“Llamaba a mis alumnos que tienen
celular básico y te contesta el papá desde la chacra: ‘no te puedes conectar
con el niño’. Vuelves a llamar en la tarde o noche, no te contesta porque el
niño está agotado, en su cama”, contó Castillo a The Associated Press desde su
hogar, en un caserío del distrito de Anguía, el tercero más pobre de Perú.
“¿Dónde está el Estado?”, se preguntó
el hombre de 51 años, que ese día vestía un poncho café, un sombrero de paja y
unas sandalias campesinas elaboradas con neumáticos usados.
Lo que padeció con sus alumnos en la
pandemia, dijo, fue el último impulso que necesitaba para lanzarse a la
política tras 25 años como profesor, de enseñar en aldeas marcadas por la
pobreza extrema, pese a estar sobre suelos ricos en oro; de vivir en carne
propia el esfuerzo de los maestros rurales que además de enseñar deben barrer
las aulas, cocinar a veces para los niños y enviar documentos al Ministerio de
Educación.
De 18 contendientes y sin tener mayor
experiencia política que encabezar una huelga magisterial, el 11 de abril se
convirtió en el candidato más votado en la primera vuelta. Para el balotaje del
6 de junio rivalizará con Keiko Fujimori, hija del encarcelado expresidente
Alberto Fujimori (1990-2000), una administradora de negocios graduada en
Estados Unidos y que durante su adolescencia vivió rodeada de guardaespaldas y
privilegios en el palacio presidencial.
Perú es un país que en los últimos
200 años ha estado acostumbrado a ser gobernado por abogados, ingenieros,
economistas, arquitectos y militares.
También es una nación donde casi
nadie cree en los políticos y todos aquellos que fueron presidentes en los
últimos 40 años han enfrentado acusaciones por corrupción; uno se suicidó antes
de que la policía lo arrestara. La misma Keiko Fujimori estuvo presa más de un
año mientras era investigada en un caso de lavado de activos por el que un
fiscal ha solicitado 30 años de prisión, hasta que fue liberada en 2020, a
tiempo para poder postular.
Era un desconocido fuera de Perú
hasta antes de las elecciones, el hombre que sorprendió en los comicios se
define políticamente de izquierda, aunque socialmente es conservador y se opone
al aborto y al matrimonio homosexual. Tras su paso a la segunda vuelta, ha
dicho que de llegar al poder nacionalizará la minería y dará prioridad a los
pobres, lo cual ha generado alarma entre algunos y esperanza entre sus
seguidores.
Hijo de campesinos iletrados, es el
tercero de nueve hermanos y el único en ir a la universidad. Está casado con
Lilia Paredes, una maestra rural como él, con quien tiene dos hijos, Arnold de
16 y Alondra de 7 años. Él es católico, y su esposa y sus hijos cristianos
evangélicos.
“No podrán callar un pueblo sediento
de derechos e igualdad de oportunidades”, dijo a la AP durante una visita a su
casa, una construcción de adobe, rodeada de alisos, maizales, cerdos y vacas.
Fue maestro por un cuarto de siglo en
tres aldeas con índices de pobreza mayores al 60% y difíciles de ubicar en el
mapa: Carhuallo, Chucmar y su natal San Luis de Puña. Las tres forman parte de
la región de Cajamarca, que posee las tierras más ricas en oro de Perú, según
el propio gobierno, pero cuyos beneficios no los ha visto la gente de la zona.
Su contacto con la pobreza empezó con
su nacimiento.
Sus padres eran campesinos sin tierra
en la hacienda San Luis de Puña. “Yo he sido un peón que trabajé duro”, dijo a
la AP Ireño Castillo, de 80 años y padre del candidato. El anciano recordó que
en su juventud estaba obligado a cargar sobre sus hombros al hacendado Juan Herrera
para que sus botas no se ensuciaran con el barro. “Así fue hasta 1964, cuando
empezó la reforma agraria y desde allí aminoramos de ser esclavos de la
hacienda”, dijo. Cuando Pedro tenía 11 años, el gobierno del entonces
presidente Juan Velasco, un militar considerado de izquierda, le otorgó a Ireño
el título de propiedad sobre la tierra que trabajaba.
Desde los 12 años, el candidato y su
padre caminaban una vez al año más de 140 kilómetros por más de dos días para
trabajar por dos meses como jornaleros en la cosecha del café en una zona
selvática.
Mientras inspeccionaba su huerta de
camotes, Pedro Castillo dijo que sus deseos para cambiar la situación del país
se acumulaban a medida que leía las noticias que en los últimos años informaban
sobre un “boom económico” de Perú por la exportación de minerales, pero él no
veía ningún beneficio en sus alumnos, quienes llegaban con hambre a la escuela.
“Me dije, hasta cuándo voy a estar
sacándome la mugre, preparando clases”, comentó mientras clavaba un pico
buscando camotes. “No puedes cruzarte de brazos, tienes que luchar”.
