LOS DESAFÍOS DE LA IZQUIERDA II
Por: Milciades Ruiz
Otro de los aspectos a considerar es el de la organización. Si somos
conscientes de nuestra realidad orgánica tenemos que reconocer que la primera
tarea es levantarnos desde abajo, muy abajo. Hemos perdido mucho terreno y
recuperarlo no será fácil teniendo en cuenta todas las dificultades emanadas de
la debilidad. Pero no hay otra opción. O nos levantamos resurgiendo de nuestras
cenizas o nos quedamos como estamos.
Nada se puede hacer sin organización. Dejar que todo se resuelva espontáneamente
no es una alternativa para las condiciones en que nos encontramos. Es necesario
planificar nuestro resurgimiento. El desarrollo caótico solo trae
complicaciones y no deberíamos cometer los mismos errores. Y no me refiero a la
organización particular solamente sino también, a la organización social
estratégica.
Como a todos nos consta, vienen sucediendo en nuestro país una serie de
hechos repudiables en la dinámica de gobierno en todos sus niveles. La
administración gubernamental es arbitrariamente nociva para la población por su
inequidad social en la distribución y usufructo del patrimonio nacional. La
corrupción es incontenible y descarada. Los abusos de poder, el entreguismo, la
delincuencia política y las injusticias nos avasallan sin que tengamos
capacidad de reacción.
Sucede todo esto por falta de organización ciudadana. A cada instante se
producen hechos que nos indignan y renegamos a más no poder. Los que pueden
hacerse escuchar alzan la voz protestando pero, nada detiene los atropellos del
poder y la corrupción generalizada. Es que no basta la indignación pasiva ni
las protestas aisladas si la ciudadanía no participa. Todos esperan que alguien
tome la iniciativa para sumarse pero nadie responde.
¿HASTA CUÁNDO?, dicen muchos. ¿QUÉ HACER? ¿POR QUÉ NO SALIMOS A LA CALLE?
dicen otros. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Es que nos falta
organización y esta debilidad social es aprovechada por la maquinaria de la
dominación que impunemente prosigue en sus fechorías y NO PASA NADA.
Pero el repudio acumulado debido a la degeneración de las instituciones
del Estado, las malas prácticas de partidos políticos, la delincuencia
generalizada y el deterioro socioeconómico, viene incubando una explosión
social que puede reventar en cualquier momento. El ánimo de la sociedad está
cargado de enojo por tanta impunidad.
Hay una amenaza real y la gente tiene miedo de que el narcotráfico y la
delincuencia terminen copando totalmente el poder político como ya se advierte
en las candidaturas del presente proceso electoral a todo nivel. Ya lo han
hecho en gran parte con el poder judicial y la sociedad se encuentra indefensa.
No tiene cómo protegerse de tal amenaza. No tiene organizada su defensa.
¿QUÉ PASARÍA SI MAÑANA O PASADO LA POBLACIÓN EN USO DE SU DERECHO A LA
INSURGENCIA SE VUELCA A LAS CALLES EN UNA REVUELTA COMO LAS QUE HEMOS VISTO EN
OTROS PAÍSES BAÑADOS EN SANGRE? SIN CONDUCCIÓN, SIN ORGANIZACIÓN? ¿IMPROVISAR
UN GOBIERNO DE EMERGENCIA? La verdad es que no estamos preparados para asumir
nuestro rol en tales circunstancias.
La Revolución bolchevique nos ha dejado lecciones sobre la potencialidad
de la organización popular en los momentos cruciales. No fue una revolución
proletaria ni respondía a los esquemas doctrinarios. Pero el rol de los líderes
populares y el manejo adecuado de las circunstancias en la explosión social
permitió llegar al poder. PERDIMOS LA OPORTUNIDAD DE ESTA ALTERNATIVA AL
CULMINAR LA MARCHA DE LOS CUATRO SUYOS cuando hubo vacío de poder ante la huida
del corrupto nipón.
Es urgente por ello, organizar la defensa de la población frente a los
abusos de poder y la impunidad pero también para que la sociedad asuma la
vigilancia y el control de las autoridades que se aprovechan de la falta de
fiscalización popular. No podemos dejar todo a la improvisación. De allí la
necesidad de prestar atención a este factor de desarrollo institucional de la
sociedad.
La organización estratégica de la defensa social nos llevará
necesariamente a retomar el acercamiento con nuestro pueblo, relación tan
venida a menos, en el proceso de minusvalización de la izquierda peruana. La
desvinculación orgánica con el pueblo es nuestro punto débil. Recuperar esa
vinculación requiere mucho trabajo y sacrificio que no todos están dispuestos a
asumir si no hay la mística de una causa por la cual luchar.
