"Los lugares más profundos del
infierno están reservados para aquellos que en épocas de crisis moral se
mantienen neutrales" - Dante Alighieri
El resultado frustrado de la
intentona de vacancia presidencial, y acto seguido, el reciente indulto a
Fujimori, han sacudido como violentos sismos todas las certezas y alineamientos
políticos en nuestro país, y sus réplicas aún no permiten vislumbrar con claridad
cuál será el nuevo mapa de fuerzas en el próximo período. Algunos ejemplos: el
antifujimorismo, que le dio el triunfo por estrecho margen a PPK en las últimas
elecciones y que contribuyó a frustrar la iniciativa de vacancia, ha pasado sin
duda a ser oposición. La bancada de Keiko, hasta hace muy poco con mayoría
absoluta y sólidamente cohesionada, hoy ya no podrá seguir usando y abusando de
su poder. AP y el partido aprista han sufrido fisuras que les costará
recomponer. El propio oficialismo ha visto reducirse su bancada parlamentaria,
ha perdido a sus dos ministros más populares y enfrenta una diáspora de
funcionarios de alto nivel, que encuentran incompatibles sus convicciones
personales con el último movimiento de fichas del gobierno, al indultar a
Fujimori en un proceso apresurado y a todas luces irregular.
En lo personal, creo que hay que
dejar a los juristas y peritos la discusión sobre el carácter del indulto y
–quizás lo más discutible– la aplicación del derecho de gracia presidencial,
que exime al expresidente de todos los otros procesos que actualmente están en
curso.
Lo que a mi entender es el signo más
preocupante es que se ha producido en los hechos una alianza entre dos
“pragmáticos” que puede tener graves consecuencias para la institucionalidad
del Perú en vísperas del bicentenario de la Independencia. Me explico: Alberto
Fujimori no solo surgió como un outsider en contra de los políticos
tradicionales y sus organizaciones partidarias; además, no tuvo ningún reparo
en abandonar su programa de gobierno (no shock) para adoptar el de su opositor;
luego del autogolpe, ignoró por completo el principio de separación de poderes
y junto a su socio Vladimiro Montesinos tejió una red que además de manejar al
Poder Judicial y al Legislativo (¿alguien duda de las “compras” de congresistas
en la salita del SIN?) logró neutralizar o destruir al Tribunal Constitucional,
al sistema electoral e incluso al poder informal de la prensa libre, comprando
directores y dueños de estaciones de televisión, la línea editorial de la
“prensa chicha” y muchas otras acciones que resultaría muy largo enumerar en
detalle.
Su novísimo aliado, PPK, a quien
muchos consideraban apolítico, no solo supo distraer al electorado de su
nacionalidad norteamericana, sino que también dio la espalda a sus electores en
su promesa del no indulto, actuó a espaldas de su gabinete y de su bancada,
ejerció el derecho de gracia de forma anticonstitucional. Es el Presidente de
frases como “no me preocupa un poquito de contrabando” o “si quieren fumar su
troncho, no es el fin del mundo”. Pues bien: ahora que tendrá que continuar
gobernando sin bancada, sin “gabinete de lujo” y con una movilización popular
en contra, la tentación autoritaria seguramente lo rondará; más aún, si escucha
los consejos de su nuevo aliado.
Por lo señalado en el párrafo
anterior, considero que el más serio riesgo para el Perú sería la consolidación
de un polo “pragmático” dispuesto a olvidar el marco constitucional, la
jurisdicción supranacional, los derechos humanos fundamentales y otros avances
de consolidación de la democracia, en torno a PPK y en nombre de la estabilidad
del gobierno.
Un primer signo podría ser la
designación del nuevo ministro del Interior, Vicente Romero, quien cuando era
un oficial policial en actividad no tuvo ningún reparo en participar
abiertamente de campañas proselitistas para Alberto Fujimori. Igualmente
riesgosa, en el otro lado, es la aglutinación de fuerzas sin propuestas
positivas, marcadas claramente por el “anti” pero sin claridad sobre lo que
plantean o defienden. Un movimiento así puede ser un buen caldo de cultivo para
propuestas violentistas que, aunque casi derrotadas, aún sobreviven con
pequeños remanentes y pueden reavivarse bajo los vientos favorables de la
coyuntura actual.
¿Qué podríamos hacer entonces? En mi
opinión, es el momento de juntar todas las fuerzas comprometidas con el
fortalecimiento de la democracia en el país. Esta confluencia debería abarcar
desde liberales de “derecha” hasta las corrientes de izquierda democrática,
pero sobre todo, tendría que atraer e incluir a colectivos que se han venido
movilizando por los derechos de las minorías, contra la discriminación y el
abuso.
La misión de este conglomerado sería
no solo defender los avances en la institucionalización de la democracia, sino
fortalecer la expresión ciudadana e ir dando forma –ojalá– a una alternativa de
gobierno para el año 2021 que no nazca detrás de un nuevo “outsider”, sino
detrás de principios y un programa de gobierno que sean auténtica expresión de
la voluntad de las mayorías. Esto, para mí, sería rescatar la política de las
manos de los “políticos” para dársela a sus auténticos depositarios.
FUENTE: Luis Tejeda Macedo – Médico
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