DEJAD YA DE LAMER EL POTO A LOS
EMPRESARIOS
Por Marat
Se cumplen 6
años de la detonación de la crisis capitalista en USA, que pronto se extendería
a las economías desarrolladas del mundo.
Un año
antes, en 2006, cuando ya se extendía por Wall Street el rumor de una inminente
nueva crisis del sistema, uno de los hombres más ricos del mundo y poseedor de
multitud de empresas, Warren Buffet, afirmaba: “Hay una lucha de clases, por
supuesto, pero es mi clase, la clase de los ricos, la que dirige la lucha. Y
nosotros ganamos”. Pregúntense si a día de hoy esa correlación de fuerzas
se ha invertido o, por el contrario, se ha acentuado. Estoy convencido de que
las respuestas serán siempre las mismas.
Lo que en un
primer momento se manifestó como una crisis de tipo financiero, estallada a
partir de la subida de los tipos de interés de las hipotecas subprime en EEUU y
el inicio de los impagos en cascada de las mismas, alcanzaría un año más tarde
a Europa y otros países centrales del capitalismo través de los productos
financieros tóxicos de una economía mundializada.
En estos
años ha habido un interesado esfuerzo por concentrar el discurso de la crisis,
su origen e incluso la responsabilidad de las consecuencias sociales de la
misma sólo sobre dos figuras: el capital financiero (bancos, compañías
financieras, sociedades de inversión,…) y el genérico “los políticos”. Sobre
estos últimos volveremos brevemente más adelante.
Era
inevitable que los efectos sociales de la crisis (paro, empobrecimiento,
recortes sociales y salariales,…) sobre los sectores sociales económicamente
más débiles (principalmente la clase trabajadora) había de generar una crítica
social potencialmente cuestionadora del sistema económico.
En
consecuencia, prever este hecho y reorientar la crítica a través de los
creadores de opinión, los sectores desclasados con “ideología de clases medias”
y sus “espontáneos movimientos” y las organizaciones colaboracionistas del
sistema (sindicalismo de pacto social e izquierdas reformistas), en un primer
momento, hacia el capital financiero permitiría al capitalismo salvarse del
cuestionamiento global, al desplazarse el todo hacia la parte en la reprobación
social, y reducirse al mínimo el rechazo al llamado capital productivo
(empresas industriales y de servicios).
Históricamente
la ideología dominante ha sido compatible con la aceptación del reproche colectivo
hacia la figura del banquero (usura), salvaguardando una imagen mucho más
dignificada tanto entre las clases dominantes como, en buena medida, entre las
dominadas, para la figura del empresario. Así mientras los primeros son
representados como personajes parasitarios y chupasangres, los segundos son
desde hacer largo tiempo aupados a una imagen socialmente benéfica: la de
creadores de riqueza y trabajo que arriesgan su capital. Ni que decir tiene que
los aparatos ideológicos (medios de comunicación, transmisores culturales,
educación,…) han sido siempre mucho menos benevolentes hacia los argumentos que
ponían el énfasis en la explotación laboral en la empresa, en el reparto
desigual del beneficio económico nacido de la producción o en el hecho de que
en la empresa el empresario es contingente (es posible la empresa sin
empresario: cooperativa,…) pero sólo el trabajador es necesario. Si las
empresas se robotizasen por completo, arrojando al paro a todos sus
trabajadores, la crisis de subconsumo acabaría con el sistema económico. Para
conjurarlo los benevolentes reformistas acuden en su auxilio con las propuestas
de la Renta Básica y la Tasa Tobín.
Cualquiera
que vea los programas de debates amañados en las televisiones o las radios o
lea la prensa, sea del color político que sea el medio masivo en cuestión,
comprobará hasta qué punto se acepta o incluso se estimula la crítica moral a
bancos y banqueros pero encontrará con mucha más dificultad esa desaprobación
cuando se trata de empresas o empresarios de la industria y los servicios.
Y es que la
crítica hacia los bancos se orienta fundamentalmente desde la posición de
cliente pero la mitigada, ocultada o censurada hacia el resto de las empresas
se sitúa en el eje trabajador-empresario, es decir en las relaciones sociales
de producción y conlleva el riesgo sistémico de abrir el discurso hacia la
lucha de clases, la crítica de naturaleza real y no falseadamente
anticapitalista.
La posición
de cliente es interclasista (desdibuja las contradicciones de clase). La de
trabajador es centralmente un discurso de clase.
Los clientes
jamás han hecho una revolución que ponga la cuestión de la propiedad en el
centro del escenario. Los trabajadores sí.
