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viernes, 22 de mayo de 2020

YO ME QUEDO EN CASA





Hace nueve semanas gozábamos de la libertad que ha coartado la perniciosa COVID-19. La incertidumbre y esperanza se reencuentran al mediodía para refutar los cuestionados números de fenecidos y las escépticas medidas del Gobierno. Encendemos el televisor o subimos el volumen y luego escuchamos absortamente la conferencia de prensa, como si estuviésemos atentos para oír el misericordioso martillazo. Quizá perdemos el interés e inmediatamente rememoramos el último baile de un sábado por la noche o el último contacto físico que tuvimos con amigos o primos lejanos. Los acaecimientos parecen distantes, pero solo han transcurrido tres meses ininteligibles.

El repetido eslogan de 'Yo me quedo en casa' resuena como un eco cuando pretendemos desacatar el confinamiento. Oímos a las seis de la tarde la sirena y en los noticieros escrutamos el semblante amedrentado del vecino. El amenazante virus aterrizó el 6 de marzo en el Perú. Desde entonces, las personas íngrimas han encontrado un refugio seguro en el hogar. De repente porque piensan que el coronavirus está impregnado en los asfaltos, ventanales, productos de los mercados y supermercados, indumentarias. Cuando eximan la reclusión forzosa y las salidas restringidas, Sandra Isella, psicóloga española, vaticina que los ciudadanos retraídos y solitarios preferirán permanecer en sus predios por el estado anímico, mental y emocional que ha generado el aislamiento y la enfermedad en ellos.

Después de estar encerrados y protegidos en casa, los ermitaños pueden contraer ese miedo al exterior que los españoles han denominado síndrome de la cabaña. La infección de la SARS-CoV-2 flotará en el aire, provocará rebrotes y generará zozobra a los que se han aislados inconscientemente de la sociedad. Según el psicólogo Miguel Ángel Rizaldo, la sobreinformación de la COVID-19 produce ese pavor de volver a pisar la calle. Entre el 31 de enero y el 10 de febrero, los psiquiatras del Centro de Salud Mental de Shanghái (China) encuestaron a chinos, hongkoneses, macaense​s y taiwaneses sobre cómo se enfrentaron durante el brote del coronavirus. Los resultados mostraron que el 35 % de los encuestados padecían de angustia.



El 78 % de las conversaciones registradas en Crisis Text Line, organización global sin fines de lucro que ofrece gratuitamente mensajes de textos en caso de crisis, se refieren a la soledad, ansiedad y preocupaciones financieras. Y The Lancet, revista británica que publica reportes de enfermedades, reveló que el impacto psicológico - durante la proliferación del virus – desencadenaría trastornos emocionales como depresión, irritabilidad, insomnio, síntomas de estrés postraumático, confusión y enojo.

Isella y Rizaldo coinciden que las personas desamparadas deben utilizar la tecnología para no perder la comunicación familiar y amical. Pero en el Perú, acorde al informe del Instituto Nacional e Informática (INEI), había 633.590 eremitas de 70 a más años en 2018. Los longevos desconocen cómo platicar por Zoom o cómo enviar un afectuoso mensaje mediante Facebook o WhatsApp. Ellos también propusieron otras soluciones: no aislarse, evitar pensamientos fatalistas, crear rutinas nuevas, expresar temores.

En España, las autoridades han optado por las llamadas telefónicas. Grandes Amigos o Alaquás te escucha dialogan con personas íngrimas para que no se sientan solos. El objetivo de esas entidades es preservar la salud física y psicológica y acompañarlos en sus menoscabadas relaciones sociales. Han transcurrido tres meses ininteligibles, y el mundo parece ser otro.

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