a un tercer mandato, acompañado por su esposa Rosario Murillo como
vicepresidenta. Un fuerte voto opositor o una abultada abstención podrían
interpretarse como una condena a la actual política gubernamental.
En el marco geopolítico de un
continente en el que la derecha neoliberal ha recuperado protagonismo en el
último año –especialmente con Mauricio Macri en Argentina y con Michel Temer en
Brasil- la victoria del FSLN constituiría un aval de importancia para gobiernos
que apuestan a Estados sociales fuertes y que defienden una visión autónoma de
Washington.
Oposición… a pesar de las encuestas y
la calle
Las diversas encuestas indican desde
hace ya varios meses al FSLN como neto vencedor. La simpatía política de sus
candidatos supera el 70%, según el sondeo del Sistema de Monitoreo de la
Opinión Pública (SISMO) presentado a fines de octubre por la firma M&R
Consultores. Dicha previsión complementa la VI Encuesta Nacional Electoral en
la que Ortega y Murillo logran el 64 % de la intención de voto, en tanto el partido
gobernante alcanza el 58% de aceptación. El 37 aniversario de la revolución
sandinista, el 19 de julio pasado, permitió medir el poder de convocatoria del
FSLN: cerca de 350 mil personas se movilizaron en Managua y en otras ciudades y
pueblos del interior del país.
Los indicadores de una casi cierta
victoria sandinista pueden explicar porqué no se vivió en el país
centroamericano una campaña electoral apasionada y activa como sucediera en
comicios anteriores. El FSLN se confronta hoy a dos tipos de oposición. Una
“light, protagonizada por las fuerzas que participarán el 6 de noviembre en la
contienda. La otra, más virulenta, que llama a la abstención como sanción
política.
“No reconoceremos los resultados de
la farsa electoral ya en marcha. Demandamos nuevas elecciones con todas las
garantías”, enfatizaba el Frente Amplio por la Democracia (FAD) en un reciente
comunicado de prensa. El mismo fue publicado como reacción al acuerdo logrado
entre el Gobierno nicaragüense y la Organización de Estados Americanos (OEA) en
la tercera semana de octubre para “establecer una mesa de conversación e
intercambio constructivo”. Proceso que incluirá la confirmada visita del
Secretario General del organismo a Managua el próximo 1ero de diciembre y que
no pone en cuestión la legitimidad de los comicios de noviembre.
Un sector de intelectuales opositores
que elaboran la Revista envío, de la Universidad Centroamericana de Managua,
señala en su número de octubre que “…Ortega fue el más activo deslegitimador de
las elecciones del 6 de noviembre”. Y enumeran como argumentos: “buscar su
tercera reelección en una contienda sin observadores, excluyendo de la
competencia a la única oposición creíble, dejando participar solamente a
partidos apermisados por él, con control total de las estructuras electorales,
llevando como fórmula a su esposa como sucesora en el cargo y con resultados
conocidos de antemano”.
Dos meses antes, a fines de julio, 28
diputados – 16 titulares y 12 suplentes- del Partido Liberal Independiente
(PLI) perdieron sus bancas en el parlamento por decisión del Consejo Supremo
Electoral. La oposición y la gran prensa internacional denunciaron entonces el
“fin de la democracia” y el “Golpe de Estado al Poder legislativo”. Según
portavoces sandinistas, la decisión del Poder Electoral fue resultado de una
crisis con división interna de dicho partido opositor. La Corte Suprema de
Justicia interpretó que esos curules pertenecían al partido por el cual fueron
elegidos. El sector del PLI reconocido como “oficial”, dirigido por Pedro
Reyes, pudo de inmediato nombrar sus propios diputados en reemplazo de los
destituidos.
La Revista envío de octubre subraya
también lo que considera como una seria advertencia de los Estados Unidos
contra el Gobierno de Nicaragua. El 21 de septiembre, 435 legisladores
demócratas y republicanos de la Cámara de Representantes aprobaron la
Nicaraguan Investiment Conditionaly, conocida como Nica Act, que condiciona préstamos
de instituciones financieras a la realización de elecciones libres. La misma no
fue aprobada todavía por el senado norteamericano pero queda planeando como una
amenaza real contra Managua.
