Alma Delia Murillo, escritora
mexicana. [Óscar Mireles.]
Escribo desde la incomodidad, desde un lugar extraño, agridulce. Me siento esperanzada y desencantada al mismo tiempo: ocurre que soy mujer y que soy mexicana; la intersección de esas dos variables ahora mismo en este país es un espacio muy complicado de habitar.
Vamos a tener a la primera presidenta
de México. De tanto repetir la frase parece que pierde valor, y sin embargo es
absolutamente histórica.
Viendo las imágenes de las
celebraciones, se me viene a la mente una clase de Artes en que la maestra nos
pidió que hiciéramos un autorretrato del futuro, y una amiga mía que se llamaba
Yadira, se dibujó a sí misma como presidenta del país.
Fue la única; las demás dibujamos
cantantes, hadas, novias en el altar, enfermeras, actrices de telenovela o del
show del Chavo del 8 y Chespirito. Otra compañera le dijo a Yadira que en
México no había presidentas.
Nunca voy a olvidar la reacción de la
maestra que nos dio un atropellado pero febril discurso sobre por qué estaba
bien querer ser presidenta de un país y puso de ejemplo a Margaret Thatcher que
era Primera Ministra del Reino Unido y a la que ya apodaban “la dama de
hierro”.
Cuando en una clase de Arte nos pidieron que nos dibujáramos en el futuro, a nadie (salvo a una niña) se le ocurrió dibujarse de presidenta. [Alma Delia Murillo]
Eran los años 80 del siglo pasado y
aquello de imaginar una presidenta de México sonaba tan lejano, tan de otro
mundo, pero en 2024 llegó. Por eso me siento entusiasta. Pero luego recuerdo
que vivo en el país de 11 feminicidios al día, y algo me pide que tenga
precaución, como quien ya ha padecido por el corazón roto y no quiere soltar
las amarras en un nuevo enamoramiento.
Soy hija de una mujer que nació en un
país que no le permitía votar, ni a ella ni a ninguna, el derecho electoral era
cosa de hombres.
En el México de 1947, cuando mi madre vino al mundo, no había voto femenino; como no había en el de la poeta Rosario Castellanos que nació en 1925, ni en el de la escritora y periodista Elena Garro nacida en 1916. Ni qué decir de Sor Juana Inés de la Cruz, que vivió en un país —entonces colonia del imperio español— donde ni voto ni universidad; esa niña prodigio, el Fénix de América, por no tener no tenía ni derecho a los libros.
El voto femenino no se aprobó en
México hasta 1953. Muchas mujeres lucharon por alcanzarlo.
Yo misma estudié en una escuela
primaria que tenía el nombre de una luchadora. Se llamaba “Gertrudis Bocanegra
Lazo” y era un internado para niñas que vivíamos en condiciones de precariedad,
en pobreza, huérfanas de padre o madre. Cuando me matriculé ahí a los 7 años no
sabía quién había sido ni por qué era importante.
Años después vine a comprender que
cuando estalló la guerra por la independencia de México, Gertrudis Bocanegra se
sumó a la causa. Como sabía leer y escribir, privilegio de poquísimas mujeres
en un país mayoritariamente analfabeto, hizo de mensajera entre facciones
rebeldes hasta que la capturaron los soldados del imperio y la torturaron para
que delatara a los insurgentes. Pero ella no cedió, así que la fusilaron en
Pátzcuaro, Michoacán en 1817.
Vicente Fox -presidente por el PAN entre 2000 y 2006- se refirió "bromeando" a las mujeres como
lavadoras no mecánicas, sino de dos patas.
Siglos después pienso en las madres
buscadoras abandonadas a su suerte que rastrean entre las casi 6 mil fosas
clandestinas de este país para encontrar a sus hijos desaparecidos, y no puedo
concebir cómo llegamos a esta distopía de violencia que las madres gestionan
dándole un reducto moral a una sociedad devorada por el crimen organizado que
las autoridades no pueden o no quieren detener.
Para esas madres ser mujeres en el
mismo país donde otra mujer será presidenta, no tiene precisamente sabor a triunfo.
Por eso este ánimo destemplado,
discordante.
Aun así, sí, tener una presidenta de
México es reivindicativo, es romper un techo no sólo de cristal sino de espeso
patriarcado a la mexicana: violento, conservador y retrógrado.
El recorrido de presidentes machistas
es nutrido y vergonzoso. Ellos mismos han sellado sus posturas con
declaraciones inauditas. Vicente Fox, que estuvo en la presidencia del año 2000
al 2006 por el PAN, hizo un “chiste” diciendo que las mujeres
éramos lavadoras no mecánicas,
sino de dos
patas. Su Secretario del Trabajo, Carlos Abascal, se preguntó si las
mujeres éramos seres humanos y aseguró que las labores del hogar eran la
realización plena de la mujer.
