En
Latinoamérica la Revolución ha comenzado con Venezuela
La prensa mundial dedica a diario extensos
espacios (de preferencia titulares y columnas de opinión) para resaltar todas
las dificultades por las que atraviesa el pueblo venezolano. Al hacerlo,
siempre culpa de ello a la gestión del presidente, Nicolás Maduro. Periodistas,
opinólogos, cantantes, actores, académicos y políticos opinan con fruición en
los principales medios del mundo acerca de Venezuela. Pero esa obsesión
mediática con el país caribeño siempre oculta una variable clave para cualquier
análisis mínimamente riguroso: el bloqueo.
Al igual que ha
ocurrido por décadas con Cuba, se juzga y critica el proceso político y la
situación venezolana como si no existiera esa tremenda variable. No es novedad
que un país cuyo Gobierno intenta hacer una política interior y exterior de
manera independiente y que, además, plantea una crítica al sistema capitalista
sea bloqueado brutalmente. Le ocurre a Cuba desde hace mas de 50 años. Le
ocurrió al Gobierno de Salvador Allende quien, desde el inicio de su mandato,
tuvo que lidiar con un bloqueo económico internacional que impulsó el
congelamiento de las ventas del cobre en el exterior. De hecho, en su discurso
de diciembre de 1972 ante las Naciones Unidas, Allende denunció “el bloqueo
financiero y económico ejercido por los Estados Unidos”. Lo mismo hizo este año
el presidente Maduro en las 73aAsamblea General de las Naciones Unidas.
La estrategia es
la misma: bloquear política y económicamente a los países disidentes (o sea,
soberanos) y ocultar mediáticamente el bloqueo, así como sus consecuencias,
ante la opinión publica mundial. Le ha pasado a Cuba, le ocurrió a Chile y le
sucede a Venezuela.
Sin embargo, en
cada caso el bloqueo adquiere expresiones y modalidades particulares. Para el
caso de Venezuela podemos distinguir cuatro: 1) bloqueo a través de decretos
extraterritoriales, 2) bloqueo a través de intermediarios, 3) bloqueo mediante
agencias de calificación de riesgo y, 4) bloqueo informativo impulsado por las
corporaciones mediáticas.
La primera
modalidad se formalizó el 9 de marzo de 2015, cuando Barack Obama firmó un
decreto ejecutivo que declaró a Venezuela como una “amenaza inusual y
extraordinaria”. Literalmente, este decreto dice: “Por medio de la presente,
informo que he emitido una Orden Ejecutiva declarando una emergencia nacional
con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y
la política exterior de Estados Unidos representada por la situación en Venezuela”.
Esa orden ejecutiva se ha ido extendiendo en el tiempo y ampliando en sus
efectos. En mayo de 2018, Donald Trump, en respuesta a la insolencia chavista
de convocar (una vez más) a elecciones, decretó sanciones del Departamento del
Tesoro para prohibir la compra, por parte de ciudadanos estadounidenses, de
cualquier deuda del Gobierno de Venezuela, incluidas las cuentas por cobrar.
Estas sanciones incluyen al Banco Central y a la estatal petrolera PDVSA. Al
día de hoy, Venezuela no puede hacer uso del Dólar como moneda internacional,
ni puede negociar ninguna transacción internacional a través de dicha divisa.
Esto implica la imposibilidad de negociar la deuda externa, ya que la mayoría
de los contratos de deuda pertenecen a jurisdicción estadounidense.
En esa línea,
gran parte del sistema financiero internacional ha venido propiciando, en los
últimos años, un esquema de bloqueo hacia las operaciones financieras de
Venezuela. Se han sucedido cancelaciones unilaterales de contratos de
corresponsalía bancaria del Citibank, Comerzbank, Deutsche Bank, etc. Desde
julio de 2017, el agente de pago de los bonos emitidos por PDVSA, Delaware,
informó que su banco corresponsal (PNC Bank) en Estados Unidos se negaba a
recibir fondos provenientes de la estatal petrolera.