Pero la estructuración de la organización popular es una tarea
indispensable porque allí reside la fuerza con capacidad de defensa social
frente a los abusos del sistema. Si queremos justicia, tenemos que cobijarnos
bajo el amparo popular. SI NO HAY PODER POPULAR NO HAY EQUILIBRIO DE GOBIERNO.
SI NO HAY PODER POPULAR NO HAY DEMOCRACIA REAL. Lo que tenemos ahora es una
dictadura de la minoría sobre la mayoría.
En tiempos pasados, cuando el punto neurálgico era la lucha contra el
feudalismo terrateniente, los grupos políticos hacían trabajo de campo
compartiendo ideales con los campesinos. El trabajo sindical en el Valle de La
Convención en la década de 1960 es histórico. Hasta los estudiantes católicos
eran apoyados por la iglesia para promover en el campo el Movimiento Sindical
Cristiano (MOSIC). Hasta la década de 1970 el trabajo voluntario universitario
ayudó mucho a crear consciencia política en el campo y los barrios marginales,
situación que favoreció el modelo autogestionario de Villa El Salvador y
contribuyó al auge de “Izquierda Unida”.
Hoy el punto neurálgico de la lucha social tiene otras connotaciones.
Algunos no lo tienen muy claro y se aferran a las consignas del pasado. Otros
creen que está en el “neoliberalismo” pero nuestro pueblo tiene otros apremios
que ni siquiera son tomados en cuenta por los grupos políticos. HAY POR LO
TANTO UN CLARO DIVORCIO IDEOLÓGICO CON EL SENTIR POPULAR. Se desconoce su
problemática concreta y por ello no hay identificación de los políticos con las
demandas e ideales de la población.
Hemos perdido valioso tiempo en enfrentamientos divisionistas dentro de
cuatro paredes. Ahora, ya nadie hace trabajo político de campo pero en cambio
piden que el pueblo vote por ellos en sus aspiraciones electoreras sin haber
hecho méritos. Nuestro pueblo, desconfía de los partidos políticos, de promesas
electorales y de candidatos advenedizos que solo aparecen en campañas
eleccionarias. Peor aún, si en los ámbitos donde la izquierda ya obtuvo
victorias electorales pasadas, la gestión de gobierno no ha sido precisamente
popular ni menos socialista.
BIEN SABEMOS, QUE EL PROCESO ELECTORAL EN UNA DEMOCRACIA DEL DINERO, los
resultados arrojan siempre la misma calidad de organismos repudiados por
nuestro pueblo, la misma calidad de representantes y autoridades que todos
repudiamos. ¿QUÉ PODEMOS ESPERAR DE ESTE PROCESO ELECTORAL? Una escoria humana
gobernando el país. Es previsible entonces que los conflictos sociales se
acrecentarán y que la lucha contra la mafia gubernativa podría agudizarse.
En la historia del Perú, hemos pasado del caudillismo militar al
caudillismo civil. Posteriormente, los partidos políticos aparecieron como una
opción más democrática en ese momento pero, en las actuales circunstancias,
esta vía ya no satisface las aspiraciones sociales y su decadencia es
ostensible. La democracia representativa a través de los partidos políticos es
ya inapropiada y la república erigida sobre ella deviene obsoleta.
Entonces, tenemos que superar la etapa histórica en que los partidos
políticos suplantando la voluntad popular, se constituyeron en sostén de una
democracia representativa fraudulenta. Este procedimiento es detestado por
nuestro pueblo, que ya no soporta más tantos engaños y felonías de seudo
representantes. No seamos cómplices de ese fraude.
HAGAMOS QUE EL PUEBLO SEA EL PRINCIPAL PROTAGONISTA Y NO LOS PARTIDOS POLÍTICOS.
Nunca más, las cúpulas políticas deberían imponer sus candidatos de repartija
sin dar opción a que el pueblo los elija directamente entre su seno. Eso, no es
democracia.
Tengamos la entereza de asumir como nuestras, las candidaturas emanadas
del mandato popular si queremos recuperar la confianza del pueblo. Dejemos que
los agricultores, trabajadores fabriles, mineros, transportistas, y demás
sectores socioeconómicos propongan sus candidatos en proporción a su tasa
poblacional. De esta opción, emergerá el nuevo liderazgo y la fuerza social que
necesitamos para la revolución.
Impulsemos las asambleas populares por localidad, distrito, valle, región
y trabajemos para que su empoderamiento sea sostenible. Son las masas
organizadas las que en definitiva, constituyen el sostén de toda revolución.
