Entrevista
a Enrique Fernández Maldonado, ex funcionario del Ministerio de Trabajo y autor
del libro “La rebelión de los pulpines, jóvenes, trabajo y política”, un
profundo análisis de la gran protesta que hace un año sacudió a la sociedad
peruana y obligó a recular a la mayoría parlamentaria neoliberal y derogar la
“Ley Pulpín”.
—A un año
del movimiento de los denominados pulpines, ¿cuál es el mensaje que nos deja
aquella protesta?
—Que los
poderes fácticos no la tienen todas consigo. Mira, los promotores de la Ley
Pulpín son quienes cortan el jamón en el país: los gremios empresariales, los
partidos políticos en el Congreso y, claro, un sector del gobierno. Sin
embargo, no pudieron con un movimiento ciudadano, protagonizado por los
jóvenes, que no solo logró derogar el régimen cuestionado, sino generar una
corriente crítica con las opciones que promovían la flexibilización laboral.
—¿Qué
motivó la reacción social de los jóvenes en las calles?
—Creo yo
que varios factores. El primero, el deseo de no ser tratados como ciudadanos de
segunda categoría, con menores derechos por el solo hecho de ser “jóvenes”.
Pero ahí mismo, veo un sentimiento de hartazgo y frustración con una clase
política que no los representa, que lejos de atender sus principales demandas
(seguridad, empleo, educación), aprueba normas que los perjudican.
—¿Quiénes
participaron y cuánta gente estuvo involucrada realmente en las protestas? Algunos
políticos trataron de minimizar las marchas.
—Hubo
varios sectores movilizados contra la Ley Pulpín. Al inicio se trató de los
sectores políticos y sindicales que están organizados: juventudes de partidos y
las secretarías de juventud de las centrales sindicales. Pero luego, la
convocatoria creció y se sumaron otros sectores organizados (el movimiento Hip
Hop entre los más visibles) y otros que no lo estaban (una gran mayoría), pero
que veían urgente e importante manifestar su rechazo a la norma. Aunque es
difícil cuantificarlo con exactitud, la mayor de las marcha habrá llevado unos
20 mil ó 25 mil manifestantes. Hacia el final ese número declinó.
—La
rebelión de los pulpines ¿es solo la respuesta a un conflicto social?
—También
refleja una “cultura política de búsqueda”, como la denominó Sigrid Bazán en la
presentación, que expresa una forma de rechazó a las maneras como se ha venido
ejerciendo la política en el país: entre camarillas, con acuerdos bajo la mesa,
desde una perspectiva machista, de manera clientelar y sectaria. Incluso en las
fuerzas de izquierda.
—¿Por qué
la juventud no ha podido sostener en el tiempo este movimiento?
—Una
buena pregunta. Mi impresión es que este movimiento está ahí, latente, a la
espera de la siguiente motivación para salir a las calles. Lo que ví con las
protestas contra la Ley Pulpín fue la reactivación de una serie de núcleos
políticos o politizados que se han movilizado o realizados acciones colectivas,
bajo determinadas coyunturas, en los últimos años. Sucedió con las
manifestaciones contra la repartija de cargos públicos, contra el aporte
obligatorio a la seguridad social y el servicio militar, contra la revocatoria.
¿Qué viene después? Eso habría que conversarlo con los protagonistas de las
protestas.
—Los
pulpines ¿son la suma de pequeñas organizaciones o tienen una organización
general que las convoca?
—El
“movimiento Pulpin” fue la confluencia de una serie de organizaciones y
colectivos, algunos de larga data (como las juventudes de los partidos o los
colectivos sindicales), otros de reciente aparición (como las Zonas y el Bloque
Hip Hop), y otros con una participación histórica en la política nacional,
aunque en la actual coyuntura recién se estén re-organizando (como el
movimiento estudiantil universitario).
—Llama la
atención que no hayan vuelto a salir a las calles con la misma intensidad, por
ejemplo, en defensa de la libre desafiliación de las AFP. ¿Tienen una agenda?
—Hacer
política, y más la que busca enfrentar los intereses de los poderosos, no es
fácil. He visto en las redes que las Zonas han acordado movilizarse contra la
aprobación del TPP por parte del Congreso de la República. Y al cumplirse un
año de la primera protesta masiva contra la Ley Pulpín (antes hubo otra, pero
de menor convocatoria), un grupo de colectivos juveniles ha presentado un
proyecto de ley para la aprobación de un régimen laboral juvenil.
—Tampoco
se ha visto que los pulpines sean partidarizados. ¿No creen en los partidos y
los políticos tradicionales? ¿Están buscando su espacio propio?
—Algunos
lo están haciendo. Es el caso de algunas de las Zonas, que buscan constituir
espacios de organización “autónomos” de los partidos políticos. Pero hay un
amplio sector de jóvenes que no se sienten representados, ni política ni
ideológicamente por la derecha o izquierda partidaria. Estos son la gran
mayoría. Existen otros colectivos y jóvenes que forman parte de las
organizaciones políticas “realmente existentes”, principalmente de izquierda.
Aunque me queda claro que son una minoría.
—Quienes
participaron en las movilizaciones hace un año ¿son los llamados a ser el
cambio generacional en la política?
—Eso
quisiéramos varios y me incluyo. La importancia adquirida por la resistencia de
los pulpines radica en que lograron influir en un proceso político que, de otra
forma, se hubiera agotado entre los estudios de abogados vinculados a las
empresas y un parlamento sumiso a los poderes empresariales. El salto hacia un
movimiento social articulado y potente depende de ellos. Por lo pronto, son
ahora conscientes de lo que pueden lograr, en una lógica de unidad y
confluencia.
—Contactarte
con los protagonistas de estas marchas para elaborar el libro, ¿te ha permitido
tener una visión distinta a la que tenías hace un año del movimiento de los
pulpines?
—Sin
duda: he conocido gente valiosa, que a pesar de su juventud (son chicos que no
pasan los treinta años), tiene bastante claro el escenario político; sus
posibilidades y limitaciones como movimiento. Eso es importante destacarlo.
ADEMÁS
—¿Cree
que actualmente los pulpines deberían tener más participación política? ¿O
quizás la tienen y no estamos enterados?
—Ambas
cosas. Se requiere hacer más política, pero también hay procesos organizativos
en marcha de los cuales el gran público conoce poco. Algunos de una valía que
merece conocerse y replicarse. El libro busca visibilizar estas experiencias y
esfuerzos.
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