No debe
sorprendernos, por tanto, que ante la eventualidad de una huelga general en las
empresas surjan periódicamente en ciertos ámbitos quienes presentan como
alternativa, no como complemento, las huelgas de consumo. Son los esquiroles
del consumerismo como método de lucha.
Las huelgas
generales han perdido gran parte de su fuerza transformadora desde que son
dirigidas por reformistas que no pretenden dar aliento alguno a la lucha 24
horas después de realizadas. No obstante, en sí mismas mantienen todo su
potencial, al hacer evidente durante su realización que, si para la clase
trabajadora, se para el mundo. Las de consumo son un sarcasmo en un tiempo en
el que gran parte de la clase trabajadora lo ha limitado al de subsistencia.
La realidad
es que el capitalismo no es un sistema económico basado en compartimentos
estancos sino un todo integrado. Tan capitalista y responsable de la crisis y
de sus consecuencias sociales es el llamado capitalismo productivo (industrial
y de servicios, fundamentalmente) como el financiero. Éste ha sido desde los
años 70 del pasado siglo el medio para diferir en el tiempo el estallido de una
crisis de sobreproducción mediante el sostenimiento del consumo a través del
crédito, en el contexto de una paulatina pérdida de poder adquisitivo de los
salarios.
Es tan
evidente la zona oscura, fabricada por los mentideros de desinformación y por
los gobiernos de la crisis capitalista, para proteger la figura de los
empresarios en España que en el llamado caso Bárcenas –llamado así para
satanizar personal y exclusivamente al ex tesorero-testaferro de un partido
financiado irregularmente por empresas y empresarios a cambio de amañar
concursos públicos y concederles contratos con las administraciones y de una
privatización de los servicios públicos a favor de empresas particulares- se ha
ido arrinconando primero, y desechando después, la línea de investigación
judicial de las empresas y empresarios corruptores, en un país en el que no se
condena a los corruptores, máximo si son empresas. La investigación de la
corrupción del PP se detiene en 2011, casualmente el año en que este partido
llega al Gobierno y acelera el desmonte del Estado del Bienestar y la
privatización de sectores como el de la sanidad. ¿Cuántas empresas sanitarias o
de enseñanza aparecerían como donantes al PP si la investigación de las
irregularidades y delitos de financiación hubieran alcanzado hasta el presente
y la línea de imputación a empresarios hubiera continuado. Hoy ya sabemos que
no sólo hay empresas de construcción sino también de alimentación y hostelería
implicadas. Sólo la punta del iceberg.
Es llamativo
el modo en que el partido afectado por la investigación y la Brunete mediática
a su servicio actúan: el dinero era de Bárcenas. Según esta teoría este señor
debió de heredarlo o recibirlo generosamente a cambio de nada.
Es llamativo
también el modo en que los principales partidos de la oposición y los medios
más afines a ellos argumentan: el Partido Popular es corrupto porque sus
dirigentes cobraron sobresueldos y nos los declararon. En su discurso e pierde
casi por completo de vista a los empresarios corruptores. Es un claro
indicativo de hasta qué punto esos partidos, autoproclamados de izquierda,
rinden secreta pleitesía a los empresarios españoles –es previsible que si los
donantes fuesen multinacionales la respuesta fuera la misma-, por omisión a la
naturaleza criminal y delictiva del empresariado.
No debe
sorprendernos entonces las opiniones del entontecido “ciudadano” que llama “ladrones”
a Bárcenas y a los dirigentes del PP, sin saber realmente por qué lo dice y qué
es lo que dichas figuras han robado (en realidad las conquistas sociales de la
clase trabajadora española) y para quienes lo han robado (para su clase). El
grito de “chorizos” se pierde en la impotencia de una denuncia sin destino o
con destino descentrado. No debe sorprendernos que, ante la pérdida del
instinto de clase en la “indignada” protesta, se cayese este verano en la
ridiculez de convocar “la barbacoa” del hortera Georgie Dann ante la sede de
dicho partido en la calle Génova, sin encontrar la dirección de la CEOE para
extenderla hasta allí.
A pesar de
todo ello, durante estos años, frente a la evidencia de que la clase
capitalista y, dentro de ella, los empresarios de la industria y los servicios,
junto con los del sector financiero, han despedido por millones a trabajadores,
incluso en negocios con beneficios, y han rebajado los salarios como medio de
disminuir los costes; frente a la evidencia de que constituyen el auténtico
poder desde el que han dictado a los gobiernos ,en unos casos por coacción, en
otros por convencimiento, las políticas de austeridad y recortes sociales, la
voladura del Estado del Bienestar, las sucesivas y draconianas reformas laborales
y de despido gratuito, las de pensiones y la miseria para la clase trabajadora,
contribuyendo al reforzamiento de su poder en la correlación de fuerzas
trabajador-capital.
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