No se trata de capturar organizaciones populares para traficar
políticamente con ellas suplantándolas. Esas malas prácticas políticas deben
ser desterradas definitivamente. El trabajo político deberá ser honesto sin
buscar el beneficio particular ni con intenciones personales ocultas. Solo con
honestidad podremos recuperar la confianza popular.
Será necesario entonces plantearnos una reforma respecto al rol de los
partidos políticos ya que, en la esencia de los partidos políticos está la
suplantación social y esto ya no es aceptable. Esta herramienta social es muy
antigua y ha quedado desfasada frente a la evolución de la sociedad. ES
NECESARIA LA RENOVACIÓN. Tenemos este desafío de revisar el rol de los partidos
políticos populares y plantearnos las innovaciones acordes con la etapa
histórica actual.
Para muchos, será inconcebible un nuevo rol de los partidos políticos
distinto al que conocemos. Nos hemos acostumbrado a convivir con el fraude
político y hemos alienado nuestro rol. En la práctica, muy poco nos
diferenciamos de los partidos políticos de derecha en cuanto a sus métodos
orgánicos. Si queremos justicia social, mejoremos nuestros métodos democráticos
y si eso significa modificar nuestra organización política pues adaptémonos al
cambio.
Una organización popular tan reconocida como las rondas campesinas nos da
una pauta para la germinación del poder popular. Brotaron espontáneamente pero
se han desarrollado hasta alcanzar el reconocimiento indiscutible de la
sociedad y de las autoridades. Su potencialidad va más allá de la lucha contra
la delincuencia común porque también pueden adquirir capacidad para vigilar el
uso de los dineros del Estado y los casos de corrupción de funcionarios
públicos, policías, militares, jueces.
Pero así como dichas organizaciones han logrado el reconocimiento público
lo pueden hacer también las rondas urbanas y otras formas organizativas de
fiscalización que broten del trabajo de campo. Hemos perdido valiosas vidas de
jóvenes estudiantes en manos de los esbirros del sistema. Ellos no tuvieron el
socorro oportuno de la organización ciudadana y los torturadores se
aprovecharon de ese vacío para asesinarlos. Pero nadie está a salvo todavía.
Nadie debería ser apresado clandestinamente.
De allí la importancia de la organización popular. Organizar el Poder
Popular es un punto crucial para el logro de nuestros ideales y es un reto que
debemos asumir al margen de nuestras discrepancias de grupo. Seamos equitativos
en nuestros planteamientos y en nuestros hechos, sabiendo que nuestra sociedad
es producto del sistema. Ricos y pobres son productos del sistema. Nuestra
lucha es contra ese sistema que es causa de los males estructurales de opresión
e injusticia social.
Quizá porque no estoy usando el dialecto ortodoxo de la izquierda
tradicional se desdeñe de plano estas observaciones pero creo que no es
necesario repetir hasta el hartazgo lo que estamos acostumbrados a escuchar.
Necesitamos desintoxicarnos de los esquemas y frases alienantes. Tampoco me
valgo de los ideólogos históricos para respaldar mis argumentos repitiendo sus
dichos. Hemos aprendido mucho de ellos pero eso, no nos da derecho a manosear
sus nombres ni menos a interpretarlos como nos venga en gana. El presente es
responsabilidad nuestra y debemos asumirla creativamente como lo hicieron ellos
en su época.
Para ser más concreto, copio aquí breves párrafos del libro “Trazos para
una República Equitativa” :
[…] En todo caso, las organizaciones revolucionarias deben mantenerse
siempre a la vanguardia de las interacciones sociales cualquiera sea la forma
que estas adopten. Una evaluación constante de la fisiología de acontecimientos
nacionales en el contexto internacional puede ayudar a tener un mejor panorama
del proceso integral. Ello servirá para una gestión política eficiente y un
diseño estratégico eficaz.
En consecuencia, es imperativo que las organizaciones revolucionarias se
preparen y eleven su calidad institucional como opción para luchar y gobernar.
Sus miembros deben adquirir una serie de destrezas que permitan contrarrestar
el poderío de la dominación. Así lo hicieron los revolucionarios vietnamitas
que vencieron humillantemente a la primera potencia militar mundial.
El gran problema de algunos movimientos sociales que acceden al poder
político es que no tienen recursos humanos de la calidad apropiada para
gobernar. Abundan los militantes combativos, pero escasean los estrategas
revolucionarios y los líderes preparados para asumir altos cargos de gobierno.
Este es un punto débil que las agrupaciones políticas de izquierda deberán
subsanar.