Alianzas amplias, infraestructura,
crecimiento y programas sociales
Lejos de sorprenderse por la posición
de los diputados norteamericanos, “que expresa el intento de una recuperación
de hegemonía en Centroamérica, lo que me impactó positivamente fue la respuesta
crítica de la gran mayoría de sectores nacionales, sea políticos, religiosos o
empresariales, ante esa actitud norteamericana”, explica el sociólogo Orlando
Núñez Soto, director del CIPRES (Centro para la Promoción, la Investigación y
el Desarrollo Rural y Social) con sede en Managua y analista de la Revista
Correo.
Un eje programático esencial del
sandinismo en esta nueva etapa de gobierno es “la política interna de alianzas
con todo el mundo, consciente que el piso de base del FSLN corresponde a un 35%
del electorado”. Alianzas con diversos sectores políticos; con los movimientos
sociales – que tienen una gran fuerza en el país centroamericano -; con las
iglesias evangélicas y católica romana. “Quizás la más sobresaliente sea con el
sector privado, es decir con las principales cámaras empresariales del país,
incluyendo al capital extranjero…”, enfatiza Núñez.
¿El argumento y la necesidad de un
acuerdo de esta naturaleza? “La evidente falta de capital que aqueja a los
pequeños y medianos sectores empresariales así como al mismo Gobierno para
gestionar su presupuesto”, responde.
En el balance retrospectivo desde la
vuelta del FSLN al Gobierno, Núñez subraya los avances productivos y sociales.
“El Gobierno sandinista heredó en 2007 el segundo país más pobre de América
Latina, luego de 17 años de gobiernos neoliberales”. En la última década,
“gracias a la cooperación de Cuba, Venezuela y los organismos internacionales,
así como a las políticas públicas, el sandinismo logró aumentar un 40% el
Producto Interno Bruto, manteniendo un promedio de crecimiento del 4.5% anual,
más del doble de lo que ha existido en toda América Latina –a excepción de
Panamá”. Con una particularidad, agrega: el 45% del PIB lo produce la economía
popular. Nicaragua, enfatiza, logra ya su soberanía alimentaria dado la
producción diversificada de alimentos, incluyendo una sobre producción de carne
y leche que va para la exportación. Datos macros que se trasladan a la vida
cotidiana: “avances en carreteras y electrificación que son altamente valorados
por la gente. La educación y salud públicas y gratuitas. Planes sociales de
impacto como Hambre Cero, Usura Cero, Bono Productivo etc. Y la alta seguridad
ciudadana que marca la diferencia con respecto a países como Honduras, El
Salvador o Guatemala, en una región en que se encuentra entre las más violentas
del mundo”, enfatiza.
¿Podrá el sandinismo en las urnas y
en la eventual continuidad de su gestión escapar a la contraofensiva neoliberal
que toma fuerza en Latinoamérica?, preguntamos a manera de balance final. Sin
duda, se trata de la excepción nicaragüense -y de una revolución singular-
responde. Y ratifica los elementos que diferencian al sandinismo de otros
procesos latinoamericanos en retroceso: “la amplitud de las alianzas para
disputar la hegemonía y las instituciones públicas; una oposición dividida;
nuestra particular forma de comprender e integrar el mercado; los avances macro
de crecimiento que se traducen en la mejora de las condiciones de vida de toda
la población”, enumera Núñez.
¿Fracasos o tareas pendientes? “Poder
traducir mejor las conquistas, avances y particularidades del sandinismo en el
plano internacional. Y despejar las interrogantes - al decir de algunos el
“secreto” o la “fórmula”- sobre el caso nicaragüense, donde el sandinismo en
vez de perder sigue ganando popularidad, a diferencia de lo que pasa en otros
países latinoamericanos” donde se da un retroceso de los proyectos populares,
concluye.
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