TRAS EL AUGE, LATINOAMÉRICA DEBE PREPARARSE
PARA UN DILUVIO
Hoy, Latinoamérica es más vulnerable a una
devastadora “parada súbita” en los flujos internacionales de capital.
Por el año 2008, el Presidente Luis Inácio Lula da Silva se
ufanaba de que el tsunami de la crisis financiera global sólo provocaría una
pequeña marejada, una "marolinha", en Brasil.
Salvo por México, esto fue cierto para el resto de la región
también. Hoy, sin embargo, Latinoamérica es más vulnerable a una devastadora
"parada súbita" en los flujos internacionales de capital.
Como advirtió la semana pasada el presidente del banco central
de México, Agustín Carstens, uno evento como éste podría ser gatillado por
mayores tasas de interés en EEUU. O, más preocupante, podría ocurrir tras un
repentino colapso en los precios de los commodities si la economía china se
detiene abruptamente. ¿Pero cuánto más vulnerable es Latinoamérica hoy? Según
el Banco Interamericano de Desarrollo, cerca de 20% más.
Esa cifra aparentemente arbitraria resulta de un análisis
matemático que incluye los crecientes déficit fiscal y de cuenta corriente de
la región, además –y esto es clave- su mayor dolarización.
Mientras que en 2008 la región disfrutaba de una buena salud
económica para hacer frente a la crisis financiera global con grandes paquetes
de estímulo, hoy ha agotado en gran medida su capacidad de volver a hacerlo.
Más aún, las compañías de la región han emitido la sorprendente
cifra de US$ 845 mil millones en bonos denominados en la moneda estadounidense
desde 2009, incrementando el riesgo de una crisis por desajustes cambiarios.
Algunos de esos bonos en dólares cuentan con coberturas,
evidentemente. ¿Pero, cuántos?
Lamentablemente, como dice el BID en su nuevo estudio,
"Escapando de una crónica anunciada?", nadie lo sabe con exactitud.
La creciente vulnerabilidad no significa necesariamente la ruina
para Latinoamérica. Después de todo, se proyecta que la región como un todo
crezca 3% este año y 3,5% en 2015. Nada mal, aunque por debajo del promedio de
5% que disfrutó entre 2003 y 2007.
Pero la creciente vulnerabilidad económica de Latinoamérica
sugiere tres ideas.
Primero,
su capacidad general para aplicar paquetes de estímulo cuando una crisis
financiera global explota fue un gran logro. La región nunca antes había sido
capaz de hacer eso. Qué lástima, entonces, que la mayoría de los países sigan
dilapidando en paquetes de estímulo contra cíclicos cuando la necesidad de
usarlos ya pasó. Como dice el dicho, se puede tener demasiado incluso de cosas
buenas.
Segundo,
a medida que las economías se frenan, será más difícil para los gobiernos
cumplir con las elevadas expectativas sociales generadas durante los años de
auge.
Eso ya se puede ver en las violentas
protestas en Venezuela, donde incluso los partidarios del gobierno
están aburridos por el mal manejo de la economía, pero también en países bien
administrados como Chile, donde los
estudiantes están demandando educación universitaria gratuita.
Y tercero, este es el momento para que los países pongan sus economías en
orden mientras todavía es buen momento para hacerlo.
Esto ya se está viendo en países tan variados como México (que
se ha embarcado en un ambicioso programa de reformas estructurales para
aumentar la productividad y el crecimiento; Brasil, donde el banco central está
subiendo la tasa de interés para combatir la inflación; Argentina, donde el
gobierno ha recortado los subsidios y tomado pasos para reparar sus relaciones
financieras internacionales con el fin de mantener sus reservas; e incluso en
Venezuela, que devaluó el bolívar.
La conclusión de todo esto –señalada tácitamente aunque no en
forma explícita por el BID- es que llegó el momento para que la región le diga
adiós al populismo más derrochador que permitieron los años de auge y se abrace
el pragmatismo económico exigidos por los tiempos más complejos que corren. De
lo contrario, el futuro traerá un panorama más agitado.
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