La fosa común más grande del Perú se
cavó en Loreto, en un terreno de cuatro hectáreas.
Allí están enterradas, confusamente, 386
víctimas de la pandemia.
"Es
un basurero de cadáveres, no
un cementerio", dice el contador Joaquín García
de Freitas (32), vocero
de 193 familias que quieren exhumar los cuerpos de la fosa común que se
abrió en Loreto, en
pleno pico de mortandad, para enterrar a las víctimas
del bicho de Wuhán. En
este terreno, que
las autoridades bautizaron como "Cementerio Covid", hay, ofi
cialmente, 386 cadáveres .. El lugar que cada vez que
llueve se vuelve un lodazal, se ha convertido en el particular infierno de
estas familias. Se trata de la cara más dura de esta pandemia.
La mañana del
pasado sábado 20 de junio,
García citó a varias
familias en el terreno de la fosa común,
a 30 minutos en
automóvil desde el
centro de Iquitos. Los
familiares llevan anotados
la letra del
"pabellón" y el número
de parcela donde supuestamente
están sus muertos. La información se la
proporcionaron en la Dirección Regional
de Salud (DIRESA), de Loreto.
Todos desconfían de que sea la ubicación correcta.
La tierra en el
"Cementerio Covid" es arcillosa. Hay basura por todos lados y un
fuerte olor a descomposición. Se ven
bolsas negras de cadáveres tiradas por el suelo.
Durante la semana funcionarios de la DIRESA pusieron palos de
madera de medio metro con banderas azules. Estas banderas indican
los supuestos pabellones y las sepulturas. También se han
colocado cintas azules que separan los espacios que corresponden a cada cuerpo. "Es sólo simbólico, no
sabemos quién está debajo
de cada bandera", dice Joaquín García.
El padre
de García tenía 72 años.
Cuando enfermó lo internaron en el
Hospital Regional. Durante cuatro
días Joaquín hizo colas de 12
horas para conseguirle oxígeno. El 29 de abril falleció.
"Yo estaba comprando oxígeno
cuando me avisaron. Entonces, fui a
comprar el ataúd, pero cuando
llegué al hospital ya no estaba el cuerpo de mi padre. Lo habían enterrado,
envuelto en una bolsa negra, en
el Cementerio Covid", recuerda. Tuvo
que devolver el ataúd.
"No creo que ningún hijo,
ningún padre, ningún hermano quisiera que su familiar se encuentre en este lugar. Mi
madre no tiene consuelo por no
saber dónde está enterrado mi padre", dice Joaquín.
A Glendy Hernández Echevarría (46) su
hija de ocho años le pregunta cuándo
podrán llevar flores a la tumba
de su padre. Glendy
no le puede responder. Su esposo falleció en Iquitos el 30 de abril y fue enterrado en el "Cementerio
Covid".
"No es
un cementerio. Es un
botadero. Cuando fui, estaba inundado por la lluvia y había un
cadáver envuelto en una
bolsa negra flotando.
Olía a cuerpos en descomposición", dice Glendy. La mujer
quiere exhumar el cuerpo para enterrarlo
en un nicho.
"Nos han dado un croquis de
la fosa, pero la ubicación de los cuerpos no corresponde al lugar donde
están enterrados", dice
Glendy Hernández.
La viuda cuenta que la mañana del
pasado 30 de abril llevó a su
esposo de emergencia
al Hospital Regional de Iquitos porque no podía respirar. No había balones
de oxígeno y su esposo murió ese mismo día.
"Mientras estábamos en el hospital
fallecieron unas 40
personas más.
Una
detrás de otra.
Yo, desesperada, pedía oxígeno para mi esposo, pero
no había .
De la angustia, me desmayé. Cuando
desperté, él ya había muerto",
dice. Los enfermeros embolsaron
el cuerpo y le
dijeron que regresara
a la mañana siguiente.
Glendy se fue a hacer las coordinaciones con una funeraria para enterrarlo. "Llegué temprano y me dijeron que ya
se habían llevado a mi esposo al "Cementerio Covid".