En 2017 encabezó una huelga de más de
230.000 maestros en busca de mejores salarios. Junto a miles fue gaseado por la
policía en Lima. Algunos obtuvieron un aumento y llegaron a ganar unos 551
dólares, pero la mayoría se mantuvo en sueldos incluso menores a 300 dólares al
mes.
Desde la huelga, recibió invitaciones
de varios partidos para ser candidato al Congreso, pero los profesores del
sindicato le sugirieron que considerara la Presidencia del país. A fines de
2020 confirmó su postulación como candidato presidencial por el partido Perú
Libre, un grupo de izquierda creado hace apenas una década.
Al principio su campaña pasó
desapercibida, pero en enero comenzó a tomar impulso. Dos semanas antes de los
comicios su popularidad se disparó.
Castillo ha dicho que si gana
convocará a una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución con
la que nacionalizará la extracción de minerales y gas en un país que es
exportador global de cobre, plata y oro en minas de capitales internacionales.
Afirma que la riqueza obtenida será usada en la educación y para enfrentar la
pobreza.
También ha prometido revisar los 21
Tratados de Libre Comercio que, dice, “han liquidado la empresa nacional”.
Admira la vida sencilla del
expresidente uruguayo Jorge Mujica, sin lujos ni guardaespaldas, y dice que
ocurre cuando “no hay nada de qué temer”. También promete otorgar un rol
empresarial y regulador al estado a partir de la experiencia de los gobiernos
de Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.
Las propuestas de Castillo han
comenzado a desatar críticas de sectores políticos, empresariales e
intelectuales.
El Nobel de Literatura peruano Mario
Vargas Llosa criticó su plan de nacionalizar la minería y dijo que si gana el
país corre el riesgo de convertirse en Venezuela.
“Es una temeridad sin precedentes,
hija de la pura ignorancia”, escribió en una columna publicada el sábado en el
diario español El País. El escritor, que contendió en 1990 a la presidencia y
perdió ante Alberto Fujimori, sugirió votar en la segunda vuelta por su hija
Keiko, a quien consideró “el mal menor”.
Si se convierte en presidente, las
posibilidades de cumplir sus promesas dependerán de su capacidad de
negociación, ya que enfrentará a un Congreso dividido con 10 partidos y donde
su grupo --Perú Libre-- sólo tendría 37 de 130 curules. También le tocará
lidiar con una situación económica complicada por la pandemia, que en 2020 dejó
siete millones desempleados.
Perú se encuentra entre los países
más afectados por el COVID-19, con más de 1,6 millones de casos confirmados y
más de 56.700 muertes hasta el viernes. Los fallecidos y contagiados han
aumentado en las últimas semanas, lo que ha provocado el cierre de negocios. En
el país, además, la vacunación avanza lento y hasta ahora sólo cerca del 1,5%
de la población ha recibido al menos una dosis.
Jorge Morgenstern, economista senior
para América Latina del banco británico HSBC, dijo que un motor clave del
crecimiento de Perú es la inversión en el sector minero.
“En Perú, si pones una barrera a la
entrada (de inversiones), muy rápidamente verás que la economía se va a secar”,
comentó.
Consultado sobre el temor que
despiertan sus propuestas, Castillo dijo que los únicos que se “preocupan” son
los ricos. “Los pobres buscan una esperanza”, añadió.
En su comunidad, la gente lo ve como
uno de ellos. “Es mi vecino, es buena gente, nos conversa donde quiera que
sea”, dijo Emelina Medina, de 70 años, mientras desgranaba choclos en su casa
de Chugur, a pocas cuadras de la casa de Castillo.
Los campesinos de zonas alejadas que
no lo conocen personalmente también tienen buena impresión de él. “Está a favor
del campo. Nosotros no hemos acabado la primaria, no hemos tenido capacidad de
comer buena comida”, dijo Elizabeth Altamirano que lo observaba a unos 100
metros, mientras Castillo participaba hace unos días de una videollamada con su
grupo político, en una zona con internet fluido.
“Es un campesino, un profesor, en
cambio, los políticos sólo han llegado al Palacio a lucrarse, mientras nosotros
vivimos en la miseria”, dijo Altamirano, de 31 años.
En Lima algunos medios de
comunicación lo han señalado, sin presentar pruebas, de tener vínculos con el
terrorismo de Sendero Luminoso, derrotado por el gobierno de Alberto Fujimori.
“Cuando sales a pedir derechos dicen
que eres terrorista”, dijo Castillo. “Terrorista es el hambre y la miseria, el
abandono, la desigualdad y la injusticia”.
Por FRANKLIN BRICEÑO ASSOCIATED PRESS
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La periodista de The Associated Press
Regina García Cano en Ciudad de México colaboró para este reportaje.
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