La segunda
forma, el bloqueo mediante intermediarios, es una expresión propia de estos
tiempos. El objetivo es evitar que cualquier intermediario que realiza
transacciones con Venezuela las lleve a cabo, impidiendo toda interacción y
relacionamiento de Venezuela con empresas de los Estados Unidos. Y no sólo de
allí: el Novo Banco (Portugal) notificó en agosto de 2017 la imposibilidad de
realizar operaciones en dólares con instituciones públicas venezolanas por
bloqueo de intermediarios. Se impide, así, que los intermediarios de pago
actúen, bloqueando cualquier acción de pago. Esta modalidad ha tenido
consecuencias humanitarias en tanto se han visto afectadas, por ejemplo, las
compras de medicamentos y de alimentos.
En 2017, 300 mil
dosis de insulina pagadas por el Estado venezolano no llegaron al país porque
el Citibank boicoteó la compra de este insumo. El banco estadounidense se negó
a recibir los fondos que Venezuela estaba depositando para pagar la importación
de este inmenso cargamento, necesario para los pacientes con diabetes. En
consecuencia, la insulina quedó paralizada en un puerto internacional, a pesar
de que existían los recursos para adquirir el medicamento. A eso se suma que el
laboratorio colombiano BSN Medical impidió la llegada de un cargamento de
Primaquina, medicina usada para tratar la malaria. Un total de 23 operaciones
en el sistema financiero internacional fueron devueltas (entre ellas 39
millones de dólares para alimentos, insumos básicos y medicamentos).
Finalmente, desde noviembre del año pasado, 1.650 millones de dólares de
Venezuela destinados a la compra de alimentos y medicinas están secuestrados
por parte de la empresa de servicios financieros Euroclear, en cumplimiento de
las sanciones del Departamento del Tesoro de EE. UU.
El bloqueo de
intermediarios no sólo apunta a las operaciones financieras. También afecta la
movilidad de los venezolanos en los más diversos ámbitos. Desde 2014 se han ido
de Venezuela Air Canada, Tiara Air, Alitalia, Gol, Lufthansa, Latam Airlines
Aero México, United Airlines, Avianca, Delta Airlines, Aerolíneas Argentinas,
etc. Es cada vez mas difícil llegar por aire a Venezuela.
También las
agencias de viaje se unen al cerco. Por ejemplo: 15 boxeadores venezolanos no
pudieron presentarse al evento clasificatorio para los Juegos Centroamericanos
y del Caribe 2018 (CAC), debido a la imposibilidad de llegar a un acuerdo con
las agencias, las cuales pusieron varias limitaciones, entre ellas, el precio
del pasaje: éste pasó de 300 a 2.100 dólares por persona al enterarse la
empresa que se trataba del traslado de la Federación Venezolana de Boxeo.
Cuando, luego, un privado ofreció un vuelo chárter para trasladar al equipo,
Colombia y Panamá no autorizaron el uso de sus espacios aéreos, por lo que
México también decidió negarse a ceder su espacio para el vuelo. Antes había
ocurrido una situación similar con la selección femenina de voleibol. Este año,
Guatemala negó visados a la selección de rugby venezolana para participar en el
Sudamericano 4 Naciones B y, también, a la selección nacional de lucha para el
Campeonato Panamericano.
También se
bloquea las expresiones culturales: a principios de año, el banco italiano
Intensa Sanpaolo bloqueó los recursos para la participación del pabellón de
Venezuela en la XVI Bienal de Arquitectura de Venecia. Como un “crimen
cultural” lo calificó el Ministro Ernesto Villegas quien logró, tras arduas
gestiones y denuncias, romper ese cerco.
Y no sólo vemos
trabas para que manifestaciones culturales y deportivas venezolanas salgan al
exterior y representen a sus país, puesto que el boicot también opera a la
inversa: artistas y deportistas de otros países se niegan a ir a Venezuela y,
con desparpajo, hablan acerca del Gobierno venezolano y del chavismo. Tal vez
Miguel Bosé y Jaime Bayly son los ejemplos más esperpénticos en ese sentido.
Este boicot cultural y deportivo es muy efectivo a la hora de incidir en la
opinión pública mundial y una poderosa herramienta para la construcción de un
sentido común negativo hacia Venezuela, debido a la popularidad de quienes como
Miguel Bosé, Alejandro Sanz, Kevin Spacey, Gloria Stefan o Francisco Cervelli
(receptor de los Pittsburg Pirates) diseminan propaganda negativa, en un
contexto de bloqueo multidimensional.