Lo hicieron sin mi autorización y
sin esperar siquiera
las 24 horas que dice la norma", cuenta.
No le dieron más información.
Recorriendo diferentes instituciones para reclamar el cuerpo de
su marido, la
mujer fue conociendo a
gente en
su misma situación, que exigía
saber la ubicación de los cuerpos de sus
familiares. Finalmente, a inicios de junio,
consiguieron que la DIRESA les
diera un croquis con la supuesta
ubicación de los cadáveres.
El pasado martes 9, el día del cumpleaños de su esposo,
sumida en una profunda depresión,
la mujer
visitó por primera vez el terreno
donde está la fosa común. Pensó que saber dónde estaba enterrado
le daría algo de calma. Le llevó flores y una carta de su hija. Estaba llovien do y el terreno arcilloso se había
vuelto lodo.
"Daba temor
ingresar. Me caí en el barro
varias veces y no pude dejarle las
flores ni la carta a mi esposo porque
todo era charco", recuerda. Glendy
volvió a casa y leyó la carta delante de una fotografía de su marido.
El 11 de junio, a pedido de las
familias, la Fiscalía de Iquitos autorizó la exhumación de cuatro cuerpos. El fiscal argumentó que los familiares no habían
autorizado que los cuerpos fueran
llevados al "Cementerio Covid". Tres de los cuatro cuerpos no estaban
en el lugar que señala el croquis de la DIRESA.
"Ahora sabemos que el lugar donde dicen que están los cuerpos no
corresponde a la realidad. Sé que
esta fosa se hizo en un momento de
desesperación, que las autoridades
no sabían qué hacer con los
muertos. Pero yo no puedo dormir sin
saber dónde está mi esposo. Nosotros
vamos a cavar y a seguir cavando hasta
encontrarlo", dice Glendy
Hernández.
CEMENTERIO COVID
Según
cifras de la DIRESA
de Iquitos, hasta el 10 de
junio fallecieron 1,736 personas en esa
región. En el pico de la pandemia, del 3
al 10 de mayo, murieron 553 víctimas del
covid19.
A mediados de abril, ante el desborde de fallecidos, la
DIRESA pidió a la Municipalidad de San Juan
la cesión de un terreno de cuatro hectáreas para enterrar a los muertos
por covid19.
"Llamábamos a los
familiares de los
pacientes, pero por temor no asistían al hospital. Como no
los encontrábamos, se volvió un problema enterrar a sus parientes. Así se decidió por el
'Cementerio Covid'", explica el médico Carlos Calampa, di rector
de la Diresa.
El croquis de la DIRESA tiene "pabellones" de la "A" a la
''I'' y colores diferenciados para fallecidos en viviendas, en el Hospital
Regional del MINSA y en ESSALUD.
El cuerpo del padre de Yadin Sinacay
Pérez fue uno de los exhumados. El
hombre falleció el
11 de
mayo en el Hospital Regional
de Loreto. Después
que el personal sanitario embolsara
el cuerpo, Yadin escribió el nombre de su padre en la bolsa. Quería
cremado y tener la urna
en casa y para ello se fue a contratar a una
funeraria. Estaba en pleno
trámite cuando le avisaron del hospital
que el cuerpo ya había sido llevado al "Cementerio Covid". Yadin cuenta que envió una carta a la DIRESA para que exhumaran el cuerpo de su padre, pero le
dijeron que el trámite demoraría mínimo unos cuatro meses.
Entonces recurrió a la Defensoría del
Pueblo y a la Fiscalía de Iquitos, que le dio la razón y
ordenó la exhumación de su padre y de otras tres personas, cuyos
respectivos parientes también presentaron una denuncia ante el Ministerio Público.
