La misión de los peruanos.
Por memoria colectiva Hace 13 horas.
Por: Carla Toche Casalino.
Aquí se aprecia lo lejano por ser lejano
Tzvetan Todorov.
Hablar del problema indígena, en
el Perú, es también hablar, en varios sentidos, sobre el problema de la pobreza
ya que, para empezar, ambos tipos de grupos han evidenciado en el transcurso de
la historia, una constante ausencia de legitimización de su identidad y
condición como peruanos y seres humanos y, además, porque el acercamiento a
ambos ha sido, también de forma histórica, bajo miradas etnocéntricas con
objetivos civilizatorios.
Al respecto, hablando primero
sobre lo que es el problema del indígena, quisiera ubicar el contexto desde
donde surgió el choque cultural, religioso, social y económico que trastocó los
sistemas y estructuras desde los cuales las culturas en el Perú generaban y
mantenían su propia identidad. Para tal propósito quisiera recurrir a Nathan
Watchel (1976) ya que en “Los vencidos” el menciona cómo el “traumatismo de la
conquista” perduró incluso hasta el periodo de la colonia a través del uso
constante y sistemático de la violencia[1].
Así, entre los indígenas, se generó una fuerte incapacidad de poder surgir de
nuevo como Estado, dado los constantes y distintos tipos de abusos físicos y
psicológicos que sufrieron directa e indirectamente por parte de los españoles.
Esta incapacidad fue el resultado de la imposición externa de una cultura y de
sistemas e instituciones ajenos al Estado Inca, “superponiendo dos sectores que
se unían justamente a través del lazo de la violencia y la dominación
justificada por la dimensión religiosa”. De esta manera, considero pertinente
señalar cómo los españoles justificaron su dominación violenta por aportar a
los indios lo que, según ellos, era la verdadera fe. Esto implicó el absoluto
rechazo que tuvieron los misioneros y españoles en general hacia las prácticas
rituales ancestrales que observaban los indígenas como parte no solo de su
formación espiritual sino, además, como parte de su propia identidad con
respecto a su ayllu, su comunidad y sus ancestros. Es por esto que el proceso
de evangelización y conversión de las comunidades indígenas, significó, sobre
todo, una agresión directa y sistemática (tanto directamente agresivo, como lo
fue todo el proceso de la conquista y la colonia como también de manera pasiva
por parte de los misioneros y sus reducciones al asumir la incivilización del
otro como una misión paternalista al ser esta encargada por fuente divina para
extirpar idolatrías y civilizar los lados salvajes del indígena proclamando el
reino de Dios en la tierra). Esta nueva ideología cambió no solo las formas de
ritos en el mundo de los vivos sino también se exigió cambiar los ritos en el
mundo de los muertos observando el entierro en cementerios consagrados como la
práctica correcta. “desesperados, desenterraban a los cadáveres por la noche
para transportarlos a sus antiguas sepulturas. A los sacerdotes jesuitas que
les preguntaban el motivo de obrar así, les respondían: << por piedad,
por conmiseración hacia nuestros muertos, a fin de que no se vean fatigados por
el peso de los terrones de tierra >>
Desde la conquista, la relación
que se estableció con los indígenas fue una trágica dicotomía que oscilaba
entre la explotación por parte de los conquistadores y el paternalismo por
parte de los misioneros. Es en este contexto que Roland Joffé desarrolla la
trama de su película “La Misión”. Esta dicotomía se hace explícita en el
transcurso de la película donde se observa cómo se desarrollan las
aproximaciones hacia el otro tanto de manera violenta como de manera positiva,
en tanto que el uso de la agresión física para someter al otro queda fuera del
contexto. Al respecto, se muestra cómo la Compañía de Jesús asume positivamente
la situación de diversidad cultural que genera una relación dialéctica entre la
sociedad que los guaraníes desarrollan de manera particular según su propias
necesidades y contexto natural y la convivencia que se logra con respecto a la
situación española que se vale justo de esa diversidad para transferir sus
símbolos religiosos junto con los de la comunidad indígena y ejercer una suerte
de dominio a través de la hibridación y misticismo. En este nuevo contexto,
donde se trata de desarrollar pautas interculturales, se genera una abierta
intención de dialogo mostrando un proceso permanente de civilización mutua y
donde no hay intención de desestructurar al sistema guaraní, sino complementarlo
con nuevas visiones integradoras.
Personalmente, considero que la
película, más allá de ser una película y no un documental, da pautas
interesantes con respecto a cómo uno puede interpretar la frágil relación entre
lo humano y lo salvaje del propio ser consigo mismo y con su entorno y la
relación mística que se establece con Dios para invocar espacios de paz y
respeto en la tierra, evidenciando la incapacidad humana de hacerlo por sus
propios métodos y la necesidad que tiene este de recurrir a un aspecto abstracto
y lejano y la urgencia de materializarlo a través de las acciones compasivas
entre los seres humanos para transformarlo en algo palpable.
Recomendaría esta película para
poder entender que cuando se hace referencia a la relación entre lo humano y lo
salvaje, no necesariamente se hace referencia a las diferencias que se
establece entre lo que se denomina civilizado y no civilizado y que, aunque
según Tzvetan Todorov (1991), Claude Levi Strauss renuncia a lo que son las
“formas universales de la moralidad”, dado que cada una de las sociedades han
hecho una elección según sus necesidades y sus medios naturales, culturales y
sociales y que estas mismas elecciones no pueden ser comparables sino
equivalentes con respecto a las otras dado que surgen en contextos
particulares, considero, como Kant, la importancia de las máximas universales
que deberían regir el carácter del ser humano para promover verdadera inclusión
y respeto mutuo. Y es en este punto que yo me baso para diferenciar lo
civilizado de lo incivilizado ya que este ultimo surge, a mi parecer, cuando
estas máximas son quebradas o mal transformadas para avalar diversos tipos de
abusos y exclusiones sistemáticas que dañan el carácter del ser humano como ser
social, como lo vendría a ser la tortura, la trata de personas, entre otras.
Al respecto, observando cómo en
el Perú la imagen y realidad del indígena no se ha transformado desde hace ya
varios siglos sino, por el contrario, ha cobrado nuevos matices al entender el
problema del Estado en el siglo 21 como el problema de la pobreza, problema
que, aunque con otro concepto, sigue marcando a las áreas rurales cómo los
lugares donde no hay desarrollo, o sea donde no hay ejercicio de ciudadanía ya
que son lugares donde no se cuenta con educación ni salud de calidad, ni
vivienda y donde hay altas tasas de desnutrición y de mortalidad infantil,[2]me
planteo la siguiente reflexión ¿hasta cuándo dejaremos de tildar al otro como
salvaje incivilizado y seremos cada uno capaces de ver nuestro propio aspecto
salvaje que es finalmente el que nos impide transformarnos en seres civilizados
nutriéndonos con la civilización del otro para poder finalmente surgir como una
nación que, aunque concepto imaginario, no por eso menos real? Es capaz una
pregunta utópica pero, como dice Todorov, las utopías sirven para hacernos
avanzar y esta, pienso, es la misión que tenemos con nosotros mismos y con
nuestra sociedad.
Bibliografia consultada:
Wachtel, Nathan (1976), Los vencidos. Madrid:
Alianza
Todorov, Tzvetan (1991) Nosotros y los otros.
México DF: Siglo veintiuno
[1]
“la violencia, a través de su permanencia, caracteriza a la sociedad colonial
como un hecho estructural”
[2]
Datos ofrecidos por el INEI
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