Escuchábamos
anoche una exposición del economista Pablo Secada, del Instituto Peruano de
Economía, respecto del uso de los recursos fiscales para reducir las brechas
económicas y sociales. En particular, le prestamos atención al desempeño de los
llamados “programas sociales”. Las cifras y resultados son de terror. Y de
escándalo, porque clama al cielo que existiendo los niveles de pobreza que aún
subsisten en el país se dilapide de la forma en que se hace los dineros
públicos dirigidos a ese fin.
En base a
las cifras del Sistema de Focalización de Hogares y la Encuesta Nacional de
Hogares, las estadísticas del 2008 deberían bastar para convencer a cualquiera
que asuma el gobierno a partir del 28 de julio entrante, a que tome, desde el
primer día, una decisión radical al respecto.
El análisis
de los programas sociales contuvo dos aspectos, el de las filtraciones y el de
la subcobertura. Por lo primero se entiende qué porcentaje de gente es
beneficiaria de un programa y no debería serlo. Por lo segundo, qué porcentaje
sí debería recibir el beneficio y simplemente no lo ve ni por asomo.
Veamos el
detalle. El Seguro Integral de Salud, SIS, tiene casi un 40% de beneficiarios
que no debería estar allí. El programa del vaso de leche, 47.6%, los comedores
populares el 48.6% y el Programa Infantil de Nutrición (desayunos y almuerzos
escolares), el 42.2%. ¡Casi el 50% de los que reciben atención en los cuatro
programas mencionados no deberían recibirlo!
En el
segundo ítem las cifras son delirantes. El 45.8% de la población que debería
tener el SIS, no lo tiene. El 75% de los ciudadanos que debería recibir el vaso
de leche, no lo recibe. El caso de los comedores populares raya con el país de
Macondo: ¡el 97.1% de gente que debiera ser atendida, no pisa tales comedores!
¡Y el 65.1% de los escolares que tendrían que recibir un desayuno y un almuerzo
–bajo la lógica por la cual fue creado el programa- no aparece en los listados
de receptores!
Si solo
se resolvieran estas ineficiencias –surgidas, sin duda, de corruptelas y
lobbies-, sin aumentar un sol del erario público para dichos programas, se
acabaría con la desnutrición en el Perú. Tan claro como eso. Con una
reingeniería honesta y profesional, millones de peruanos podrían afrontar su
futuro en mejor pie del que actualmente parten, condenados en muchos casos a
carencias intelectuales y psicológicas que los marginarán del círculo virtuoso
del crecimiento que gozamos casi desde hace dos décadas.
El Estado
peruano es, en general, una desgracia. Y lo que vemos a propósito de los
programas sociales, se replica en casi todos sus ámbitos de actuación. Ojalá el
gobernante que suceda al actual tenga el coraje de cortar de un solo tajo esta
trama de miseria y corrupción.
FUENTE: Juan
Carlos Tafur
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