"Según los planos de la DIRESA, mi padre estaba en un lugar, pero cuando cavamos
no estaba allí, ni al costado ni al otro lado... hemos
estado cavando por horas, bajo
la lluvia. Todos los cuerpos estaban en total desorden. Si yo ponía
flores donde decían que
estaba mi padre, se las hubiese puesto
a otra persona", dice Yadin Sinacay.
Los operarios de la funeraria que exhumaron los cuerpos removieron tierra durante todo el pasado
domingo 14. Un día después Yadin logró
por fin sacar la bolsa con el cadáver de su padre y llevarlo a un crematorio.
"Yo cumplía años ese día. Cuando saqué el cuerpo,
fue como encontrar un
tesoro", dice.
El empresario funerario Juan López
Galarza, que participó en la
recuperación de los cadáveres, describe
un escenario de terror.
"En ese cementerio
los cuerpos sobrepasan los 500. En muchos casos ya se han borrado los nombres de las personas. Recomendé a los familiares que se acuerden cómo
estaban vestidos sus parientes porque el
croquis no se corresponde
con la realidad. Será muy
difícil la exhumación. Muchos
cuerpos están sin ataúdes, envueltos en bolsas negras de basura", dice López.
"El que no ha vivido la crisis de
Loreto, no entiende la situación.
Era un momento
dramático que nos llevó a tomar
esas decisiones de entierros masivos. Pero comparto
la necesidad de la gente de tener a sus familia res. Yo también querría lo mismo
si fuera un
familiar mío", dice el
director de la DIRESA, Carlos Calampa.
El médico dice que se está
evaluando la exhumación de los
386 cuerpos.
OLOR A MUERTE
El técnico agropecuario
Armando Pezo García
(49) llega al "Cementerio
Covid" con unas flores para su esposa. Las coloca donde el croquis señala
que está su cuerpo, pero
reconoce que no sabe si las está
dejando en el lugar adecuado. Después saca el celular y pone boleros. "De esa forma si no está
donde nos dicen, por lo
menos escuchará la música que le
gusta", dice. Lo acompañan dos cuñadas.
Armando
cuenta que llevó a su esposa al hospital el 11 de mayo.
Los médicos le
dijeron que necesitaba oxígeno con urgencia y él se fue a comprar un balón.
"Cuando regresé, ella ya estaba embolsada. No me pidieron permiso para traerla a este cementerio. La trajeron
a este lugar donde nadie quiere
estar", dice.
Cuando Armando Pezo se enteró de que el
cuerpo de su mujer estaba rumbo a la fosa común, intentó
llegar al cementerio para impedir el enterramiento, pero en la
carretera había infantes de marina que no le dejaron continuar el camino.
Después, cuando
preguntó en la DIRESA por
la ubicación del cuerpo, le dieron dos lugares distintos.
"Esto es burlarse de un
deudo que está tratando de superar todo", dice
Armando Pezo.
Patricia Cárdenas Mozam bique (19) llega al cementerio con la fotografía de
su abuelo, quien murió frente al
hospital esperando a que
lo atendieran, sentado en su motocar. Al amanecer fue trasladado
a la morgue.
Su familia juntó dinero como pudo, compró un ataúd y pagó un nicho en un cementerio de Loreto.
"Ya teníamos todo, pero no nos dejaron llevar el cuerpo. Nos dijeron que mi
abuelo debía ser llevado al
'Cementerio Covid'. Tardaron un mes en decirnos dónde,
supuestamente, está enterrado", recuerda Patricia mientras camina
por encima del lugar donde debería estar su abuelo. Pero en esta
zona de la fosa común ni siquiera
hay estacas ni banderas que señalan las
sepulturas. Todas están tiradas por el
suelo. "Mi abuelito nos repetía que
quería ser enterrado sin
tristezas, sin lágrimas, pero si no
sabemos dónde está es imposible no llorar", dice.
"Nuestros familiares merecen que
podamos dejarles flores. Lo único que
queremos saber es dónde están
nuestros muertos", dice
Joaquín García de Freitas. El hombre
tiene entre sus manos una foto de su padre.
Por CARLOS
PORTUGAL
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