Enrique Peña Nieto, en el cargo de
2012 a 2018 por el PRI, se excusó de no saber el precio de las tortillas
arguyendo “yo no soy la señora de la casa”. Un diputado de su partido,
Alejandro García Ruiz, dijo quizá la peor de todas: “Las leyes, como las mujeres,
se hicieron para violarlas”.
Y a propósito de violaciones, Andrés
Manuel López Obrador, actual presidente de
México, respaldó la candidatura
a gobernador de
Félix Salgado Macedonio, pese a
que tenía dos acusaciones de violación y una más por acoso sexual.
Las mujeres nos indignamos, volvimos
tendencia una campaña para que AMLO recapacitara, #PresidenteRompaElPacto
publicábamos en nuestras redes sociales y en respuesta López Obrador declaró
abiertamente que no sabía qué pacto era ese. También dijo que no era feminista
y en 2020 aseguró que el 90% de las llamadas por violencia de género que hacían
las mujeres a la línea de emergencia 911, eran falsas.
Enrique Peña Nieto, presidente por el PRI entre 2012 y 2018, se excusó de no saber el precio de las tortillas arguyendo “yo no soy la señora de la casa”.
Con ese panorama no hacen falta dotes
adivinatorias para saber que la persecución sobre la primera mujer presidenta
será feroz, que la exigencia no tendrá el mismo rasero de permisividad que se
ha dado a los hombres que ocuparon el cargo: hemos tenido presidentes
corruptos, ladrones, con sombras de asesinatos en su historia familiar, que han
llevado a crisis devaluatorias la moneda mexicana y la inflación más allá de lo
tolerable para la economía de los mexicanos, que han militarizado el país y que
tuvieron en su gabinete a personajes como Genaro García Luna, hoy preso con
cargos criminales por narcotráfico… el recuento es infame. Y todo se les ha
tolerado.
Ojalá que la primera presidenta eleve
la vara en el desempeño; pero ojalá, también, que la tabla para medir no sea el
machismo ni el encono de quienes no toleran que las mujeres hayamos salido de
la sombra doméstica al espacio público.
Sabemos desde ahora que más de uno
criticará el cuerpo de la presidenta, más de dos la aleccionarán sobre cómo ser
lo suficientemente femenina, y algún macho perspicaz especulará si el desempeño
de la presidenta tiene que ver con su vida sexual.
Y ahí estaremos muchas ciudadanas,
hayamos votado por ella o no, intentando elevar la conversación, procurando ser
guardianas de una civilidad que vuela por los aires cuando de atacar el cuerpo
de una mujer se trata.
Al menos yo lo haré porque esta es
una lucha colectiva de siglos, una cosecha ganada sobre el sufrimiento de
Gertrudis Bocanegra o Leona Vicario, el de Hermila Galindo y mi madre, el de
nuestras abuelas y tantas otras compañeras.
Gobernar con perspectiva de género
también significa hacerse cargo de que se llega a ese lugar de mando con una
deuda histórica de sangre de incontables mujeres, de sufrimiento por una
desigualdad brutal.
Ojalá tener una mujer presidenta se
traduzca en pensar políticas públicas desde la equidad y
el cuidado.
Por eso anhelo que tener una mujer
presidenta se traduzca en pensar políticas
públicas desde la cultura de la
equidad y el cuidado, que la estrategia central esté en la construcción de paz
y en encontrar formas de detener la guerra que ninguna administración anterior
se ha atrevido a desmantelar.
Con el corazón espero que la señora presidenta
no nos cierre con vallas el Palacio Nacional cada 8 de marzo que salgamos a
marchar, como ya lo han hecho en el pasado.
Qué valioso sería que la primera
presidenta se atreviera a ponerle su voz a la palabra aborto porque ese derecho
recién ganado y siempre en
riesgo de perderse, necesitamos
fortalecerlo entre todas.
Ojalá que la señora presidenta se
pronuncie con cada feminicidio, que su discurso nunca vaya por el rumbo de la
revictimización. Ojalá sea compañera de la comunidad LGBTQ+ sin regatear el
respaldo a los derechos humanos.
Ojalá, como dijo ella misma en una de
tantas entrevistas, no fuera noticia que una mujer es astronauta, ingeniera,
gobernadora o presidenta de la república.
Pero hoy es noticia y también
revelación y acontecimiento: México tiene a su primera presidenta.
Cierro con estos versos que compuso
Vivir Quintana y que en la potencia de su voz conmueven profundamente. Y es que
algo habrá que hacer con tantas emociones encontradas, tal vez cantar.
Que te duermas sin deberle la
justicia
a las madres que ahora buscan por ahí
a sus hijas entre fosas clandestinas, que resista la esperanza de vivir.
No te olvides de tus ojos de mujer
Fuente: BBC News Mundo
Por Alma Delia Murillo - Escritora mexicana - Lunes 3 de junio de 2024, 10:42 a.m. GMT-5·8 min de lectura
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