[…]
Los órganos de gobierno nacional no pueden ser juez y parte. La
fiscalización anticorrupción deber ser externa al Estado porque este es el
principal infractor. La corrupción ha penetrado en todas las instancias de
gobierno, en la administración judicial, fuerzas armadas y policiales. Todo
está contaminado, desde los más bajos niveles de gobierno hasta el más alto
poder nacional. No hay confianza en ninguna instancia ni en ninguna autoridad.
Una opción es la creación de un Consejo Nacional de Vigilancia Cívica,
con plena autonomía y autoridad que le permita acceder directamente y sin
limitación alguna a cumplir su labor fiscalizadora sobre cualquier
establecimiento o instancia gubernamental, incluyendo el ingreso directo en
cualquier circunstancia a los cuarteles, penales y lugares cerrados sin
necesidad de autorización previa. La fiscalización que no es sorpresiva pierde
efectividad.
Así como las rondas campesinas han demostrado su eficacia en el combate
contra la delincuencia y el periodismo de investigación logra desenterrar
muchos casos de corrupción encubierta, los organismos de vigilancia cívica en
todo nivel podrían ayudar mucho a combatir la corrupción si se les reconoce
injerencia para que actuando conjuntamente con el ministerio público en todos
los pueblos del país realicen el control de funcionarios, contratos,
licitaciones, etc.
En los pueblos se conoce las actividades indebidas de militares,
policías, jueces, autoridades y empleados públicos corruptos que utilizan su
cargo para lucrar, que hacen mal uso de los vehículos estatales, de los
recursos públicos, contratos fraudulentos, documentos contables sobrevalorados
o simulados, coimas, cupos y otros métodos de corrupción, pero nadie se atreve
a denunciar los hechos porque no están facultados, no tienen amparo, ni
garantías frente al poder de los corruptos.
[…]
Fiscales, jueces, medios de prensa y políticos que parasitan al sistema
de dominación se ensañan abusivamente contra los rebeldes sociales sin
considerar las razones de sus actitudes. Se les trata peor que a un delincuente
común. Si alguien opina a favor del rebelde social también sufre las
consecuencias. Incluso se expiden leyes arbitrarias que recortan la libertad de
expresión ciudadana para que los peruanos no se manifiesten ni se solidaricen
con los rebeldes.
La subversión no es un problema militar solamente, ni es por ausencia del
Estado en las zonas de conflicto como se acostumbra aseverar. Es un problema de
justicia social. Este no se resuelve otorgando más presupuesto para más obras
en las zonas de conflicto armado. No. El problema está allá pero la solución
está en la capital del país, en el centro del poder, en los niveles de decisión
gubernamental.
[…]
Es importante establecer en todos los niveles del país las asociaciones o
Comités de Defensa Social. No por obra del gobierno sino por obra de las
fuerzas populares. Necesitamos una entidad de socorro a la cual recurrir
buscando protección frente a los abusos de toda índole. La gente más indefensa
no tiene a quien recurrir cuando el abusador es un policía, un militar, un
juez, un poderoso; ya sea por temor, por falta de medios económicos o por
desconfianza.
Es necesario prestar auxilio legal y práctico a las personas o
agrupaciones sociales indefensas que claman justicia. Necesitamos una entidad
en la que la población tenga confianza por su independencia y vocación de
servicio. Sabemos que esta no es la condición de la Defensoría del Pueblo, que
es un ente oficial cuyos titulares son nombrados por el Estado, por componenda
política.
Si los pobres se las ingenian para tener un local para sus actividades
comunales, así también podrían establecer un lugar para la Asociación de
Defensa Social. Allí podrían acudir los ciudadanos para presentar las quejas
que los organismos oficiales no quieren admitir. Allí podrían encontrar el
amparo que necesita, el apoyo a sus trámites y la solidaridad con sus justas
demandas. Las desapariciones forzadas y torturas ocurren cuando no hay amparo
de nadie.
Allí, los practicantes y jubilados de la abogacía podrían prestarles la
ayuda que necesitan y darles la orientación apropiada para defenderse de las
injusticias. Podrán tener el apoyo de voluntarios y vecinos para elaborar sus
escritos y conseguir la justicia negada rompiendo el temor a las oficinas
públicas o el desánimo por falta de medios económicos.
Hay mucha gente de bien en el Perú y autoridades honestas que
gustosamente estarían dispuestas a colaborar con la asociación o Comité de
Defensa Social. Es cuestión organizarse y promover su establecimiento en todos
los rincones donde los indefensos necesiten apoyo para luchar contra las
injusticias de todo calibre.
En estas entidades populares hay una potencialidad imprevisible para la
lucha contra las injusticias. Estas entidades se pueden ir instalando ya por
decisión de la comunidad desde ahora mismo. Es una de las formas de ir
construyendo una república equitativa.
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