La tercera
modalidad se expresa a través de la arbitraria e injusta calificación de riesgo
que hacen las agencias. El riesgo país (RP) otorgado por las agencias de
calificación es improcedente si observamos el cumplimiento de Venezuela con el
pago de la deuda externa. En los últimos 4 años la República ha honrado sus
compromisos de pago por un total de 73.359 millones de dólares. No obstante, el
RP ha seguido subiendo. Como denuncia el economista Alfredo Serrano, “van 32
meses en los últimos 14 años en los que el RP contra Venezuela ha subido, a
pesar del incremento del precio del petróleo. En la actualidad, el RP, dado por
JP Morgan (EMBI +), se encuentra en 4.820 puntos, es decir, 38 veces más de lo
que le asignan a Chile, aun cuando este país tiene una ratio de deuda/PIB
similar al venezolano. Todo esto encarece y prácticamente impide cualquier
posibilidad de obtención de créditos”.
Estos tres
bloqueos están teñidos de cinismo y paradojas: mientras que, por un lado, la
prensa mundial denuncia ‘hambruna y crisis humanitaria’ en Venezuela, por otro,
en acción coordinada, países e instituciones proestadounidenses bloquean el
ingreso de medicamentos y alimentos al país. Mientras el Grupo de Lima, Estados
Unidos y la Unión Europea muestran consternación por la emigración venezolana,
las lineas aéreas de esos mismos países abandonan el territorio. Y, en tanto se
cumplen los compromisos de pago, aumenta el riesgo país.
Es una absurda
inversión de la realidad. Sin embargo, por muy absurda que sea se sostiene
ideológicamente gracias a la cuarta modalidad de bloqueo: el mediático. Este
bloqueo también es muy paradojal pues Venezuela es el país del que más hablan
los medios de las corporaciones internacionales. Se trata, pues, de un ‘bloqueo
ruidoso’, diferente, por ejemplo, al bloqueo silencioso que hay respecto de
Guantánamo, de las masacres en Yemen y Palestina o de los constantes asesinatos
de periodistas en México. Por el contrario, con Venezuela hay profusión
informativa, continuidad de agenda escandalera y festín verborrágico .
Efectivamente,
durante el 2017, sobre una muestra de 90 medios estadounidenses, se
contabilizaron 3.880 noticias negativas sobre Venezuela, es decir, una media de
11 diarias, encabezadas por Bloomberg y el Miami Herald. En cuanto a las
agencias, Reuters y AFP juntas reúnen el 91% de las noticias negativas. A su
vez, el diario El País de España mencionó a Venezuela en ¡249! de las 365
ediciones del 2017, casi a diario y siempre negativamente. Y si eso parece una
exageración, falta el adjetivo adecuado para calificar lo de la cadena alemana
Deutsche Welle (DW): ésta publicó 630 noticias sobre el presidente Maduro…¡casi
2 diarias! Para el caso de la prensa latinoamericana son los medios de México,
Colombia y Chile (es decir, los principales integrantes de la Alianza del
Pacífico), los que más y con menor rigor periodístico informan: 4.200 noticias
negativas aparecieron en México el 2017, 3.188 en Colombia y 3.133 en Chile.
¡NINGUNA MENCIONÓ EL BLOQUEO!
El cerco
mediático opera generando inmenso ruido y, a la vez, invisibilizando tanto al
bloqueo como al pueblo chavista. Ambos no existen en los medios de las
corporaciones y, al no existir ambos, la opinión pública mundial, que
mayoritariamente accede a información sobre Venezuela a través de la agenda
informativa hegemónica, es proclive a formarse una visión sesgada de la
realidad.
Esa es la
fórmula del bloqueo actual, impulsado a modo de política exterior por los
Estados Unidos contra los países periféricos que, como Venezuela, buscan construir
con soberanía sus propios caminos. Podemos ver una continuidad con los casos de
Cuba y Chile durante el siglo 20, pero también vemos rasgos característicos del
siglo 21 y de esta etapa del imperialismo.
POR PEDRO SANTANDER
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